Los niños del sistema extractivo

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Por Silvana Melo

(APe).- Un mes y cinco días antes de que el sistema político argentino encerrara a millones de víctimas sistémicas en una falsa opción, los médicos de Pueblos Fumigados cerraban, en la Facultad de Medicina de la UBA, un diagnóstico dramático sobre las consecuencias del sistema extractivo en la Argentina.

Si la salud de un país se mide por la salud de sus niños, está claro que el problema es más grave que un resfrío estacional. En una continuidad política con matices –gruesos- en el territorio de lo simbólico, los niños seguirán naciendo con deformidades cerca de las tabacaleras de Misiones, seguirán enfermándose de cáncer y leucemia en Bovril, San Salvador, Monte Maíz, Lavalle, en Santa Fe, en Corrientes y Entre Ríos. Se contaminarán con el plomo industrial en las villas del conurbano. Tomarán agua cianurada en Jáchal.

Nada parece estar dispuesto a cambiar en el país donde se profundizan las brechas y será ministro nacional quien dejó que subiera la mortalidad infantil en la CABA y se quedará en el ministerio de Ciencia y Tecnología quien dijo que el glifosato es tan venenoso como el agua con sal y habrá ministro en la Provincia con una gerencia de Monsanto en el curriculum. Y seguirá habiendo en San Juan un gobernador para el que el derrame de 500 mil litros de agua con cianuro en napas y río “son cosas que pueden pasar”.

Los niños del sistema

Cinco años después del primer encuentro, los médicos de Pueblos Fumigados –con Medardo Avila Vázquez al frente- concluyeron que “el sistema de producción agrícola vigente en el país contamina el ambiente y los alimentos de los argentinos enferma y mata a las poblaciones humanas de las zonas agrícolas”. La ratificación plena de aquella primera reunión en Córdoba.

Los niños del brutal sistema extractivo corren en patas y torso desnudo por campos y plazas envenenados, los aviones mosquito riegan con agrotóxicos el techo de las escuelas y el tobogán del patio y el cabello de sus cabezas y la piel expuesta.

En los últimos 25 años, dice el informe que surgió en octubre de la UBA, “el consumo de agrotóxicos aumentó un 983% (de 38 a 370 millones de kilos), mientras que la superficie cultivada aumentó un 50% (de 20 millones de ha a 30 millones de Ha.)”. El 60 por ciento de esa superficie cultivada está atiborrada de soja transgénica. La frontera agrícola extendida expulsó campesinos, cerró escuelas con alambradas, dejó al ganado sin pasturas, expandió el sistema de feed lots y sometió la soberanía alimentaria a plena esclavitud.

Si el sistema productivo está basado en la “aplicación sistemática de agrovenenos”, es inevitable que la naturaleza reaccione “en forma adaptativa”. Es decir que cada vez habrá que aplicar mayores cantidades de agrotóxicos para matar la misma cantidad de malezas. “Año a año se fue generando un sistema diseñado por y para los vendedores de agrotóxicos, quienes todos los años aumentan sus ventas netas (en 2015 el aumento fue del 9%) mientras que nuestros pacientes, también, año a año se contaminan más y más”, dice el informe firmado por Avila Vázquez.

Enfermedades

La fumigación masiva generó la modificación de las enfermedades en los pueblos rurales. Y posicionó al cáncer como la primera causa de muerte. Así como el doctor Darío Gianfelici observó, a comienzos de los 2000, que los niños tenían las hormonas alteradas y las poblaciones aledañas a Paraná comenzaban a enfermarse distinto por el consumo indiscriminado de la flamante soja transgénica. Propinada a los pobres como cobayos, en un inmenso laboratorio de experimentación.

Cuando este año la Agencia Internacional de Investigación en Cáncer de la OMS reconoció al glifosato como de carácter carcinogénico hubo un pequeño revuelo. Pero después pasó. Como pasan las noticias importantes, aquellas en las que le va la vida a la gente. La Argentina consumió 240 millones de kilos de glifosato en el último año “generando una carga de exposición potencial de 6 kilos por año por habitante, la más alta del planeta”. El glifosato, dicen los médicos, “se compra y guarda en cualquier lugar y se aplica sin ningún tipo de restricción sobre escuelas, barrios, plazas y pueblos, sometiendo a la población a una exposición injusta e innecesaria”.

Pero nadie está a salvo. No sólo se detectó glifosato en toallitas íntimas, tampones y algodón –a partir de la fumigación en las plantaciones- sino que los médicos de Pueblos Fumigados comprobaron que “una porción normal de una ensalada común contiene alrededor de 600 ug1 de veneno”.

Parentescos

“Paradójicamente las empresas que son propietarias de las fábricas de químicos que se están instalando en nuestro territorio y enfermando a nuestra población, están altamente emparentadas con las empresas que venden los fármacos para tratar los cánceres, la leucemia y los problemas de salud que generan los mismos químicos que liberan al ambiente”, dice el doctor Damián Verzeñassi, médico de la Universidad Nacional de Rosario. Además, “hay un sistema tan hipócrita y cínico que inaugura hospitales con el dinero del fondo sojero que es el responsable de que cada vez hagan falta más hospitales para atender a la gente que se enferma”. Una inapelable ecografía sistémica.

“No existe razón de Estado ni intereses económicos de las corporaciones que justifiquen el silencio cuando se trata de la salud pública”, dijo Andrés Carrasco. El científico que en 2009 –en la Argentina pos guerra sojera- demostró que el glifosato era devastador en embriones anfibios. “Desde el punto de vista ecotoxicológico, lo que sucede en Argentina es casi un experimento masivo”, determinó. Y fue atacado por las empresas de agroquímicos, desmentido por colegas del CONICET, desautorizado por Lino Barañao (ministro saliente y entrante) en el programa de Héctor Huergo, jefe de Clarín Rural. Y amenazado por patotas anónimas. Pero de identidad fácilmente presumible.


Andrés Carrasco murió en 2014. No estaba cuando la OMS declaró la vecindad el glifosato con el cáncer. Y ninguno de quienes lo combatieron si siquiera se despeinó.

Lluvias

Mientras tanto, los niños del sistema extractivo seguirán dibujando su lluvia tóxica y cotidiana en las escuelas de Entre Ríos o las de San Antonio de Areco, de donde vienen los garabatos que dibujan aviones negros que pasan y llueven veneno sobre juegos y perros, sobre niños y hamacas. Escuelas donde “a pesar de todas las adversidades, continúan resistiendo un modelo de envenenamiento, enfermedad y muerte totalmente invisibilizado”, dice Mercedes Méndez, enfermera del Garrahan que hace visibles a los niños fumigados que llegan desde el norte cotidianamente al Hospital. Minúscula contra los monstruos, busca y reúne a médicos que, en las mismas salas del Garrahan, relatan la experiencia de recibir a los niños víctimas el envenenamiento progresivo.

Esos niños que fueron y serán fumigados a pesar del traspaso de mando del 10 de diciembre. Seguirán corriendo en patas y torso desnudo por campos y plazas envenenados. Los aviones mosquito les seguirán regando con agrotóxicos el techo de las escuelas y el tobogán del patio y el cabello de sus cabezas y la piel expuesta. Sin que no cambie más que la cáscara, el disfraz del mismo lobo.

1Ug es una medida de masa que equivale a un microgramo, es decir, la millonésima parte de un gramo.

 Edición: 3061


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