Tradiciones

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Por Carlos Del Frade

(APe).- “El gaucho está comprometido con su tierra, casado con sus problemas y divorciado de sus riquezas”, escribió Roberto Fontanarrosa como agregado al poema “Martín Fierro”, cuyo autor, José Hernández, nació el 10 de noviembre de 1834 y por esa razón, dijeron desde una dictadura de los años treinta del siglo veinte, es el día de la tradición.

Una especie de continuidad de aquellos versos que, según Borges, eran “la mejor novela argentina” y tal vez por esa razón escribió un cuento para cerrarlo con el título de “El Final”, imaginando la revancha del hijo del Moreno contra Fierro.

Después vino una película clandestina durante la dictadura, “Los Hijos de Fierro”, de Fernando Solanas en clave de izquierda nacional.

Y muchas discusiones que llegan hasta el presente.

Pero lo cierto es que desde los años treinta del siglo veinte hasta hoy, el 10 de noviembre es el día de la tradición.

Y son varias las tradiciones que existen en la Argentina del tercer milenio.

Una de ellas, aquella que imagina Fontanarrosa como apéndice al “Martín Fierro”, la concentración de riquezas en pocas manos que termina siendo la causa de la exclusión de miles y miles, mujeres y hombres, niñas y niños.

Esa matriz está viva en 2018.

El 8 de noviembre de 2018, el diario “El Tribuno” de Jujuy denunció que emitieron 45 autorizaciones laborales para adolescentes. Tienen entre 10 y 17 años y cumplen con las condiciones de la ley 26.390 de protección del trabajo adolescente. Un día antes se había realizado el llamado “Encuentro de comisiones para prevención y erradicación del trabajo infantil de la región del NOA”, sostiene la nota.

La Constitución Nacional, libro casi de ficción en estos arrabales del mundo, dice que es un delito el trabajo infantil por debajo de los quince años.

Y esa también es una tradición: poner en ridículo la letra de la todavía llamada pomposamente “carta magna”.

Lo cierto que las chicas y los chicos son explotados en los tabacales o en los barrios de las ex ciudades obreras para las mafias vinculadas a los negocios del narcotráfico y la trata de personas.

Pero en la tierra jujeña, donde las batallas por la independencia se libraron hasta 1826, la explotación infantil parece tener el encubrimiento legal.

“En lo que va del año, en la provincia, 45 adolescentes de entre 10 y 17 años que asisten a la escuela también consiguieron un empleo. La mayoría en el campo, donde realizan trabajo de encañar y desencañar tabaco, desflores de tabaco, plantaciones, tareas de peón general, carga y descarga de estufas y hasta modelos de ropa infantil, entre otros”, sostiene el artículo firmado por Celeste Marconiz.

Agrega que la Ley 26.390 que prohíbe el trabajo de los adolescentes menores de 16 años señala que sólo pueden brindar servicio bajo las siguientes condiciones: jornadas reducidas (no más de seis horas), que las tareas no impliquen riesgo alguno, que no sean en horario nocturno, que el salario sea igual al de un adulto que hace la misma tarea y la autorización de los padres ante la Dirección Provincial de Trabajo.

“Respecto a las actas de infracción por trabajo de menores, se hicieron porque se han encontrado nueve adolescentes en situación de "trabajo infantil". En agosto y febrero del 2017, los relevamientos arrojaron dos casos de menores de 13 y 16 años y este año de seis casos de chicos de entre 16 y 17 años, trabajando en Monterrico, Perico y zonas de capital. En algunos casos se desempeñaron en la elaboración de ladrillos y descarga de tabaco”, afirma la denuncia.

¿Cómo será la vida de esas chicas y esos chicos jujeños?.

¿Qué presente enfrentarán?.

¿Podrán imaginar un futuro propio cercano a lo que alguna vez soñaron?.

¿O ni siquiera pudieron soñarlo?.

En esas tierras jujeñas en las que Juana Azurduy, Belgrano y Güemes pensaron una revolución para que las chicas y los chicos menores de dieciocho años solamente estuvieran en las escuelas, se revive la tradición cantada por José Hernández y el Negro Fontanarrosa de las mayorías populares divorciadas de la riqueza de la tierra.

Alberto Morlachetti solía decir que “el trabajo es una dimensión antropológica que se debe introducir en la vida del niño porque dignifica, porque humaniza, porque da educación, porque contribuye a humanizarnos, a homonizarnos”. Categoría que choca de plano con la de la explotación, que denigra y que esclaviza a niños y a adultos. El trabajo, como humanizador, necesariamente deviene en conciencia social. Y es lo que permite humanizar la vida y humanizar los sueños. Pero nunca bajo las garras de esas mafias que se apropian de un concepto para rendir tributo al capital.

Edición: 3748

 

 

 


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