Picana pandémica en un cuerpo de 17

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Por Claudia Rafael

(APe).- A los 17 años y tras una corrida persecutoria en la madrugada platense recibió toda la ofensiva del poder policial concentrado. Su cuerpo fue el objeto preciso sobre el que se desataron los golpes y la picana sostenida por horas en la comisaría sexta. Solo en el mundo como únicamente puede estarlo una persona victimizada desde las torturas más crueles, practicadas con avidez durante largas décadas de aprendizaje y perfeccionamiento. Desde Polo Lugones –feroz interrogador que calza con el lauro de haber parido la picana- a estos días de pandemia y aislamiento ese instrumento de descarga eléctrica sobre los cuerpos ha protagonizado historias de todo tipo. Pero siempre atadas al mecanismo del poder policial que –define la antropóloga Sofía Tiscornia- tiene una cara moralizante y una cara de poder coercitivo violento.

El chico tiene 17 años y en la madrugada del sábado los policías de la Sexta de Tolosa (La Plata) lo persiguieron, detuvieron, golpearon y ya dentro de la comisaría lo forzaron a permanecer de pie mientras las descargas eléctricas sobre su cuerpo eran filmadas y luego disfrutadas en las redes sociales. Con ese goce propio de los torturadores que buscan en el reconocimiento social una finta medalla a esa particular veteranía. Con la invulnerabilidad de los impunes.

Recién diez horas más tarde y aún rehén de los hombres de uniforme fue sentado ante un funcionario judicial. Y luego ante un fiscal. Y más tarde ante un médico. Pero siempre bajo los ojos vigilantes del poder policial que simplemente activaron así un simulacro de legalidad.

La historia del pibe de 17 salta a la luz ante la intervención de la Comisión Provincial por la Memoria mientras tantas otras quedan ocultas bajo mil mantos de invisibilización. Que recorren los laberintos que, desde las sombras, contituyen los genes del paradigma del sometimiento. A través de mecanismos de poder que –al decir de Foucault- exploran, desarticulan y recomponen los cuerpos. Y, para ejercerse, este poder debe apropiarse de instrumentos de una vigilancia permanente, exhaustiva, omnipresente, capaz de hacerlo todo visible, pero a condición de volverse ella misma invisible.

Los brazos del estado represor asoman desde sus pandémicas violencias. Van dejando jirones de humanidad en el camino. Van ofreciendo mojones, como para no olvidar. Van regando de dolores abiertos con las púas del sometimiento los senderos de los márgenes. Allí donde –ejercía Gelman desde la poesía- los sin nada se envuelven con un pájaro humilde que no tiene método.

Edición: 4052


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