De tristezas, derrotas y desangelados

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Por Silvana Melo

 (APe).- Derrotas son las de todos los días. La escuela que expulsa a los 14, el trabajo que es legítimo pero ilegal antes de los 16, el transa que paga mucho mejor, la conciencia de que nada alcanza para llegar a las altas llantas que incluyen, al celular que construye pertenencia. Los pibes suburbiales difícilmente pasan la primera ronda. Y no hay Europa a la que volver cuando el potrero fue esquivo. El sistema golea cotidianamente.

Por eso tristezas, lo que se dice tristezas, son las de los pibes de las barriadas. Corridos por la policía que no los deja pasar al terreno de los privilegios. Donde una gorra y una ceja afeitada a medias es una amenaza. Condenados a la periferia de la vida, allí donde nadie califica, donde nadie comprende del todo porque creció con plomo en la sangre y sin calcio en los huesos, donde nadie come frutas sino snacks baratos, donde nadie toma agua buena sino gaseosas berretas que matan los dientes y le silban a la diabetes para que venga, donde la felicidad es un revólver ardiente y al futuro mejor avisarle que no venga, como ya advirtió Castelli hace doscientos años. Cuando ya se preveía que las tristezas serían siempre otras que las de un millonario desangelado, que deja el fuego en casa y pasea su depresión por el campo donde había que desplegar la pasión. Como una alfombra roja para las alegrías que finalmente se estrellan como un avión malayo bajo el misil moscovita. Alegrías que hay que construir en el potrero diario, pelándose las rodillas y el alma para quedarse con la pelota, embarrándose las ilusiones para clavarlas en el ángulo. Izquierdo. Porque a esa victoria no la ve nadie por TV. Es la supervivencia de cada día. Es despertarse vivo y es despertarse viva. Una vez más. Sin que la bala ni el veneno ni el hambre ni los leviatanes del estado puedan quebrar el fémur ni la voluntad al menos hasta esta noche.

Para angustias, las de los chicos de los arrabales de este mundo. Que difícilmente pasan la primera ronda. Y no tienen zona de confort a la que regresar cuando el temporal amenaza. No hay Europa a la que volver cuando el potrero fue esquivo. Cuando el gendarme arrincona o el prefecto dispara. Aunque es el mismo sistema perverso, mafioso, el que condena al pibe anónimo, que es uno pero es decenas de miles, y al millonario desangelado que se frota los ojos preguntándose qué hago aquí cuando hay que poner la pasión. Que es fuerza y es padecimiento. Que es la vida de la gente ordinaria.

Es el mismo sistema que acuña dirigencias horribles, un padrino que delineó negocios y un fútbol amoldado a esos negocios, durante la dictadura y las democracias subsiguientes porque hay cosas que no cambian. Nunca. Es el mismo sistema que creó un presidente a partir de esas dirigencias horribles, porque el presidente es presidente porque primero dirigió el club más importante del país que ahora preside su operador judicial. El mismo sistema que intentó democratizarse con una elección que resultó 38 a 38 cuando los votantes eran 75. Que es socio de los barras aunque se lave públicamente. El mismo que crea periodistas mercenarios, que bajan de héroe a villano según la cotización del día. Es la belleza del fútbol diseccionada para armar un monumental negocio. Que le extrae la pasión y la sangre para largarlo a la cancha gélido y gris. Desangelado. Como el millonario que, además, evade impuestos con cuentas off shore. Como los ministros argentinos. Todos parte del mismo sistema.

Por eso para tristezas, lo que se dice tristezas, los pibes de las barriadas. Que los miran de lejos, que les ven las vacaciones en paraísos de mares turquesa. Que les ven el futuro en paraísos fiscales. Que les ven las piernas perfectas y los sueños alcanzados. Ellos, que sueñan con las inferiores de Boca o de River. De Independiente o de Central. Sin un peso, atrapados por la voluntad de los dueños de los clubes. A la mala de dios, prostituidos, abusados, por una carga de SUBE.

De quién son las angustias. De quién las tristezas. De quién las derrotas.

La vida anda con la sangre en el ojo, tirando rabonas y esquivando fieras. Está en los baldíos de los barrios. Y no en los estadios lujosos del sistema. Está en un campito de Jujuy o en el patio infinito de una escuela rural de Entre Ríos. Y no en los fastos de Volgogrado. O en la suntuosidad del Camp Nou. Ahí la encontrarán los pibes que la peleen, puestos a disputarle la pelota a los peores, a los devastadores, a los propietarios, a los que se la llevan bajo el brazo cuando decretan hasta acá.

Y será muy bello el desalojo. Con el último penal. Y el último aliento.

Edición: 3638

 

 


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