Rosas rojas sobre las vías de la injusticia

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Por Silvana Melo

(APe).- Rosas en las vías por los muertos.
Paredes, murallas, rejas, para que no vengan los matadores.
No hay accidente ni balas perdidas. No hay azar ni qué desgracia.
Hay rosas en el recuerdo de la sangre, velas en los andenes. Una lluviecita eterna sobre esas vías donde se murieron 51. Y otro que venía naciendo.

Pero no hay accidente. Ni balas perdidas. Hay culpables que vienen disparando desde hace treinta, veinte años de historia. Culpables que se volvieron millonarios florecientes y felices mientras desmantelaban los trenes, los desarmaban parte a parte, y los ponían a rodar en esqueleto. Culpables que hicieron negocios para sociedades perversas, políticas, empresarias, sindicales, delictivas, mientras la gente se apiñaba diariamente en las bolsas de lata que ellos rodaban en los rieles. La gente, esa masa de carne y nervios y huesos sin identidad ni historia ni sentimientos, es apenas un ente pagador de boletos, una excusa para embolsar subsidios.
Los Cirigliano, dueños de TBA, se llevaron del Estado nacional –que reparte alegre y generosamente a los poderosos y cierra la puerta en las narices de los pequeños- 106,3 millones de pesos en los dos meses anteriores a la masacre de Once para mantener rodantes los cajones de fierro oxidado que bufan a veinte por las vías. TBA usó parte de esos fondos para comprar dólares y para colocaciones financieras que les multiplicaron las ganancias. Esa plata que tenía que mejorar locomotoras, comprar vagones, reparar los frenos, abrir las ventanillas, colocar ventiladores, cambiar butacas, pero no valía la pena dilapidar tanto dinero en esa turba de carne picada que de todas maneras iba a viajar, porque necesita pasaje barato y entonces que aguanten.
1924 millones de pesos recibió TBA en siete años de manos del Estado Nacional. Generosísimo el Estado Nacional con los ricos y con los enriquecedores de amigos.
Por eso no hay accidente ni azar ni qué desgracia.
Ni balas perdidas.
Por las mismas razones una bala explotó en el pecho de Mariano Ferreyra. Porque las mismas sociedades políticas, empresarias, sindicales, delictivas, dejaron 80 mil ferroviarios en la calle en los 90. Transformaron en empresarios prósperos a los sindicalistas. Precarizaron y marginalizaron a los trabajadores en los 2000. Redujeron a desechos la dignidad y los vagones y el trabajo y las locomotoras y la gente, apilada en la vida y en la muerte que se tocan y viajan juntas todos los días a las 8,32 en Once y en todas las demás.
Mientras dicen los funcionarios que hubieran sido menos los muertos en feriado. Y a la gente se le ocurrió viajar a trabajar en día hábil. Que a Lucas Menghini lo encontraron dos días después porque viajaba donde no correspondía. En el fuelle que separaba el tercer y cuarto vagón. Estaban sus huesitos en un espacio de 30 centímetros que antes de las 8,32 del 22 de febrero era de un metro y medio. Dicen los funcionarios que los muertos eran unos vivos que querían llegar más rápido y viajaban en el primer vagón. Y que los muertos murieron porque iban a trabajar. Antes eran desocupados.
Por eso no hay accidente ni azar.
Hay rosas en las vías por los muertos.
Rosas rojas.
Como la injusticia.
Frenéticamente rojas.

Edición: 2394


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