Piedras de escándalo

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Por Claudia Rafael

(APe).- El zoom de la cámara enfocó el rostro cada vez más. Sus ojos niños concentraban la historia entera de la humanidad. Los dolores, las angustias, los miedos extensos en el tiempo. Su gesto hosco esconde el espanto de la vida impugnada durante cada uno de los días. Por su memoria atraviesan túneles de olvido. Intenta arrinconar al olimpo de la desmemoria los recuerdos de fragilidad. No le sirve ahora. Le urge recubrirla de imágenes que le son ajenas para no sentir. Es ahora o nunca. La cámara con su ojo controlador detecta el más nimio de sus movimientos. El instante exacto en que levanta la piedra. El gesto desmedido de impulsar el brazo derecho hacia atrás mientras el izquierdo se dobla y eleva el codo apenas unos centímetros por encima del hombro, la mueca de desagrado y el mechón de pelo de un rubio ficticio que salta salvaje y rebeldón sobre su frente.

El ojo de la cámara visualiza sin piedad el momento en que la mano derecha se fue corriendo hacia delante. Sólo queda fuera de su órbita el imperceptible despegar del dedo índice de la piedra. Casi como buscando una perfección en el tiro que fue ensayando en el terreno baldío de vida ahí nomás de la casucha desmadrada de ternuras.

El zoom de la cámara se aleja pausadamente y busca la panorámica que lo ubique en el sitio exacto a esa hora exacta. El no lo sabe. Es ajeno a todo en ese instante de fuego. Sus ojos fijan en la vidriera de cuatro metros de largo con letras blancas sobre fondo azul del banco y mide la distancia. Después, exactamente diez segundos después, deja salir la piedra con la fuerza de la rabia amasada por siglos de marginación.

El golpe seco sólo alcanza a astillar el doble vidrio opaco. Una telaraña se dibuja y el zoom de la cámara se detiene allí y capta en dimensiones macro cada uno de los dibujos. Casi al mismo tiempo se escucha –demoledora- la sirena que amenaza con paralizar sus pies largos y adolescentes. Apenas tres o cuatro segundos. Después emprende la huída y se pierde en la oscuridad. Sólo su firma espiralada de tajos sobre la vidriera anunciarán su paso por allí.

Es uno entre el millón 225.000 en la provincia entre los 15 y los 19 años. Desnudo de corazas y potente en miedos. La piedra en su mano fue el cañonazo al sistema. El fusilamiento feroz a la inequidad en apenas un segundo que no alcanzó a derrotar a ese Goliat de fuego y miseria que le barrió las esperanzas.

“Los niños nos transmitieron un mensaje que a mí me toca profundamente, que es el mensaje del miedo. Al describir su cotidiano, era la noción del miedo a lo que siempre están expuestos: miedo de jugar en la calle, miedo de caminar hasta la escuela, miedo de quedarse solo en la escuela, miedo de estar en la familia, miedo a los centros de protección, miedo de estar detenido en los centros de detención, etcétera. Pero al mismo tiempo, contando historias muy preocupantes del impacto de la violencia que nos golpeaban a todos, por su profundidad, por su carácter dramático”. Así describió Marta Santos Pais, relatora especial del Secretariado General de Naciones Unidas sobre Violencia en contra de la Niñez, las historias de miles de manojos de pibes arrinconados de la vida.

La salva de rabia sobre la vidriera le provoca un alivio que sólo lo liberará por un rato de tanta mochila precozmente desigual y cruel. No hay cobijo para su cuerpo tenue, que ostenta sobre sus hombros –por apenas unos pocos minutos- la rebeldía feraz de esclavos sedientos de justicia.

Esta vez tuvo suerte. Se sabe hermanado con esos cientos de miles que caen desnudamente a los pies de la intemperie. La suya, después de todo, es una historia de intemperie. Relato de estadística vulnerable es su vida. Donde el 58,6 por ciento de los adolescentes que mueren en la provincia, lo hacen por causas “externas”: 14 de cada 100 suicidas que jamás encontraron consuelo en los días de tiniebla eterna; 18 de cada 100 asesinados por balas que arremetieron su piel quebradiza hasta devorarla. Balas policiales, balas perdidas, balas narcotraficantes, balas hijas de otras balas, balas que no matan pero encierran. El 81,5 por ciento de esas muertes recae sobre varones. “A partir de una construcción mediática, pero no solo mediática porque sería muy cómodo, sino a través de una construcción política del enemigo en términos securitarios, el joven varón pobre es el sujeto privilegiado para focalizar todo los ´tratamientos´ del sistema penal, desde la policía hasta el encierro punitivo, pasando por la justicia”. Define Alcira Daroqui en “La práctica local y el seguimiento de las leyes”.

Son esa porción del sistema social que se retrae hasta una contracción cruenta que expande hasta límites impensables el sistema penal. Son esa pieza del puzzle sistémico que es concebida como excedente. “Cuerpos que ya no son productivos en el ordenamiento socioeconómico actual: imposibilitados para consumir, parecería ser que son solamente clientes potenciales de un mercado en particular, el mercado penal y nunca más del mercado social o del mercado laboral. Sin dudas, esto tiene que preocuparnos, tiene que preocuparnos principalmente por los jóvenes y por los adolescentes, claros privilegiados en el despliegue selectivo de la violencia estatal en manos de la policía y otras fuerzas de seguridad”, argumenta Ana Laura López, investigadora de la UBA.

Académico de la Universidad Nacional de Cuyo, Eduardo Bustelo Graffigna plantea que “la biopolítica puede ser pensada como la capacidad regulatoria del poder sobre la vida pero también como "tanatopolítica" o sea, la negación de la vida o la política de expansión de la muerte. La mortandad de niños, niñas y adolescentes es la forma más "silenciada" de la tanatopolítica moderna. Denomino entonces forma superior de biopolítica a la que se "aplica" a las nuevas generaciones. En este caso, la muerte masiva y cotidiana de 30.000 niños/as y adolescentes por día, lo que aparece completamente "naturalizado" y nadie podría ser condenado por esta situación”. Esa forma “tanática” moderna que termina por hacer natural a los ojos de la sociedad la muerte de 10,6 millones cada año de niños, niñas y adolescentes.

Una forma que muta crudamente entre la lástima y el exterminio. Entre el olvido y el arrinconamiento a la sobrevivencia más aguda en la que no pueden intervenir más formas que las de la compasión y la misericordia o bien el poder de la fuerza represiva, el sometimiento, la victimización, el golpe, la institucionalización, el encierro, el objeto perfecto de la tolerancia cero hacia esa clase peligrosa que osó asomar la cabeza.

Es la infancia no previsible. El germen certero e imparable de la emancipación y la transformación desde la raiz. Allí donde semilla la vida nueva. El nutriente inmanejable de fuerzas que pujan por deconstruir el control y que arremeten al corazón del sistema. Que intentan parir telarañas en las vidrieras como símbolo del gran partido de la historia. Los desechables, los marginales, los desesperanzados que intentan a manotazos ciegos quitar la venda de los ojos son el campo de ese partido desigual. Allí donde incuba la rebelión. Donde emerge la fuerza contrapoder y en donde el sistema perfecciona cada uno de sus artilugios necesarios para sostener su dominio. Puliendo las garras portentosas para matar con la certeza de que –diría Agamben- jamás será imputado por homicidio.

Edición: 2097


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