Perpetua a los desaparecedores de Daniel Solano

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Por Claudia Rafael

(APe).- “Mientras sea desaparecido no puede tener tratamiento especial, porque no tiene entidad. No está muerto ni vivo...está desaparecido”. Cínica perfección la de Jorge Rafael Videla al definir a los 30.000. Treinta y nueve años después de esas palabras del dictador, siete policías fueron condenados a perpetua por haber asesinado y torturado a Daniel Solano, ese muchachón que el 2 de noviembre próximo hubiera cumplido 34 años. A pesar de que Daniel, como Marita Verón, como Erika Soriano, como Miguel Bru, como Iván Torres, como tantos y tantos, jamás apareció. Y sigue en ese limbo macabro pergeñado como método sistémico que se cobijaba en el nido mórbido y protector de la Justicia, conocedora de velos que ocultan y de atajos.

Sin el cuerpo tangible de Daniel de ojos rasgados y tez lodo Sandro Berthe, Pablo Bender, Héctor Martínez, Juan Barrera, Pablo Albarrán Cárcamo, Pablo Quidel y Diego Cuello irán a la cárcel con una condena a perpetuidad. Que tuerce el principio de que sin cuerpo no hay delito. No hay cuerpo para derramar dolores con una flor pero sí palabras, testimonios, rastros, huellas, miradas que reconstruyeron quiénes, cómo, por qué Daniel Solano, el salteño golondrina llegado a Choele Choel desde Misión Cherenta fue devorado por los constructores de un sistema perverso.

Los obedecedores sistémicos que cumplen órdenes conocerán el encierro y las rejas. Difícilmente los hilos se corten en otros tramos que no sean los más delgados. De donde –sólo en ocasiones-suelen caer ciertos ejecutores que cumplen mandatos empresariales, sindicales o políticos. Aquellos que salen a cazar a los rebeldes innatos, a los militantes férreos, a los ingenuos que alzan la voz ante la inequidad, a las semillas que emergen de la Pacha. A los que con su voz en alto, destemplada o baja, estentórea o temerosa, tratan de reclamar como osó Daniel Solano ante la firma Agro Cosecha (tras la desaparición rebautizada Trabajo Argentino) por los pagos irregulares.

Daniel Solano, con su nombre y su rostro guaraní, con su desaparición eterna, dejó al desnudo la estructura más acabada y vil de la expoliación sistémica. Que aceita los engranajes de la sumisión para que nada cambie.

Siete policías fueron condenados a perpetua por asesinar a un trabajador golondrina, anónimo como los ejércitos milenarios de anónimos que construyen pirámides, palacios, canales, puentes; que circulan entre cosecha y cosecha, de norte a sur y de este a oeste. Se llevaron puesta la dignidad para aleccionar a los que intenten gritar en medio del silencio. Gualberto Solano, el papá de Daniel, no llegó a ese día. Un manojo de meses antes, se lo llevó la tristeza.

Edición: 3671


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