Los campesinos de Santiago y el amanecer alambrado

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Por Silvana Melo

(APe).- En el reino del revés nada el pájaro y vuela el pez. Los campesinos santiagueños lo saben y no necesitan que los inviten a ver cómo es ese reino. El del revés. Donde los asesinos salen de los hospitales sin custodia, tranquilamente, y no vuelven más. Donde las víctimas son asediadas, perseguidas y procesadas por la justicia del revés. La del reino de las cercas y los alambrados. La que separa a los quimiles y las piedras. A los niños y a las escuelas. A la gente y al pan de sus días. A la tierra de un lado y otro lado. Como si hubiera dioses de carne y hueso a quienes les fuera dado el don de separar y apartar.

El 19 de octubre, cuando el hombre que dicen que le clavó un cuchillo en la yugular a Miguel Galván salió tranquilamente del hospital del Chaco y se fue, nadie tuvo en cuenta la flojedad de memoria del juez Dilacio. Que olvidó plantar la custodia policial para que Paulino Rizo Patrón no tomara la libertad por el cuello como tomó la tierra y la vida de Galván. Tres días atrás Miguel se había desangrado en el Paraje El Simbol, entre Santiago del Estero y Salta.
Pero en la frontera triple donde la tierra santiagueña se toca con Salta y el Chaco el reino de los reveses vuelve víctimas a los criminales y criminales a las víctimas igual que vuelan los peces en los 45 grados de estos mediodías.
Los niños de Quimilí se levantan de noche. Y salen caminando siglos hasta llegar a la escuela. A veces está alambrada la tierra de la escuela. Y se tienen que volver. Cuando llegan, llevan los lápices en cartucheras que dicen Mocase. Y las maestras que vienen de otros pueblos o de otras historias, los castigan. “Los ponen en penitencia, en un rincón”, relata Angel Strapazzon. Mientras Paulino Rizo Patrón se va del Hospital del Chaco tranquilamente, sin juez ni custodia, con la sangre aún fresca brotando de la yugular de Galván. Rizo Patrón libre y en paz. Los niños de Quimilí arrinconados. Ellos y sus cartucheras del Mocase.

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Hacía seis años que el Movimiento Campesino de Santiago del Estero había aparecido, entre Los Juríes y Quimilí, resistiendo al saqueo de la tierra. Ahí fue, en marzo del 96, cuando el gobierno de Carlos Menem aprobó la soja transgénica con uso de glifosato. Y todo voló por los aires. En seis años, la soja pasó de ocupar seis millones a hectáres a once. En 2011 llegaron a veinte: el 56% de la tierra cultivada del país. Angel Strapazzon, fundador del Mocase, recordó a Ape que “desde ese momento se aceleró un proceso de búsqueda de rentabilidad y dinero fácil. Con la soja en seis meses se puede hacer mucho dinero. Con 400 hectáreas, una máquina que remueva, siembre y después coseche, se ganan tres millones de dólares. Es dinero fácil, rápido y de manera canalla. Porque se podría hacer legítimamente, por arrendamiento o por aparcería pero se hace de manera canalla”. El modelo del monocultivo, que le va exprimiendo el alma a la tierra y la deja exánime, en agonía, forma parte “del modelo de producción de alimento que cuestionamos nosotros y la FAO (organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) también. Es que han aceptado ya que cuanto más aumentó el cultivo de soja en el mundo, más aumentó el hambre”.
La maquinaria del modelo canalla, que desaloja y mata, es “un contubernio entre inmobiliarias, escribanías y abogados para fraguar títulos y venderlos de manera dolosa. Crean bandas armadas que nos persiguen en los campos y nos asesinan. Ferreyra y Galván son la evidencia, pero también hay muertes muy silenciosas, gente que es desalojada y dejada sin dignidad, y esas muertes son mucho más numerosas”, relata a Ape el dirigente del Mocase.
La tierra guarda las huellas de estos años de persecución. El 18 de octubre –un día antes de la salida tranquila de Rizo Patrón del hospital del Chaco- César Navarro fue arrastrado, golpeado y amenazado en la comisaría de Campo Gallo. El juez del crimen de segunda nominación de Santiago del Estero, Tarchini Saavedra, libró la detención de César y de su hermano Alfredo, que es un niño. Los dos defendieron su tierra en Campo Verde. No le clavaron un cuchillo en la yugular a nadie. No desangraron a nadie. No mataron a nadie.
“Esto forma parte de una persecución que lleva ya más de 10 años y que se agudizó en los últimos tres, donde las operaciones armadas entre grupos sojeros, el poder judicial, y la policía de la provincia que debería responder el poder ejecutivo provincial, han logrado el efectivo resultado de dar vuelta la tortilla. Asesinaron a Cristián Ferreyra, y a Miguel Galván en menos de un año”, dice Strapazzon a Ape. Y habla de la tierra del revés. “En el Juzgado N° 2 de Metan a cargo de Mario Dilacio, su secretario nos dijo a nosotros y a nuestra abogada que ellos no se iban a ocupar en investigar nada, que solamente iban a garantizar la detención del asesino, pero que este juzgado es como un hospital. Atendemos a los heridos. Lo demás no nos importa. No se mete en problemas con gente poderosa”.
En la triple frontera de Chaco, Salta y Santiago “hay mucha violencia, con la complicidad del poder judicial, del ejecutivo y con protagonismo de personajes históricamente de gran poder social y económico como el famoso Alfredo Olmedo”. Diputado por el Pro, ex candidato a gobernador de Salta, cultivador y propietario de 110 mil hectáreas, facturador de 50 mil millones de dólares anuales, en cinco años duplicó la cantidad de tierras propias.

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En el campo se ve cuando el sol lagañoso se despereza allá abajo. Donde el cielo se junta con la pacha. “Es un mundo con mucha diversidad. La agricultura campesina, familiar es comunitaria. En cada lugar hay un centro cívico, una escuela, la tierra no está cuadriculada, se siguen los caminos de la naturaleza… la gente vive pasando tal árbol, o antes de llegar a tal monte. A veces está la capilla de los evangélicos o la de los católicos o el ritual indígena. Y a veces conviven los tres”. Strapazzon describe: “en esta época la gente se levanta muy temprano, toma mate o tereré, atiende los sembrados como hasta las 11 porque después hace mucho calor; pero esa vida serena, dura y bella, ha sido trastornada por la presencia de las topadoras”. Y por los alambrados que cortan la tierra en porciones. Y que encierran el agua que debían tomar los animales. Y el pasto que debían comer. Por las cercas “que impiden que nuestros niños y niñas puedan llegar a la escuela, tanto porque cierran los caminos como también porque hay hombres armados recorriendo el territorio y son una amenaza permanente”.
Un reino donde a veces la vida se pone patas arriba. Bien de revés. Donde nadan los pájaros y vuelan los peces. Donde los asesinos caminan libres y en paz. Donde a los niños de Quimilí les alambran la calle y las cartucheras. Y les ponen el futuro en penitencia.

 


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