La gorra, la teta y las fieras

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Por Claudia Rafael

(APe).- Los tiempos del disciplinamiento social se profundizan, como es usual cuando los hechos se acompañan de un discurso desembozadamente represivo. Pintar con aerosol un paredón y correr entre la oscuridad de la noche es premiado, en la Mar del Plata que impuso a Carlos Arroyo como intendente, con allanamientos cargados de violencia, secuestro de textos marxistas, pintura y detenciones.

La escena de una madre amamantando a su bebé en una plaza de San Isidro es concebida como una provocación a la moral y a las buenas costumbres y el mero reclamo, caracterizado por la policía como “resistencia a la autoridad”.

Las detenciones por la fórmula ilegal de la doble A (Averiguación de Antecedentes) o AI (Averiguación de Identidad) son bosquejadas por fiscales del Fuero de Responsabilidad Penal Juvenil de distintos departamentos judiciales como una realidad creciente e imparable.

Los policías locales que se permiten ingresar con naturalidad a ciertas escuelas secundarias del conurbano. En ocasiones, armados. O bien aplican “correctivos” que dejan sangrientos escenarios de abierta dominación hacia los ejércitos de pibes que no conciben una luz de mañana con la que arrancarse de encima los harapos de la desigualdad.

La aprobación por parte de la justicia rionegrina del fallo que permite detener niños y adolescentes en “situación de abandono” con la aclaración de que la policía “debe proteger al menor involucrado, cumpliendo con la finalidad de dar seguridad” y deben evitar discriminar por “el color de tez, nivel económico revelado por la indumentaria, juventud o género”. Como si el abandono fuera una “situación” y la seguridad –en el sentido de resguardo y cuidado amoroso- una potestad de los portadores de la perversidad.

Todo tiene un aval discursivo desde el poder que se afianza y se propaga con éxito cuando la sociedad teme.

En los escenarios transicionales –escribió Maristella Svampa- “emergen nuevos núcleos de tensión, que ponen de relieve la potenciación de los obstáculos, visibles en la profundización de formas de control y disciplinamiento social, a través tanto de la criminalización de la protesta social y la tendencia al cierre del espacio público en nombre de la seguridad ciudadana, como de la tentativa de militarización de los espacios estratégicos y, en ciertos países, el avance de la legislación antiterrorista”.

Las calles del lodo-las villas-las esquinas de gomaespuma gastada y techo de cartón-las carpas de nylon-los vagones de trenes abandonados constituyen de por sí cárceles a cielo abierto y se elevan a la categoría de instituciones de control. Hay rejas indelebles que marcan el ritmo y los movimientos. Que deciden hasta dónde y hasta cuándo.

Zygmunt Bauman escribió que “en las grandes ciudades, el espacio se divide en comunidades cerradas (guetos voluntarios) y barrios miserables (guetos involuntarios). El resto de la población lleva una incómoda existencia entre esos dos extremos, soñando con acceder a los guetos voluntarios y temiendo caer en los involuntarios”.

Entonces “las víctimas son domiciliadas fuera del universo sagrado de la obligación moral como escribió Helen Fein”, analizó Alberto Morlachetti. La misma Helen Fein que elaboró que los genocidios son la  “acción sostenida e intencionada llevada a cabo para destruir físicamente, directa o indirectamente, a una colectividad, a través del impedimento de la reproducción biológica y social de los miembros del grupo, sostenida a pesar de la rendición o ausencia de amenaza por parte de la víctima”.

Es el capitalismo descarnado y al desnudo. Que recorre caminos discursivos más o menos duros y actúa en consecuencia. Es el mismo y exacto modelo. Varía en sus formatos que avanzan hasta donde es posible avanzar según los tiempos. Se disfrazan ciertas formas o se desemboza sin el menor cuidado.

La justicia reclama más penas. Los gobernantes edifican prisiones. Los brazos armados del Estado corrigen conductas anómalas al sentir del sistema capital. Los marioneteros de los desarrapados compran favores y pagan con desprecios. Organizan redes de autosustentamiento que usan y tiran.

Las prácticas sociales del castigo marcan el paso de los olvidados de la tierra. Y las fábricas de la pobreza producen mendigos en serie. Sacan a la calle limpiavidrios y vendedores de tissue por diez pesos los tres paquetes. Confeccionan consumidores de polvos y somníferos que aletargan. Y vacían de ritmo los pentagramas para cargarlos de violencias que van perdiendo en el sendero el amor a la condición humana. Castigan el poema de denuncia o el grito con forma de aerosol en una pared. Condenan la teta pública como una insolencia de la vida. Reprimen por si acaso el desamparo no sea cosa que mute en colectivo armado de quimera. 

Mientras tanto, estoy (estamos) en los ruidos de la tristeza, en las tablas de la perdición, en el aire de este tiempo maldito, infortunado; llovizna criminal y sucia, como escribía Paco Urondo. En un tiempo que simplemente cambió sus matices. Nunca es igual aunque siempre lo sea.

Edición: 3196

 

 

 


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