Mapas del Imperio

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Por Oscar Taffetani

(APE).- La cartografía y los cartógrafos son más importantes de lo que uno cree. De sus anotaciones marginales, de sus errores de interpretación y hasta de sus errores de ortografía se han alimentado incontables historias y destinos políticos, a través de los tiempos.

El nombre América, por ejemplo, fue impuesto a partir de un mapa elaborado por el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller, a su vez traductor de los relatos del italiano Américo Vespucio.

La palabra Montevideo es trascripción literal de la anotación de un navegante (“Monte vi de E. a O.”, había escrito).

Cape Horn (Cabo del cuerno, en inglés) se convirtió en Cabo de Hornos. A Key West (Cayo Oeste), le tocó Cayo Hueso...

Lo que los mapas indican es siempre convencional, aproximativo. No obstante, un mapa dice mucho del cartógrafo; nos revela su visión del mundo. A eso se refería el artista uruguayo Leopoldo Torres García cuando empezó a pintar una Sudamérica “invertida”, un continente que decidía, por fin, buscar en el Sur su norte político y cultural. Era un sueño, por supuesto, pero un sueño necesario. Invitaba, por medio del arte, a revisar viejos errores.

Policromías y miseria

Hoy las computadoras permiten graficar de distinto modo la información sobre la riqueza y la pobreza, la buena salud y la enfermedad o el mayor o menor acceso a un sinnúmero de bienes de los habitantes del planeta.

Los diseñadores digitales -nuevos cartógrafos- se dejan llevar por la tentadora eficacia de las máquinas y conciben mapas multicolores, armónicos, agradables, para presentar los datos de una realidad que es a todas luces atroz.

Un defecto insalvable de esos dibujos -apuntamos- es que están construidos sobre valores promedio, donde los extremos desaparecen, donde se suaviza el tremendo impacto que tendría el mostrar la brecha entre ricos y pobres de una misma región, de un mismo distrito o de un mismo país.

Aún así, esos (bellos) mapas ponen de manifiesto una realidad insoslayable: el abismo entre el mundo desarrollado (con alto acceso a la alimentación, la vivienda, la salud y la educación) y el resto del mundo.

Si cometiéramos la desobediencia de superponer las cartografías de la pobreza, el hambre, el Sida y la malaria -ésas que habitualmente elaboran entidades como el Banco Mundial o las organizaciones de la ONU- con las del desarrollo científico y tecnológico, las de las redes y la comunicación digital, las del tiempo libre y el turismo, veríamos que se ajustan perfectamente, unas a otras.

Las zonas “oscuras” del hambre coinciden con las del paludismo, el Sida y las enfermedades de la pobreza. Las zonas “claras”, que tienen buenos índices de nutrición infantil, son a la vez las que muestran un mejor acceso a la educación, la vivienda y la salud.

He allí un mundo multicolor y ordenado, en donde los pobres vienen siendo, década tras década, más pobres. Y los ricos, más ricos.

Ahora, para hacer más tajante e inapelable la división, ciertos Estados del planeta han comenzado a construir murallas, murallas que ponen todavía más distancia entre un mundo y el otro.

Un ejemplo claro es el vallado inteligente (y criminal) tendido en la frontera de los Estados Unidos con México.

Con los nuevos muros -que ya son cerca de 60- se acentuará la brecha política, social y cultural entre los pueblos de un lado (por ejemplo, los subsaharianos expulsados de África por el hambre, o los espaldas mojadas mexicanos) y los pueblos del otro lado (los ilegales africanos en Europa, los ilegales mexicanos en los Estados Unidos).

Pobres muy pobres de un lado, pobres menos pobres del otro. Y un muro como toda respuesta de los gobernantes al problema.

Sin embargo, la pobreza -no es clarividencia, sino sentido común- volverá a manifestarse a uno y a otro lado del Muro, ya que éste no resuelve la cuestión principal, que es la injusta distribución de la riqueza.

Borges y los cartógrafos

En su epigrama “Del rigor en la ciencia”, Borges satiriza el deseo de perfección y los delirios de ciertos cartógrafos que quisieron hacer un mapa imperial... del exacto tamaño del imperio.

“Menos adictas al estudio de la cartografía -escribe, sarcástico- las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos...”

La ironía borgeana nos sirve para marcar la insensatez -e inhumanidad- de los nuevos amos imperiales, capaces de rasgarse con una mano las vestiduras en cada conferencia internacional, mientras con la otra mano firman decretos para comprar más armas, construir más muros y hacer nuevos mapas del Imperio.


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