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Por Sandra Russo
(APE).- El ministro de Educación, Daniel Filmus, hizo declaraciones y con ellas le puso un vestido transparente a la situación de las aulas argentinas en este preciso momento social y político. Es esperable que éste, entonces, sea un momento de transición hacia otra escena, porque en el paisaje que pintó el ministro la educación es una figura en fuga y no ocupa ninguno de los primeros planos. Los datos muestran que no se trata ni de gestión ni de buena voluntad, sino de inversión y de prioridad.
El ministro señaló que actualmente el 60% de los chicos que van a la escuela pública son pobres. Ese es un promedio. En algunas provincias, los pobres matriculados llegan al 90 %. A partir de esos datos, Filmus remarcó el poco margen que tienen los maestros para hacer su tarea con éxito. “Es muy difícil trabajar, no sólo por el tema del hambre, sino también por el legado del capital cultural, los niveles de socialización y la presencia de libros en la casa”, dijo. Está claro: la cadena educativa se ha roto en estas últimas décadas, y de lo que se trata, entonces, no es de enseñar a secas, sino de fundar en cada uno de esos chicos una persona escolarizada. Con la cadena educativa todavía funcionando, la escuela pública cumplía su papel en consonancia con lo que todos hemos experimentado de chicos: el regreso de la escuela, la merienda, la tarea facilitada por la ayuda de una madre o un padre, alguien a quien preguntar una duda, un diccionario, un manual, una enciclopedia, información disponible en la casa para asentar, profundizar o completar la instrucción. Todo eso ha desaparecido. Los chicos van a la escuela pero vuelven a sus casas y están solos o sus padres son analfabetos o deben hacer changas o de noche no hay cena o... ya sabemos. El resultado es que no aprenden.
Filmus dijo también que los datos de crecimiento económico que se celebran, y con razón, desde el gobierno, no implican hasta ahora “un cambio de modelo”. Abundó: “Estamos creciendo en base a la capacidad social del modelo anterior”.
Finalmente, remarcó un rasgo que puede ser salvador si se lo ayuda con algo más que buenas intenciones: “Nuestra cultura educativa es muy fuerte. (...) Para que un padre no se levante a la mañana para mandar a sus hijos a la escuela, tiene que pasar algo muy grave”. Es que pasa algo muy grave. Y no obstante, la matrícula educativa crece. La cadena se ha roto, pero los imaginarios sociales son más resistentes que las generaciones. Aun en la desolación, hombres y mujeres pobres perciben que mandar a sus chicos a la escuela es hacer las cosas bien. El Estado debería corresponderles con un primer plano en el presupuesto nacional: es la única vía real y sincera de confirmarles a esos esperanzados que están haciendo las cosas bien.
Fuente de datos: Diario Territorio Digital - Misiones 09-11-04
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