¿Honrar la deuda?

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Por Alberto Morlachetti

(APE).- La actual deuda externa procede de las obligaciones que contrajo la última dictadura militar con la ocupación criminal de las funciones de gobierno. La deuda externa fue una alquimia financiera que permitió que ningún dinero entrara realmente al país y que, a través de “simbolismos digitalizados”, bancos y multinacionales pudieran transferir dólares a sus casas matrices o engrosar cuentas en el exterior. No hay una sola obra pública, un solo hospital, una sola escuela, una sola carretera que se haya financiado con el virtual endeudamiento externo.

 

Las democracias supuestamente inaugurales del bienestar de Alfonsín, de Menem o De la Rúa, no dejaron de aumentar el volumen de la deuda odiosa, sin cuestionarla, sin oponerse a su legitimidad cuando pudieron animar una trama de posibilidades innumerables. Por el contrario, se la siguió incrementando -mientras apretaban el hambre para que haga silencio- hasta el punto en que adquirió dimensión de “catástrofe pública”. Pero el mundo -como sabemos- es la conveniencia universal de unas cuantas entidades financieras.

La idea de Pavese de que la cuestión consiste en crear climas y atmósferas encontró en Néstor Kirchner un discípulo encantador: ¡Vamos a pelear todos los días con el FMI! decía el presidente apasionado quien ayer pagó al contado 9530 millones de dólares al FMI reconociendo -una vez más- una deuda que lleva en sus entrañas un genocidio.

Simulación triunfante en el imaginario social según las encuestas, aunque el pago que se proclama épico y liberador sólo represente otra derrota. No hay “Deuda Cancelada”. Debemos 124 mil millones de dólares -sin contar los 20 mil millones de los acreedores que no ingresaron al canje de deuda- indica el diseño de las contabilidades perversas.

La política solía ser un arte sublime que tenía el poder de la ilusión. De la mirada actual ha desaparecido la magia que a veces prologa el porvenir. Mientras que “seres sin comentarios” dictan las intemperies que no dejan de dispersarnos y destruirnos.

Fuentes de datos: Diarios Perfil 18-12-05 y Clarín 31-12-05

 


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