Vida y muerte de la infancia suburbial

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Por Claudia Rafael

(APe).- Los tres años de Benjamín fueron su vida entera. Las balas de la violencia le dejaron allí sus días para siempre. Sin juegos. Sin risas. Sin el llanto de los tres años. Los detenidos en Gregorio de Laferrere tienen tan solo entre 16 y 25 años. Y la fotografía es la de la construcción social de un estruendoso fracaso. El crimen de los confinados al destierro. Edificados en la furia de los deportados del neoliberalismo.

Doloroso país en que la muerte niña llega de manos aún no ajadas por el tiempo.

Benjamín vivía del mismo lado de la vida. Jugaba en las mismas veredas en las que ellos, apenas un manojo de años atrás, jugaban también.

En una espiralidad circular transitarán ahora los depósitos de huesos olvidados como son cárceles e institutos. Allí donde se arrojan los excedentes para afiligranar las herramientas de la crueldad. En esas jaulas abarrotadas, de condena recurrente. Calabozos agrietados en los que se perfecciona la tortura de cualquier ilusión para generar anticuerpos a la esperanza y a la ternura.

Los medios ahora desgranan historiales vastos de entradas y salidas del encierro. La sociedad se crispa, horrorizada. Los poderes del Estado enuncian indignación. Será una seguidilla de espantos que no hará mella al lento proceso de marginaciones de un modelo que expropia la equidad.

Benjamín tenía tres años apenas. Entre 16 y 25 los cuatro detenidos por su crimen. En la casi medianoche del sábado. Algunos hablan de robo. Otros argumentan venganzas paridas en la noche en que se anunciaba el nacimiento de un niño. Demasiado jóvenes se vanagloriaban en rugientes motos con el pasaporte de 9 y 22 milímetros y la vida de Benjamín, desde entonces, ya no es.

En alguna esquina está escrita la palabra futuro. Pero para encontrarla, habrá que desenterrar los sueños olvidados. Cargárselos al hombro. Rediseñar los días y las noches en un nuevo rompecabezas humano. Atreverse a salir a recolectar las semillas de otra historia.

Sin niños que mueran a los tres años de un balazo. Sin jóvenes que porten los plomos del descarte, como ellos mismos, marginados de la vida.

Así, y tal como escribió Cortázar, nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Edición: 4141


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