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Por Silvana Melo
Foto de apertura: Sebastián Hipperdinger
(APe).- Las tragedias originadas por fallas estructurales en las instituciones del estado suelen ser circulares en la Argentina. El plomo que estragó los pulmones de trabajadores y trabajadoras de Villa Inflamable y de una infancia desprevenida que no supo que el río era un enemigo, un buen día forzó un milagro. La justicia se sacudió la resaca y puso en marcha un mecanismo oxidado, ruidoso, que terminó en fallo de la Corte y creación del Acumar y desalojo de centenares de familias que vivían al borde de las aguas podridas del riachuelo y sus extensiones en la Cuenca. Sin embargo, en octubre del año pasado, cuando comenzaron a enterrarse las banderas ambientales bajo la penosa motosierra, la misma Corte clausuró la causa Mendoza empujada por el tren de los tiempos. Pocos meses después, el arroyo Sarandí, subsidiario de uno de los ríos más contaminados del mundo, se tiñó de rojo sangre. Y testimonió, ante la Justicia abdicante, que poco había cambiado aquí, en el sur del conurbano, diecisiete años después.
Según Acumar todavía trabajan más de 500 empresas consideradas contaminantes a orillas del Riachuelo, varias de ellas curtiembres. Una fábrica textil con anilinas en uso fue la autora de la obra de arte surrealista con la que se encontraron los vecinos de Inflamable en la mañana de mediados de febrero, cuando el río se había convertido en una grieta sangrienta.
La Municipalidad de Avellaneda y el Ministerio de Infraestructura y Servicios Públicos bonaerense tomaron muestras, investigaron y ahí estaba la fábrica textil que utiliza anilina. Que habrá sido multada pero tendrá dentro de su presupuesto anual previstos fondos para eventuales atropellos ambientales. Y ya está. Las presunciones giraban entre que la textil hubiera arrojado alegremente los desechos al arroyo o bien hubiera sufrido “un desperfecto” que provocara el vertido accidentalmente.
La vecindad recuerda al arroyo Sarandí “gris, ha estado verde, ha estado color medio violeta, azulado, cuando está podrida el agua, con grasa. O bien marrón, con todo tipo aceite arriba”. El rojo coronaba un muestrario estrafalario de la impunidad de empresas e industrias que han convertido un curso de agua en un pastiche envenenado.
Inflamable
Beatriz Mendoza era trabajadora social en Villa Inflamable, un barrio saturado de hidrocarburos en la vida cotidiana, desde el barro que la infancia pisaba, al aire que todos respiraban. Un día, desde sus propios malestares, salió a visitar casa por casa las cercanías de la cuenca y encontró tanta enfermedad, tanto sufrimiento ambiental que la abrazaba también. Cuando se puso en marcha la justicia, se ríe Beatriz, el expediente que quedó arriba fue el de ella. Y la causa se llamó “Causa Mendoza”.
El 8 de julio de 2008 la Corte determinó que “el Estado Nacional, la Provincia de Buenos Aires y CABA eran responsables en la prevención y recomposición del daño ambiental de la Cuenca” y que debían tomar “decisiones urgentes, definitivas y eficaces”. El mismo fallo obligó a ACUMAR (creada en 2006) a poner en marcha un programa que mejorara la calidad de vida de cuatro millones y medio de habitantes de la cuenca.
Diecisiete años después la Corte clausuró la causa porque considera que “ha cumplido su propósito de generar la reforma estructural que resulta imprescindible”.
El arroyo Sarandí rojo sangre asiste al fallo, sonriente.
Los vecinos de Dock Sud y fundamentalmente los de Inflamable siguen soportando aquello que Javier Auyero1 llamó “sufrimiento ambiental”: el hambre, las condiciones habitacionales indignas, el plomo en la sangre de niñas y niños que descubrió en 2003 la Agencia de Cooperación Japonesa en la Argentina y que en los cuerpitos de los chicos de Inflamable se triplicaba. Y que no cambió veinte años después.
Carpinchos verdes
En tiempos grises, desangelados, la tragedia ambiental se pinta en colores como la farsa en que se repite la historia, según Marx2. Si el arroyo Sarandí se tiñe de rojo sangre para saludar el cierre de la Causa Mendoza en el círculo de Inflamable, los carpinchos que resisten en los countries que les saquearon los humedales y los desterraron de su territorio –donde amenazan con esterilizarlos para que no echen a la vida cría rebelde- hoy salen verdes del río Uruguay.
El verde intenso responde a las cianobacterias que “producen toxinas que afectan no solo a los carpinchos, sino también a las personas que entran en contacto con el agua contaminada”, advirtió el biólogo Eduardo Echepare, investigador del Conicet. Las cianobacterias no aparecen de la nada, en un acto natural. El científico dice claramente que “el vertido de efluentes cloacales sin tratamiento adecuado, el uso de fertilizantes con alto contenido de fósforo y nitrógeno, y la destrucción de humedales naturales actúan como un cóctel perfecto para su proliferación”.
Mientras se alimenten las bacterias con un suministro constante de nutrientes, mientras “esas condiciones se mantengan, las explosiones de cianobacterias seguirán empeorando”, dijo. Las consecuencias en la fauna y en los seres humanos pueden ser graves. Aunque los colores de los carpinchos sean fuertes, brillantes, bellos en sí mismos.
Aunque el rojo del Sarandí parezca obra de un Quinquela de un tercer milenio con más pobres que trabajadores, con más destituidos urbanos, como los llama Auyero, que sectores populares, con más sufrimiento ambiental que vida buena.
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