En otra música...

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Por Elías Neuman

(APE).- Eran los tiempos del nazismo. Un tren de carga se detiene en la ciudad de Dachau cercana a Munich. Desde los vagones llegan los gritos desesperados de los que van a morir en los hornos del campo de concentración, hoy convertido en abrumadora muestra pública de la inhumanidad de lo humano. Gritos y ruegos desesperados atruenan el espacio y sobrevuelan la sala de un teatro cercano donde el célebre pianista Walter Gieseking ejecuta, en esos momentos, con plácida y solemne maestría a Debusy. Los gritos de dolor interfieren, cortan el aire, pero los melómanos seguirán la estela musical más allá de todo desgarro, de todo llanto.

 

Las víctimas son forzadas a descender, sus gritos se hacen entonces más audibles, desgarrados, clamando al cielo, incontenibles. Depositada la cuota diaria para el holocausto, el tren de la muerte parte hacia rutas que otros manejan, mientras hombres y mujeres imperturbables, abismados, se funden en el embelezo de notas musicales.

Cuando terminó la guerra se conocieron las atrocidades de los campos de concentración, en especial el de Auschwitz, que aún estremecen los sentidos y echan por tierra elementales valores humanos. Se dijo: ¡Después de Auschwitz ya no será posible la poesía! ¡La poesía ha muerto! Adorno, con intenso quebranto, indicaba que ya no podría sobrevivir la ética de su estética. Que el alma humana no podría soportar su obra prístina, después del holocausto.

Se elevaron entonces voces, como las de Primo Levi y George Steiner, indicando con dolorida firmeza y denuedo, que la poesía no podía morir, que ella es vida, engendradora de vida, y seguirá siéndolo.

Creo que fue a partir de ese momento que comenzó el debate -luego acallado- sobre si es posible y es moral hacer poesía del dolor extremo, ferocísimo, que rebasa el sentido de y hacia lo humano.

Hoy el mundo atraviesa por un largo genocidio producido por la metralla y el gas deletéreo del hambre. Pero los gritos de cientos de miles de personas que lo padecen, como en el concierto de Gieseking, no ingresan en el escenario de nuestras vidas. Estamos sumidos en otra música, en otros acordes y no hay tiempo ni oblatividad para tender la mano a los que van a morir... Empero, es preciso recordarlo, una y otra vez: ¡quien muere por hambre, muere asesinado...!

Algunos cultores de las ciencias sociales desde sus canonjías científicas o en ensayos y monografías, denominan al hambre “estado de sub nutrición”... pero no, el hambre es tan solo hambre y no otra cosa. En tiempos del neoliberalismo, superando al darwinismo social, el hambre impone el paradigma de la sumisión, del control, del sometimiento humano a la inmolación.

Malthus, desde la galaxia en que habita, sonríe.


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