Los niños de pijamas a rayas

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Por Facundo Barrionuevo

(APe).- “La niñez transcurre entre sonidos, olores e imágenes antes de que llegue la hora oscura de la razón”. Esta frase del poeta británico John Betjeman, es el epígrafe del film “El niño del pijama a rayas”. Puede que esa idea nos aporte una clave de lectura frente a las historias que en el cine han intentado abordar las mayores aberraciones humanitarias bajo la perspectiva de la infancia.

Niños que entienden poco y nada de aquello que los rodea y van descubriendo lo real de la bestialidad de la guerra tras los velos de una fantasía que sería propia de la psicología infantil, o bien, inventada por aquellos que les quieren evitar el sufrimiento.

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Ofelia es una niña en la España de guerrillas post Guerra Civil, que retrata El Laberinto del Fauno de Guillermo del Toro. Hijastra de un oficial franquista y sumida en sus lecturas de cuentos de hadas, Ofelia accede a través de un laberinto a un submundo de seres extraños donde un Fauno le da tareas que en definitiva la ayudan a sobrellevar su vida real e incluso una muerte transfigurada en princesa.

En la Vida es Bella de Roberto Begnini, Guido y su hijo Josué atraviesan la vida del campo de concentración nazi como participantes de un juego que día a día, en medio del horror, Guido diseña con exquisita ternura para salvar la vida de su hijo y lograr el reencuentro con su esposa. “Duerme, buen muchacho. Tal vez sea todo un sueño.”

La novela “Cometas en el cielo” narra la amistad de Hassan y Amir que atraviesa, en sus vaivenes, la historia de un Afganistán asediado por los intereses imperialistas, desde que era un próspero país hasta los años de invasión estadounidense en los años dosmil. Queda en Amir el recuerdo de infancia en medio de certámenes de barriletes, refugio de una memoria que esperanza y un exorizarce por medio de la literatura. “Sueño con que los pimpollos florezcan en las calles de Kabul... y las cometas vuelen en los cielos. Y sueño con que algún día regreses a Kabul a visitar la tierra de nuestra infancia.”

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Los rostros de los niños Sirios envueltos en polvillo y sangre reclaman justicia y paz. No hay quien pueda crear una fantasía que suavice el peso del escombro, el rugido de las bombas o la muerte sofisticada de los ataques químicos.

Tal vez sea todo un sueño, una mala pesadilla.

En Yemen, Libia, Afganistán, Irak y Siria los niños saben de qué está hecha la muerte. Saben quiénes son sus provocadores. Saben que la guerra desde el 2011 creó quinientos mil huérfanos, más de quincemil niños muertos y miles y miles de mutilados, la dificultad total para acceder a suficiente alimentación, salud y escolarización .

Con ellos guardamos la tozuda esperanza de que un día este juego tan raro terminará y la justicia logrará imponerse. Terminará a fuerza de narrar la verdad para vivir, de la manera que sea, más temprano que tarde, y como Josué algún día festejar que “Hemos vencido..., miles de puntos para reventar de risa. Y volver a casa (...). Hemos vencido”.

Edición: 3595

 


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