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Por Claudia Rafael
(APe).- “El problema en Europa son los inmigrantes. Hay que expulsarlos”, repetía Nella, a los 70 años, cuando se cumplían 46 desde su llegada a la Argentina desde Italia. La xenofobia es un discurso que coopta, incluso, a quienes en algún momento de sus vidas transitaron ese lugar. Y los transforma en la peligrosa infantería destinada a estragar a los sufrientes. Que terminan adoptando la antigua filosofía de que molestan los que sobran. Y los que sobran son siempre los otros. Es ideología pura. Una serpiente que muerde y envenena con el más poderoso de todos virus: el de la destrucción del otro.
Vanessa Gómez Cueva es peruana. Tiene 33 años y hace más de 15 que llegó a esta tierra. Vivió casi la mitad de su vida en Argentina. Tiene tres hijos argentinos de 2, 5 y 14 años. En 2013, en un juicio abreviado, fue condenada por infracción a la ley de drogas y liberada un año después por buena conducta. Estudió enfermería, se recibió y trabajaba.
El Estado la puso en su mira. Y no dudó. La buscó en su casa con la excusa de firmar un documento, la cargó en un avión con su bebé de dos años y dejó a sus otros dos niños a la deriva. La deportó. Le puso el qepd para sus sueños en la frente. Habrá llorado de rabia y su niño habrá bebido la leche tibia de ira y angustia. Sus otros dos hijos, en casa, habrán esperado a que mamá vuelva y mamá no volviera. Porque el Estado, el bienpensante y presente Estado, se ocupó de que esa mujer, con tantos años de vida en Argentina como en Perú, fuera el paradigma del mal. A enarbolar en las campañas de limpieza étnica que el poder –y amplias franjas de la sociedad- pretende instalar en tiempos de pujas electoralistas. Y el hilo históricamente se corta por los senderos donde deambulan los olvidados. Las morenidades. Las mujeres y los niños de ojos rasgados. Las vidas suburbiales. Las Vanessas de esta historia, utilizadas como máscaras para cubrir los intereses y los anchos dividendos de los privilegiados de cada tiempo.
Se construirán muros allí donde las prácticas segregacionistas lo consideren indispensable; se insuflará a los que pugnan por no caer en los acantilados de la exclusión de la fiebre del sálvese quién pueda y del individualismo militante; se erigirán estructuras de pensamiento dispuestas al estrago y no al abrazo sostenido. Se demarcarán nuevas fronteras para cobijar en territorios más puros a los incluidos. Mientras las blancas aves de rapiña encarcelarán nuevos sueños y desangrarán los días de los que sudan por la moneda cruel de cada almuerzo. Se expulsará a las Vanessas mientras se seguirá sentando al banquete de los incluidos a los que trafican con las vidas y pactan convenientemente con los digitadores de los nuevos genocidios.
Edición: 3810
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