Valentín y esas caras en los trapos

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Por Carlos del Frade

(APe).- Las muertes de los pibes siguen siendo un factor común que atraviesa la geografía de las tres principales provincias argentinas como son Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. Cada fin de semana, en las populares donde las hinchadas cuelgan sus “trapos”, sus banderas, cada vez son más las telas dibujadas con las caras de los muchachos exiliados del paraíso terrenal que nunca tuvieron.

En Córdoba, Rosario y Capital Federal, muchachos menores de veinte años que solamente tenían la identidad que ofrecen los queridos colores del club de fútbol del que se enamoraron, piantan para la pampa de arriba antes de tiempo como consecuencia de los negocios que ofrecen las mafias narcopoliciales que primero los usan y después los desprecian en fuego cruzado.

En el barro de la historia, la sangre derramada de los chicos, esos mismos que después pueblan los paravalanchas, está mezclada con el dinero que luego se lava en los centros de las tres ciudades más importantes del país.

Las caras que emergen de las tribunas tienen dibujadas sonrisas melancólicas que ya no están. ¿Qué será de las familias que necesitan volver a ver esas señales?.

¿Qué crónica contará el día a día de los grupos de parientes, amigos y amores que ya no tienen esos pibes, la sonrisa de esos pibes?.

A pesar de que los números de los homicidios se vayan achicando, la ferocidad de los negocios narcopoliciales multiplican historias densas y brutales, como de las de Valetín Reales, de solamente catorce años.

“A los 14 años, y con seis sobre su espalda trabajando para una banda criminal, decidió contar su experiencia ante la justicia para ponerle fin a esa historia. La justicia provincial detuvo a sus principales miembros, muchos de ellos adolescentes, pero poco hizo para protegerlo. Desde el 15 de noviembre de 2016 Valentín se encuentra desaparecido. Los relatos barriales ubicaron su cuerpo, brutalmente torturado y vejado, en un campo. Sin embargo cuando los rescatistas llegaron y excavaron, solo quedaba de él una zapatilla con sangre. Se presupone muerto, aunque las presunciones son más graves aún: como la que supone que fue desenterrado la noche anterior al hallazgo, por alguien que tuvo la logística y la información sobre la medida judicial. No hay que especular mucho para pensar en sus responsables: la subcomisaría 18 del barrio es denunciada en esta nota por familiares y allegados a Valentín por su complicidad. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos acaba de pronunciarse pidiendo la custodia efectiva de la mujer que le abrió las puertas de su casa y que está siendo brutalmente agredida cada día. También le pidió al estado santafesino que considere el caso de Valentín como desaparición forzada de personas, por lo cual debería pasar al fuero federal”, dice la excelente nota escrita por José Maggi en el diario “Rosario/12”, del domingo 23 de abril de 2017.

-Valentín fue un soldadito de los Cuatreros, desde los ocho años, vendía droga para ellos, acá en la plaza. Hasta que se hizo amigo de mi hija, y le empezamos a decir que una cosa era consumir y otra cosa vender. Vendía porros, merca, un poco de cada cosa, en la plaza frente a la comisaría y frente a la escuela – dice Ramona, la mujer que decidió ayudarlo a los 10 años.

"Valentín apareció cuando perdí a mi marido. Ni bien llegamos a esta casa, mi marido se murió de un ataque al corazón. Sufrió mucho porque tuvimos que dejar nuestra casa anterior, regalarla a una iglesia evangélica. Los Cuatreros nos exigían que se la entreguemos para poner un búnker, que estaba frente al bunker de ellos, en la calles Los Gorriones al 600". Como nunca accedieron, tuvieron que irse. Pudieron hacerlo por el esfuerzo de su esposo, contratista de obra. La salud sin embargo le jugó una mala pasada: falleció dos días después de esta mudanza”, sostiene la nota citada.

Los Cuatreros no pueden actuar con semejante impunidad sin complicidad policial que depende del poder político. Las más famosas bandas, de Rosario, Córdoba y Capital Federal, tienen, entonces, nexos con los nichos corruptos de las fuerzas policiales e institucionales y también con contadores, abogados y empresarios que les permiten lavar el dinero hijo de la violencia que crece en el barro mezclado con sangre de pibes como Valentín.

Cuando en las tribunas aparecen cada vez más esas caras, quiere decir que en la cancha grande de la realidad, los chicos están más cerca de la brutalidad narcopolicial que de la ya olvidada consigna de la juventud como divino tesoro.

Aunque los números de homicidios desciendan, según dicen las cifras oficiales, muchos pibes menores de veinticinco años están lejos de tener paz, justicia y alegría.

Fuente: “Rosario/12”, domingo 23 de abril de 2017.
Edición: 3382

 


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