El balde, el racismo y el desprecio de clase

“A la gente de La Matanza le encanta cagar en un balde”, dijo el economista asesor del presidente. Un coro de fans salió a repetir lo negros, burros, pobres y desgraciados que eran todos los votantes contrarios que fastidiaron a lo que gobierna. Siete de cada diez chicos son pobres. Nadie cambia ese número. Sólo suma el racismo y el odio de clase.
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Por Silvana Melo

(APe).- Mientras siete de cada diez niños están sumidos en la pobreza -cada gobierno ha sumado ladrillos a la muralla de la infancia abandonada y no ha quitado ni uno-, la perversidad desafiante que gobierna decide abonar con el racismo y el desprecio la suerte de su derrota.

Intentan, en su plan destructivo de todos los lazos sociales, demoler al niño sujeto político, protagonista de su propia historia, constructor del sueño colectivo de transformar el mundo injusto que le toca habitar. Esas cárceles a cielo abierto que suelen ser los barrios populares –eufemismos en que se encierran las villas, piadosamente- donde las leyes son otras y el hambre es emperatriz. A ese niño, que les complicará los planes, buscan convertirlo en soldadito del sistema, individuo de plataforma, sicario del transa, competidor brutal de su par, que nunca buscará derrocar al poderoso.

Por eso nunca le hará una cloaca ni le conectará el agua corriente. Ni repartirá los alimentos para el comedor. Dejará que el narco haga el trabajo social en el barrio. Y reparta tachos de calidad para el baño de la familia del pibe. Porque lo mismo lo van a votar. Porque habrá ganado la batalla cultural.

Pero si en el barrio de Lomas donde el presidente va en camioneta inexplicablemente a hacer una caravana con diez seguidores la cultura falla y le gritan y le tiran con lo que tienen a mano, desde el móvil todos gritan “negros de mierda”.

Pero si se les ocurre cerrar la campaña, con mil quinientas personas, en el barrio Trujui de Moreno –donde claramente no llegaron aún a inocular el plan destructivo-, en busca, posiblemente, de una piedra que volara y de un martirologio simil Bolsonaro, sólo quedaron los barrabravas que mandaban de vuelta a un grupo de vecinos: “los negros a casa, vamo’, vamo’”.

Entonces el candidato a diputado, bufón y productor de Alejandro Fantino, dirá que “el peronismo eran los 25 monos sin dientes que estaban tirando piedras”. En Moreno. No sabe Tronco, el bufón, que en Trujui comenzaron los saqueos de 1989 y de 2001. Es uno de los barrios más olvidados del tercer cordón. Una probeta pobre, anticipatoria de procesos sociales.

Entonces después aparece Miguel Boggiano. Sobre la hora de los resultados del domingo. Asesor económico del presidente. Economista y fan. “No hay caso. La gente de La Matanza ama cagar en un tacho y caminar en calles de barro”. Tuiteó en X.

Qué desilusión. El censo 2022 dejó como dato duro que el 83,6 % de los habitantes de La Matanza, el más poblado de la provincia, tienen inodoro de arrastre de agua en su vivienda. Lo de Boggiano es puro clasismo, puro racismo, puro desprecio.

Lucas Salim, CEO de Grupo Proaco, empresario cordobés, también tuiteó en X (es hora de pergeñar un nuevo verbo para el nuevo nombre de la plataforma de Musk): “Cagan en un balde y votan a los que les roban en la cara. Son burros, son brutos, son pobres por como votan. El conurbano bonaerense es una cloaca en todo sentido. A tomar decisiones… les deseo a los bonaerenses 25% de inflación, desabastecimiento y más desnutrición infantil, así la próxima aprenden a votar”.

Nueve de cada diez habitantes del conurbano tienen inodoro de arrastre de agua, según el censo 2022. El deseo de más desnutrición infantil es de una inhumanidad impensable. En una entrevista Salim se defendió con el argumento de que “son cosas que se dicen en X”. Es decir: X es un mundo sin reglas donde las personas muestran su peor cara, se vuelven monstruosas y desean la muerte de aquellos a los que odian. Cuando cierran la plataforma, se calzan la mejor cara y salen, falaces, a estafar al mundo.

Casi once millones de personas viven en el conurbano bonaerense. Tres millones son niños y adolescentes. El 65% son pobres. El gobierno que los desprecia redujo el presupuesto destinado a la infancia, quiere bajar la edad para imputarlos penalmente, los reprime, no condena el abuso, bajó de jerarquía la secretaría nacional de niñez, juventud y familia (Sennaf), retrocede en sus derechos. Y entonces los que defienden a la perversidad desafiante que gobierna les desean más inundaciones (total es eso lo que a la gente le gusta, dicen en las redes), más desnutrición, más tachos oxidados donde hacer sus necesidades, más marginalidad, más abandono.

Demian Reidel, ex jefe del Consejo de Asesores del presidente, había dicho en un foro de empresarios e inversionistas la médula de estas cosas: “El único problema de Argentina es que está poblada por argentinos”. Lo dijo el 22 de marzo. Es decir: gobiernan un país que detestan. Un pueblo que odian. Lo ideal sería armar un país sin gente. O bien, con doscientos, o quinientos robots pensados con IA.

Sin mujeres que piensen y sientan. Sin trabajadores que se rebelen. Sin niños que se empeñen en ser sujetos políticos. No soldaditos del sistema. No oscuros individuos de las redes.

Sino luminosos hacedores de otro mundo que no será éste.

No este triste harapo de un tiempo que se derrumba.


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