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(APe).- Poco tiempo habrá hoy para destapar champanes. El número redondo que culturalmente da para festejo termina salpicado brutalmente por los nichos donde la democracia –que hoy cumple 30 años- todavía no plantó bandera. El núcleo duro del autoritarismo, la amenaza sombría a un sistema institucional siempre frágil, a pesar de su adultez, están hoy sintetizados en las policías de casi todas las provincias del país.
Con una decena de muertos se despertó hoy la democracia treintona. Jaqueada la reina por peones que nunca lo fueron. Por ejércitos que el poder político nunca decidió operar. Y que están casi intactos, cincuenta mil hijos de Camps y de Etchecolatz en Buenos Aires. Mal pagos, pésimamente equipados, en un trabajo donde la vida es moneda de cambio. Pero eficientes al máximo a la hora de obedecer las órdenes de mantener controlada la protesta social. A palos, a gases, a postas de goma, a balas de plomo. Infalibles en el monopolio de la violencia.
Ciudades enteras abandonadas a su suerte, grupos marginales incitados a la violencia y al saqueo, retirada estratégica del control y la represión para que bandas mixtas de transas con aporte policial siembren terror; comercios desvalijados, vecinos que se arman hasta los dientes y pasan la noche velando los mostradores, gente de barriadas confinadas que invaden territorios prohibidos y se llevan todo aquello que el sistema les niega diariamente y que, diariamente, soportan en silencio y resignación. Medios financiados por los gobiernos provinciales que se enteran a medias de su propio desastre, símbolos de felicidad veraniega (Peatonal San Martín, Mar del Plata) arrasados por la ausencia policial y la libertad delictiva, con visos consistentes de complicidad.
La santa Fe
Tres de la tarde. Cordón Oeste de la ciudad. Ahí donde se apretujan las villas de Santa Fe. “Paró el bondi y empezaron a agitar a los pibes. Yo me acerqué a preguntar y uno me gritó `volá, pendejo`. Tenía una nueve milímetros en la mano y me apuntó”, dijo a APe un educador popular santafesino. La realidad de las calles mansas sólo dejaban al desnudo la presencia de prefectos y gendarmes. El lunes estaba ajeno al ajetreo habitual. No había super ni tampoco bancos. Ramas de árbol improvisadas para la ocasión oficiaban de trincheras para truncar el paso. La palabra miedo se acrecentaba mientras las persianas bajas le iban dando a la ciudad un gris poco cotidiano. Dos veces entraron a Pétalo, un negocito de ropa pegado a una villa. A escasos metros, una armería.
“El dueño salió y se puso a repartir armas entre los vecinos”, continuó el joven maestro de arrabales. “Ya hace un tiempo que el clima está muy enrarecido. Volvieron a profundizarse las golpizas en las comisarías. Y fue muy claro ahora, quiénes eran los que iban a buscar pibes para ir a saquear. Son pibes metidos en las cadenas narcos y laburan para ellos. Quedó muy en claro. Además, la nueve milímetros es el arma reglamentaria de la policía”, advirtió Luciano Candiotti, desde aquella ciudad.
Desde Rosario, el periodista Carlos del Frade describe para APe que “en los barrios, en forma paralela, había una disimulada tensión que se observaba en los comercios cerrados por anticipado y decenas de pibes en moto que recorrían el territorio pispeando las evoluciones de las tropas nacionales”. En Santa Fe –relata- “hubo inocultable temor luego de conocidas las noticias que dieron cuenta del saqueo de dos comercios donde se vendía comida. Allí si apareció una vieja postal que remitía a los hechos de diciembre de 2001 y mayo de 1989”.
Conocedor exquisito de los acuerdos narcoinstitucionales, Carlos del Frade analiza que la realidad muestra “policías con muy bajos salarios, responsables de su pésima imagen
social como consecuencia de su corrupción histórica” que “estrenarán, en esta provincia con forma de bota militar y nombre profundamente religioso, una nueva forma latinoamericana de desestabilización, la protagonizada por las fuerzas de seguridad provinciales. Algo que ya había anunciado el imperio hacia fines de los años ochenta”. Por eso advierte que “en estos treinta años de democracia también es preciso pensar, de cara a este conflicto que mete miedo en la sociedad santafesina, qué hicieron los distintos gobiernos electos por el voto popular a la hora de conducir la fuerza. `Si quieren transparencia la tienen que pagar bien`, dijo uno de los policías ocultos en un pasamontañas. Un mensaje más mafioso que sindical, una clara señal de la narcopolicía emergiendo tres décadas después de la democracia que supimos conseguir”.
536 kilómetros al Norte, esta madrugada unos cuarenta policías irrumpieron en una casa, en Resistencia, con la violencia de los dioses paganos de un extraño olimpo. Seis patrulleros, motocicletas, gritos, golpes. “Acá está el que le metió el tiro a un compañero, a un milico, y vamos a entrar como sea, ¿vos no vas a hacer eso si le balean a tu compañero?, así que borrá eso porque nos compromete”, describe el diario Primera Línea, de Chaco.
El sueño entrerriano
Paraná vivía ayer muy lejos del sueño entrerriano de Sergio Urribarri 2015. Alejandra Gervasoni, Secretaria General de Agmer Paraná, revivió para APe “la enorme tensión y temor que vivieron docentes y alumnos de escuelas cercanas a supermercados, a tal punto que los padres los retiraban; se cortó el transporte urbano, las estaciones de servicio no vendían combustibles, cerraron los negocios y había una ola de rumores que aterraba a la gente”.
Un 300 por ciento de aumento en los salarios concedió el gobierno de Córdoba a los primeros sediciosos, cuyas cúpulas habían saltado pocos días atrás, investigadas por los límites tan difusos entre policía y narcotráfico. Un mil por ciento aumentó el gobierno de Buenos Aires el monto por ropa y un 50% (de 5700 a 9000) el básico. Para los docentes la oferta del año había sido de 3600 en cuotas pagaderas hasta 2014.
Cómo explicarles a los maestros que es necesario alzar las armas para acceder a un salario de modesta dignidad. Cuando el emblema es Carlos Fuentealba. Muerto por la policía cuando pretendía un aumento de sueldo.
“Calles desiertas como si fuera domingo en Paraná, comercios cerrados y enrejados, miedo en la gente, una sensación de indefensión que se transmite, que se contagia”, describe para APe el periodista Osvaldo Quintana. “A media mañana la policía visita cuadra por cuadra los negocios del centro, avisando que ellos son los guardianes del orden pero que mejor cierren, que es por su seguridad. La noticia se propaga como pólvora por todo el radio céntrico y el efecto contagio es eficaz. Los mismos uniformados lo desmentirán horas después, utilizando su particular lenguaje en un canal de televisión local”. A las puertas de un super de calle Don Bosco “se va juntando gente; es el mismo que hace 12 años fue saqueado completamente ante la pasividad de las autoridades policiales. Circulan por las cercanías, expectantes: mujeres, niños y pibes en bicicleta provenientes de las barriadas pobres que rodean al mercado”.
Cerca de Concordia, la nave insignia de los saqueos de 2001, la más pobre de todas hace una docena de años, “la pobreza vuelve a hacerse visible en las calles, en los semáforos –va observando Quintana-, en los contenedores de basura que empiezan a poblarse de familias enteras ni bien asoma la noche. En los vendedores de pan casero que vuelven a circular por los barrios”. Cuando cae la noche “los pequeñísimos comerciantes también cierran sus puertas. En algunos supermercados que no abrieron, vuelven a escucharse disparos y muchos vecinos temerosos se refugian en sus casas”.
La feliz
No hay certezas sobre el número de muertes. Nunca las hay cuando provienen de la oscuridad y del olvido. Seis, siete, diez… 15 años, 20, 23; balazos, cuchillada, golpe feroz… quién sabe. Ciudades enteras en las geografías de una patria en la que el Estado represor se corrió de su lugar de contralor y dejó que se abrieran las fauces leviatanas de la desigualdad.
A medida que las horas avanzaban –relató a APe Jorge Ríos, fotógrafo marplatense observador concienzudo e incuestionable de las movidas- “la situación se iba poniendo más y más densa en barrios como Juramento, Regional, Palermo, Belgrano o Las Heras. Los saqueos no ocurrían en el Carrefour del centro sino que iban a los almacencitos de los barrios. La gente estaba armada para defender sus comercios. Había un clima oscuro. Tenso. El domingo, temprano, la agitación empezó con un hombre joven, muy musculoso, muy mesiánico y con discurso nazi que llegó agitando a las puertas de Caballería con mujeres de policías y víctimas de delitos. Es el mismo que se había visto en fotos durante el ataque nazi a los chicos del Colegio Nacional de Buenos Aires”.
La Mar del Plata feliz y balnearia del turismo estival recibió un piedrazo feroz sobre su médula. Cachetada de fuego sobre la playa obrera e igualitaria de los viejos años 50 y 60 que, por unas horas dejó al desnudo que la felicidad hace tiempo que le es ajena. Hasta que, con la contundencia del golpe sobre la mesa, el máximo jefe de la Bonaerense Hugo Matzkin anunció rimbombante: “Se ha normalizado la situación en la ciudad” y todo, con la casa ya en orden, volvió a sus viejos carriles.
Fotos: Clarín y MdZ
Edición: 2588
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