Vetar al veto

Vetar la democracia representativa. La representación es otro de los huevos de la serpiente liberal. El “mileísmo” es una tragedia, una absoluta desgracia. Pero eso no impide que sea un efecto de otras tragedias, de otras desgracias.  La doctrina del mal menor es tan nefasta como el 3% del “Jefe”. Parece que la doctrina del “bien mayor” se agotó en las luchas de los 60/70.
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Por Alfredo Grande

 ‘Tristeza não tem fim, felicidade sim’ (la tristeza no tiene fin, la felicidad sí) Tom Jobin y Vinicius vienen a mi mente cuando pienso el “veto al veto”. El veto al veto es una operación política interesante. Nada más. Nada menos. Milei, prafraseando al gran Cooke, es el “hecho maldito del país democrático”. La orgullosa democracia con el artificio del sufragio universal donde se mezcla, se cambalachea la legalidad con la legitimidad, terminó habilitando la anti democracia que es una marca que espero no se borre con más sufragios. Es una marca necesaria para el combate contra los “forros pacifistas” como señala el histórico Señor Cobranza. O sea: los votos que terminan habilitando formas permanentes de dolor, muerte, desesperación.

En esa práctica que es tirar papeles, lo que me cuesta tanto que tengo fama de acumulador, leo un recorte del diario LA VOZ. Fechado el 23 de abril de 1983.  El titular es: “El hambre en la Argentina: el Chaco hay 11.500 niños desnutridos y en Buenos Aires muere un niño cada dos días”. No sé si para muestra basta un botón, supongo que algunas veces sí. Pero el hambre, además de ser un crimen, sigue siendo la constante de ajuste de la economía capitalista.

Escuché muchas veces decir: este plan no cierra sin represión. Diré que tampoco cierra sin hambre. Porque el hambre es una estrategia de represión. Y reprimir es desalojar. O sea: el hambre es el desalojo de la satisfacción de las necesidades básicas. Que, para las denominadas clases populares, las necesidades básicas no incluyen Nordelta ni Miami, ni la comida gourmet. Necesidades básicas son básicas para mantener la vida.  No incluye embellecerla ni necesariamente honrar la vida como proponía la gran Eladia Blazquez. Al menos, la honra que asegura el consumo.

El veto al veto es una alegría, pero que tiene fin. O al menos debería tenerlo. Después de todo, vetaron los mismos que hace poco aumentaron sus ingresos. No digo que sea una operación blanqueo, pero ya lo dije.

La búsqueda de alguna forma de legitimidad nunca se acaba. Vetar el hambre parece más difícil, y en el marco de la economía capitalista, no importa que capitalismo, imposible. Si pensamos que la bestia sionista utiliza la hambruna como arma de guerra, es seguro que la tristeza no tendrá fin.

Y cuando digo “bestia sionista” incluyo a muchas bestias que, no siendo sionistas, trabajan activamente para el nazi-sionismo. Siempre dije que la guerra la ganó el nazismo. Porque mostró que el genocidio, cualquier genocidio,  es la continuación de la política por otros medios. Y cuando las víctimas de ayer son heredadas por los victimarios de hoy, algo huele a podrido y parece que, como la droga, es un viaje de ida.

Propongo vetar la democracia representativa. La representación es otro de los huevos de la serpiente liberal. El “mileísmo” es una tragedia, una absoluta desgracia. Pero eso no impide que sea un efecto de otras tragedias, de otras desgracias.  La doctrina del mal menor es tan nefasta como el 3% del “Jefe”. Pero parece que la doctrina del “bien mayor” se agotó en las luchas de los 60/70.

Parece, pero los designios de dios y de la historia son inescrutables.

Desconozco si vetar la democracia representativa será la revolución.

Pero mi deseo es que asegure que  lo único que tenga fin sea la tristeza y que la alegría no tenga fin.


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