Aquel abril de la gran inundación de Santa Fe

20 años después

Hace 20 años el Río Salado se devoró gran parte de la capital santafesina. El rol de la corrupción política y empresarial. Las historias que perdieron su cotidianidad. La vida que dejó de ser. La muerte y el horror. Las diferentes formas de resistencia organizada.

|

Por Carlos del Frade

(APe).- El 29 de abril de 2003 las aguas del Salado comenzaron a tragarse la tercera parte de la ciudad capital de la segunda provincia argentina.

No era solamente una cuestión natural.

La corrupción política y empresarial hicieron lo suyo.

Veinte años después es necesario repasar algunas palabras.

“Entre la noche del lunes 28 de abril y las primeras horas del martes 29 se desató en nuestra ciudad la peor catástrofe natural de su historia.

“Sin mayores avisos por parte de las autoridades ni de los organismos técnicos, el río Salado -que crecía a razón de hasta cincuenta centímetros por día, según el hidrómetro del INADI- comenzó a cubrir de sur a norte, todo el borde oeste de la ciudad y llegó a alcanzar la vereda del Teatro Municipal sobre calle Juan de Garay.

9

“En las primeras horas, la ayuda oficial apenas si lograba coordinarse cuando la cantidad de afectados directos era superior a 46 mil y no había cifras oficiales de autoevaluados, con una fuerte demanda para su atención. “Espontáneamente escuelas, clubes, parroquias, iglesias de diversos credos, locales y las estaciones del Belgrano y del Mitre, entre otros, se fueron abriendo generosos a la demanda de la gente que, aturdida y sin directivas sobre qué hacer, llegaba aterida, mojada y reclamando por lo básico.

“En las primeras horas se conocieron algunas directivas del gobierno nacional y provincial para articular la ayuda, pero en las crónicas periodísticas quedaba claro que ésta todavía no llegaba y que las demandas eran crecientes.

“`No tenemos cocina ni calentador, eso nos complica, los vecinos de enfrente nos calientan la comida, pero no tenemos cubiertos, no tenemos nada, la estamos peleando’. Esta cita describe el panorama que continuaba siendo dramático, porque había chiquitos sin calzado, sin abrigo, sin colchones y sin frazadas.

“`No recibimos frazadas, ni abrigo ni nada’, aseguró Roberto, un voluntario que trabajaba en el colegio Simón de Iriondo donde el miércoles por la mañana ya había sido acogidos unos 700 evacuados.

“La partida del barrio y la llegada al centro de evacuados era desordenada y se producían desencuentros entre grupos de una misma familia. Hubo gente que deambulaba de un centro a otro buscando su esposo, sus padres o un vecino. Finalmente, los jóvenes de la Federación Universitaria del Litoral comenzaron a organizar un registro de personas desencontradas para ayudar en la búsqueda, iniciativa a la que luego se sumó la Universidad Tecnológica del Litoral y la Asociación Trabajadores del Estado.

“Mientras tanto, en los centros, en esas primeras horas, la gente dormía en el piso, con lo puesto, algunos apoyados con lo que llevaron: colchones, mantas, ropas, cartones, también sin agua y sin luz. Un título de ‘El Litoral’ de esos días resume lo que ocurría: ‘La ayuda llega de la comunidad y el gobierno hace lo que puede’.

“La Empresa Provincial de la Energía procedió a suspender el servicio no sólo en la zona afectada, sino en toda la ciudad debido a que la estación Central Santa Fe Oeste había sido cubierta por el agua. La sensación de inseguridad en los barrios afectados era enorme y muchos vecinos optaban por quedarse en los techos de sus viviendas cuidando de sus pertenencias. Por ello, se sumaron las fuerzas de Prefectura Naval y de Gendarmería para resguardar el orden en la zona afectada.

“La ciudad cambió y se comenzaron a sentir los efectos de la inundación en casi todos los órdenes: se suspendieron de hecho las clases; se cerró el tránsito por las rutas 11 hacia el norte, y 70, además de la vinculación por la autopista por el socavón en el puente.

“Esto provocó que los supermercados, principalmente, y el comercio en general comenzaran a percibir síntomas de desabastecimiento.

“`Fue un aluvión inusitado, imprevisible. Lo mismo que ocurre cuando se desborda un río de montaña nos está pasando, pero en el llano’. El gobernador Carlos Reutemann dijo que ‘nunca en la historia pasó lo que está ocurriendo ahora con el Salado’.

“El mandatario ofreció el 30 de abril una conferencia de prensa junto con el arzobispo, monseñor José María Arancedo; Carlos Carranza como titular del comité de emergencia; el ministro de Salud de la Nación, doctor Ginés González García e integrantes del gabinete. “Reutemann señaló que el crecimiento del río Salado, que inundó buena parte de la ciudad de Santa Fe, ‘no tiene antecedentes en los 500 años de historia’ y dijo que ‘la altura está un metro por encima del registro histórico que alcanzó 7,16 metros en el año 1973’. Esta medición se tomó en la ruta 70 a la altura de la planta de Canal 13.

“La cantidad de evacuados hasta ese momento era de unas 45 mil personas entre Santa Fe y Recreo. El gobierno, además, reconocía la muerte de dos personas por efectos de la inundación.

“El final de la historia es conocido. Las aguas bajaron dejando un saldo de muertos, personas afectadas en lo emocional y psicológico; pérdidas de materiales y de las pequeñas grandes cosas que hacen la vida cotidiana: fotos, cartas, recortes, dibujos, pinturas y documentos que se fueron con el agua para marcar un antes y un después. “Se inició una causa judicial -que aún se tramita- y uno de los dictámenes técnicos conocido como Informe Bronstein sostiene entre sus conclusiones que ‘el análisis presentado sobre el cambio climático global, lleva a inducir que esta situación será la prevaleciente, al menos en las próximas dos décadas. Es decir, es de esperar la posible repetición frecuente de eventos extremos de precipitación, con epicentro en cualquier punto de la región. Que el epicentro sea tal que termine afectando a la ciudad de Santa Fe, o cualquier otro punto de la extensa región litoral, pasa a ser un problema probabilístico’. No se equivocaba, se necesitarían sólo cuatro años para vivir una experiencia similar.

“El crecimiento desordenado y permanente hacia el oeste de la ciudad provocó que muchos barrios estén hoy alojados en el valle aluvial del Salado. Algo similar a lo que ocurre sobre la margen Este donde localidades enteras están ubicadas dentro del valle del Paraná lo que significa que permanentemente deben ejecutarse obras para defenderlas.

“Entre febrero y marzo de 2007 las autoridades se dispusieron a dar batalla a una crecida del Paraná que, se anticipaba, estaría dentro de los valores que permitirían acciones coordinadas para morigerar el efecto de la crecida. Lo que no estuvo en los planes de nadie es que la ciudad, cada vez más defendida por Este, Oeste y Sur, recibiría lluvias extraordinarias que provocarían otra vez el indeseado efecto de ciudad anegada por la naturaleza y la desidia.

“Problemas tanto en la extracción de agua como en desagües y canales casi sin funcionamiento; y logísticas para la atención de los afectados, entre otros, dejaron al descubierto las falencias estructurales de la ciudad para enfrentar un fenómeno que debería estar bajo control”, relataba la crónica de la edición especial del diario “El Litoral”, en agosto de 2008.

Uriel

“A las nueve de la noche nos subimos a la canoa, éramos veintidós, y por enfrente de la cancha de Colón se golpeó contra un palo y se rompió. Me desesperé porque mi hijo Elvio, de cinco años, gritaba: ‘¡Mamá!’. Y se lo llevaba la corriente.

“A mi bebé lo tenía una señora. Se lo pedí y como me tragaba el agua para adentro de la cancha yo lo solté, lo solté y él estaba vivo cuando lo solté. Lloraba y todo.

“Lo único que pedía en ese momento era que salvaran a mis hijos porque yo me estaba ahogando. Ese es el último momento que lo vi a Uriel. Se iba y yo no podía hacer nada.

“Estuve doce horas adentro de la cancha, estuve cinco horas prendida a las columnas que están detrás de la tribuna con el agua hasta el cuello aguantando la corriente, con bichos que se te prendían y no sé qué más.

“Un muchacho se cruzó a salvarme, me salvó la vida, se rompió el pantalón y me ató a la viga porque yo me quería soltar, estaba cansada.

“La gente se ayudaba entre la gente. La gente gritaba, pedía por favor que la sacaran de ahí. No estaba ni Prefectura, ni el grupo Anfibios.

“Yo también veía que eran mis últimos momentos, yo me veía morir ahí porque nadie me escuchaba”, contó Vanesa Fernández, de solamente veintitrés años y mamá de tres hijos.

El más chico, Uriel, de doce días, fue arrastrado por la corriente. Cuatro días después del caos encontraron su cuerpito sin vida.

Este relato forma parte del libro de investigación periodística 29-A. Inundación en Santa Fe, de Luis Moro, Pablo Benito y Claudia Moreno.

La carpa negra

“Santa Fe no puede olvidar la inundación”, tituló el diario “La Nación”, fundado por el creador de la historia oficial argentina, Bartolomé Mitre, el 30 de octubre de 2003.

El 29 de aquel mes se habían cumplido 93 días desde que fue instalada la Carpa Negra de la Dignidad, levantada por los evacuados en la plaza 25 de Mayo frente a la Casa de Gobierno. Los manifestantes ocuparon el lugar para advertirles a los funcionarios y legisladores que “la memoria colectiva no olvidará estos hechos”, sostenía el diario.

“Nuestra resistencia se mantiene intacta porque el agua nos llevó gran parte de nuestras vidas, pero no aplastó nuestra dignidad”, decía Graciela García, de la Coordinadora de Barrios Inundados, un grupo que organizó la llamada Marcha de las Antorchas y que recibe las donaciones para el Museo de la Inundación, donde se exhiben objetos dañados por el fenómeno.

En ese lugar, donde fueron instaladas las pertenencias de los ciudadanos que lo perdieron todo, los testimonios reflejaban impotencia y dolor.

“El momento más duro de aquel día fue tener que dejar mi casa, con casi dos metros de agua. Permanecí 18 días en el techo de la casa de un vecino. No pude, y estoy seguro de que nunca podré, recuperarme de todo eso”, sostuvo Dante Ramallo, vecino del barrio Chalet.

José Luis Campos, de barrio Roma, explicó por qué está en la carpa de la dignidad: “Porque tuve que volver a mi casa, prácticamente destruida, ya que no tengo otro lugar adonde llevar a mi familia (esposa y 4 hijos), y quiero que alguien nos escuche”.

Para María Frutos, de la misma zona, “los damnificados tenemos que seguir unidos para que las autoridades escuchen nuestros reclamos”.

3

Pedro Rodríguez -del barrio Santa Rosa de Lima- agregó que si la carpa se levanta, ya nadie se va a acordar de lo que pasó. “Y eso no lo podemos permitir”, agregó. Los testimonios son parecidos en el barrio La Florida, donde hay unas 70 carpas donadas por el gobierno italiano que ya evidencian el paso del tiempo. “¿Adónde vamos a ir? Nosotros perdimos el rancho. Por lo menos, acá tenemos un techo. Vamos a esperar a ver si nos toca una casita del gobierno”, se preguntó y respondió a sí mismo Daniel Aletti, ex vecino de Santa Rosa de Lima.

“Anoche unas 2500 personas que portaban pancartas marcharon desde la plaza 25 de Mayo, donde está la Carpa Negra de la Dignidad, hasta el cine América. Allí se vivieron momentos de reflexión, con la asistencia de los periodistas Nelson Castro y Norma Morandini”, terminaba aquella crónica.

El primer documento de la Carpa Negra

Julio de 2003

“El 29 de abril nos transformó la vida en todos los sentidos. Perdimos la vida de uno, la cotidiana, esa que ahora -que no la tenemos- descubrimos que nos da un orden, el que cada uno va armando: en una casa, en un barrio, con sus plantas, sus animales, con sus rincones, con su patio, con la vereda, con los vecinos.

“La cotidianeidad pasó a ser cosa rara. Primero, olas de piraguas; después, los techos; después la pesada limpieza del barro entre nuestras cosas. Para algunos la vida en una carpa, para otros en una carpa prestada. Nos dimos cuenta de que, de ahora en más, vivir sería una tarea difícil. “Así nos encontramos en las esquinas, improvisamos asambleas, hablábamos todos juntos porque se nos mezclaba todo: la necesidad, el dolor, la bronca, la impotencia. Sentimos que el agua sólo había sido el comienzo de la inundación. Supimos brutalmente que estábamos solos.

“Cada barrio encontró su forma de hacerse escuchar: asambleas, piquetes, marchas, petitorios. La ciudad se convirtió en un polvorín. Los censos, las colas, los repartos.

Todo se convirtió en tortura.

“Los gritos eran muchos, pero pocos los que escuchaban. Cada 29 fue un encuentro en la calle, cada vez más preocupados y rebeldes ante la certeza de que sobre nosotros estaba cayendo el olvido.

“Una noche, en la reunión de la Coordinadora de Barrios se aprueba la idea de instalar una carpa y un museo de la memoria.

“Así fue, el 29 de julio, con el apoyo de la gente en la plaza surge y se planta la Carpa de los Inundados. Sin agua, sin barro, pero con el mismo dolor y desamparo: por la dignidad, por la justicia, por la recuperación, por nuestros muertos y enfermos.

“No a la impunidad. Carpa del dolor pero también de la dignidad.

“No queremos ser toda la vida inundados, queremos vivir con nuestra familia, poder devolverles a nuestros hijos una casa, un lugar, un proyecto de vida. Un futuro.

Fuente: “Lo que el Salado sigue gritando”, escrito por Miguel Cello, Julieta Haidar y el autor de esta nota, en el año 2013.


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte