Las fuerzas armadas y la fragilidad del enemigo

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Por Silvana Melo

(APe).- La construcción de un enemigo necesita imperiosamente el arma para doblegarlo. Los que nacieron hace diez, quince, dieciocho años, no conocieron una dictadura en carne ni en hueso. Pero sí pueden testimoniar el disciplinamiento de las terribles policías provinciales, de la gloriosa gendarmería de las fronteras, de la prefectura del río y del mar. El enemigo, desde el Estado, se construye con mirada de niño, con manos marginales, con la furia del saqueado, con la rebeldía de los transformadores. El enemigo es frágil y multitudinario. Por eso el Estado éste desempolva el ejército, lo reivindica, lo plancha, le adjunta la Marina, planta en el cielo la aeronáutica y los coloca prolija y estratégicamente en la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo. Que no serán otros que las miradas de niño, las manos marginales, la furia de los saqueados y la rebeldía de los transformadores.

El narcotráfico es un híbrido conformado por bandas civiles y logística policial. Los barrios populares son cárceles abiertas donde la infancia y la adolescencia son rehenes de y regidos por la conducción bipartita de la patria narco que los gobierna. Como embajadas dentro de un país que ve delineando su perfil acotado, finamente selectivo. Las policías corrompidas han sido reemplazadas por la gendarmería y luego por la prefectura. No se comprende bien si para quitar el tejido descompuesto y reemplazarlo por otro fresco o bien para descomponerlo todo y contar con fuerzas especiales que comanden el negocio sin fisuras.

Las fuerzas armadas parecen puestas en el mismo rumbo. Si van a combatir el narcotráfico, primero deberán pasar por el cerco de tres fuerzas de seguridad. Y combatirlas con la misma fiereza. O bien, unirse a ellas. (Mejor preguntarle a México cómo resultó). Cualquiera de las opciones crucifica a los frágiles. A la marginalidad confinada a los rincones de la tierra, a los que conservan el fueguito de cambiar las cosas, a la infancia y a la adolescencia que no tiene ni tendrá lugar (envenenada, corroída en sus capacidades, atravesada por el hambre, amenazada por las balas del estado) en el mundo que están pintando, donde no caben los otros mundos.

Los que tienen menos de treinta años no sufrieron una dictadura en las ochavas oscuras, en la mutilación del mañana, en las encías ni debajo de las uñas. Pero sí resisten cotidianamente la persecución, el disciplinamiento y la aniquilación de las policías, la gendarmería, la prefectura. La gendarmería volcada a los barrios, cercando a la pobreza, encerrando a la marginalidad allí donde debe estar, en la clandestinidad de los desechos. La gendarmería quitada de las fronteras por el estado aquel, el anterior, que las reemplazó por fuerzas armadas en la vigilancia supuesta de lo que entra y de lo que sale. Escudo Norte se llamó aquella operación más silenciosa, sin actos oficiales , donde el general César Milani abrió las puertas para el regreso de las FFAA al sol público. El estado éste, despojado de prejuicios e incomodidades, lo anuncia en el Día del Ejército, en un discurso vindicativo , con el olvido colgado del cuello como una cocarda, el olvido de todas las formas y colores del horror.

Entonces se habla de la lucha contra un terrorismo que no existe. Salvo que el tejido de alineamientos internacionales y de la instalación de agencias de la hegemonía mundial en este sur remoto provoquen el esfuerzo y la inversión de las células islámicas para llegarse hasta acá.

De otra manera, el terrorismo será el mismo de la Ley Antiterrorista, del Proyecto X y del macrismo deseoso de poner al ejército en la calle para preparar chocolate los 25 de Mayo y desactivar a cualquier costo los embriones libertarios que nacen tercamente en las barriadas. A pesar del Estado espía, del Estado controlador, del Estado avasallante, del Estado ejecutor.

Y pondrá entonces el macrismo el ejército en la calle, la Marina en los arroyitos contaminados y la aeronáutica chocándose con los drones en la espiación (y no expiación) de cualquier grito popular. En un triste escenario de visitas donde los amigos y las amigas vienen a casa con cuchillos y coronas de espinas. Con presentes de desgracia envueltos en celofanes. A decirles a las chicas y a los chicos que no vivieron una dictadura en el cuerpo ni en la memoria, que es mejor bajar las banderas y sentarse en la esquina de la vida. A esperar el chocolate caliente y la bala feroz.

Pero los chicos y las chicas son pertinaces en la insolencia.

Y ellos, a eso, ni lo imaginan.

Edición: 3662

 


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