Narqueras

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Por Carlos Del Frade

(APe).- Muchos años antes que Rosario fuera noticia a nivel nacional por homicidios vinculados al narcotráfico, una maestra de escuelas primarias de la zona sudoeste advirtió que las chicas ya no querían ser botineras, si no, narqueras. Todavía no era el tiempo de la revolución de las hijas ni la extraordinaria irrupción del feminismo y muchas chicas, entonces, pensaban que no tenía sentido ser novias de futbolistas si no de narcos barriales.

Era una señal que surgía de las entrañas más profundas de la sociedad.

Un anuncio que hacía una maestra sensible y atenta a lo que dicen, hacen, sueñan y dejan de decir y hacer sus chicas y sus chicos.

Ocurrió lo que generalmente sucede. Las autoridades no le prestaron atención.

Era el inicio de un proceso histórico diferente que daba cuenta de esos mundos paralelos que existen en el supuestamente único y normal en el que habitamos.

Los agujeros negros que inventó el desarrollo capitalista en la ciudad, desapareciendo los talleres textiles y metalúrgicos y amaneciendo los espacios adecuados para la democratización de dos arterias fundamentales de su corazón como el contrabando de armas y el narcotráfico, generaron los cambios en el imaginario colectivo de pibas y pibes.

Narqueras, sí; botineras, no.

Ahora, casi quince años después de esa lúcida advertencia de la maestra sensible del sudoeste rosarino, las crónicas policiales de la ex ciudad obrera ubicaron dos femicidios en el norte de la geografía, allí donde antes florecían las grandes empresas textiles, los galpones y hasta pequeñas industrias químicas.

Dos pibas vinculadas a las bandas que se disputan la comercialización de drogas en esa zona de la ciudad, fueron asesinadas con la diferencia de pocas horas.

Dos chicas que necesitaban soñar, desear y vivir, mucho más allá de las imposiciones de las minorías que terminan modificando hasta el paisaje de las grandes ciudades que alguna vez fueron obreras e industriales en la Argentina del siglo veinte.

Daiana Paiva tenía solamente veintiséis años y Agustina Thomson tenía solamente veinte años.
Mucha vida por delante. Mucha alegría por multiplicar.

No las dejaron.

Para el fiscal de Homicidios Dolosos, Adrián Spelta, los dos asesinatos ocurridos en la noche del lunes 10 de febrero de 2020 en la zona norte están vinculados.

Según los medios de comunicación, esos femicidios tienen el contexto de los grupos que pelean en la zona norte por la supremacía en el negocio narco. Por un lado el que históricamente lideró el joven condenado por el atentado contra el entonces gobernador Antonio Bonfatti, Emanuel Sandoval, alias Ema Pimpi, asesinado en 2019; y el de Olga “Tata” Medina, procesada por narcotráfico.

Daiana Paiva, fue atacada por dos personas en moto. Al momento de la agresión estaba acompañada por un joven, quien terminó detenido.

-Es confusa la relación. Sería un amigo, según familiares. Sería una persona que hace mucho tiempo estaba con ella, pero él nos dijo que hace meses vive en Rosario. La investigación está en curso. Hoy puedo decir que estaban juntos cuando aparecen dos personas con armas y empiezan a disparar. Tengo la convicción de que esta persona conocía a los agresores. No habría posibilidad de que no reciba un solo disparo – dijo Spelta.

En el acaso de Agustina hay pocos testigos.

-Estaba en la puerta con el celular. Recibió tres impactos en el pecho – apuntó el funcionario.
Daiana y Agustina, como tantas pibas en la Argentina crepuscular del tercer milenio, necesitan vivir de acuerdo a sus sueños como también requieren de maestras atentas que adviertan los ríos profundos de la historia de un pueblo que son alterados por los negocios mafiosos de unos pocos.

Daiana y Agustina eran mucho más que narqueras, eran chicas que necesitaban ser felices y pelear por hacer realidad sus sueños.

La impunidad de los negocios del capitalismo las convirtió en nombres que rápidamente serán olvidados en las crónicas policiales.

Mural: Natalia de la Fuente - Chile

Edición: 3941


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