Odio de clase

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Por Alfredo Grande

(APe).- Toda guerra es una guerra por imponer una cierta forma de subjetividad. El enemigo nos vence cuando comenzamos a pensar con sus propias categorías. Por ejemplo: pedimos mas justicia, cuando de lo que se trata es de pensar en subvertir el mecanismo jurídico que garantiza todas las formas de la injusticia. Y muy especialmente, que no habiendo mayor injusticia que los pobres financien a los ricos, todas las otras formas de injusticia son necesarias.

Nos debatimos entre cuál es la contradicción principal y cuál es la secundaria.

Propongo pensar que lo principal es pensar que no hay contradicción: hay coherencias y hay paradojas. Un ministro de una Nación es simultáneamente tenedor de los bonos con los cuales endeuda a la Nación. La paradoja, como hemos señalado, es una antinomia, una aparente contradicción, pero que no admite ningún tipo de superación. Es agua y es aceite.

Los efectos de la paradoja es la parálisis, que puede ser agitada. Como hámster dando vuelta a la rueda. El pobre se esfuerza, pero siempre está en el mismo lugar. La paradoja implica confusión, impotencia, irritabilidad. Le pedimos un yeso al mismo que nos quebró la pierna.

La expresión: “está de los dos lados del mostrador” es una buena forma de definir la paradoja. Ahora mal: la cultura represora pontifica y logra millones de feligreses, que hay contradicciones pero que tienen tiempos y espacios de superación. Otro Ingeniero, bautizado por el talento del humorista Landrú como “el chanchito” pontificó: “hay que pasar el invierno”. La primavera resolvía la contradicción entre salarios y costo de vida. “Hay que ajustarse el cinturón”, preferentemente alrededor del cuello.

Más recientemente, escuchamos la profecía del segundo semestre, sin precisar de qué siglo. A mi criterio, no siempre confiable, la paradoja más paralizante, más irritante, más frustrante, es la postulación de una armonía fundante entre capital y trabajo. O sea: entre lobos y ovejas. La piel de cordero pueden ser los convenios colectivos de trabajo, las negociaciones paritarias, en fin, todo el artificio cínico y perverso para sostener y conseguir que los pobres sigan financiando a los ricos. Discutimos por cuántas sobras del banquete reparten. Pero el banquete sigue intacto.

La operación de “lavado de cerebro” a escala planetaria ha logrado aplacar los deseos revolucionarios. Renacen en las políticas independentistas, especialmente de vascos y catalanes. En nuestros pagos, las provincias expresan sus afanes independentistas en una versión degradada denominada coparticipación federal.

La mentada distribución del ingreso se logra a través del robo minimalista (motochorros, arrebatos, salideras, entraderas) y el robo maximalista se logra con lo que algunos llaman planes económicos. Deuda externa, lebacs, son robos en una escala de tal magnitud que se organizan como políticas de Estado.

La revancha conservadora es sin pausa, pero con prisa. Nunca se sabe cuánto puede durar la primavera de la estafa fácil. Por eso las off shore son mucho más que la paradoja de un ministro que no confía en el país. O sea; no confía en la gestión que puede hacer pero la sigue haciendo como si confiara. La República Argentina está perdida porque no puede ejercer soberanía sobre sí misma. Sigue siendo Argentina, pero hace demasiado tiempo que dejó de ser una Republica.

El exterminio sistemático de los pueblos originarios es una práctica imperial y genocida. De republicana, nada de nada.

La derecha fascista, el nacional socialismo, no tiene paradojas. Y resuelve las contradicciones eliminado, exterminando, masacrando uno de los polos del conflicto. Obreros, comunistas, judíos, gitanos, mujeres, niñas y niños, estudiantes. Población potencialmente sacrificable. Hoy la raza superior no es la raza aria; es la raza de emprendedores meritócratas. Y el exterminio no necesita de hornos crematorios. Son suficientes las paritarias.

La defensa a rajatabla de los privilegios humanos exige el odio a todo aquello que pudiera menoscabarlo. Las derechas tienen muy claro que la batalla no es económica, sino política. Un solo privilegio perdido, puede generar un efecto dominó y desde la Comuna de París, ya saben bien como todo puede complicarse. Se necesitaron casi 80 años para disolver al denominado comunismo real, pero las derechas tienen el dominio total del espacio tiempo social y político. Claro: las guerras ayudan.

El odio es la afectividad que genera cuando vulneran nuestra autoconservación. Por eso las derechas odian a todo intento de rascar y rasgar sus armaduras privilegiadas. Son coherentes. ¿Por qué abolir la esclavitud? Vamos a clonarla como salarios de hambre.

La operación subjetiva es prohibir el odio. Pero solamente el odio que los explotados, los empobrecidos, los envilecidos, puedan sentir por sus verdugos. El odio a las clases explotadoras ha sido expropiado de las clases explotadas. O sea: aunque no amamos a los verdugos, tampoco los odiamos. El odio, incluso en la mayoría de los militantes combativos y revolucionarios, es un disvalor. Para decirlo en español simple: odiar está mal.

Freud en un escrito reacciona con energía frente al mandato de amar al enemigo. José Martí, poeta, revolucionario, guerrero, escribió: “y para el cruel que me arranca, el corazón con que vivo, cardo ni ortiga cultivo, cultivo la rosa blanca”. Estoy seguro que José Martí modificaría estos versos contemplando, sin ir más lejos, un campo de refugiados.

No me sorprende el odio de las derechas a todo intento de quebrar sus privilegios. Pero me sigue sorprendiendo la anestesia del odio de las clases explotadas por sus verdugos. Sin odio no podemos vencer a un enemigo despiadado, escribió el Che. Odio al enemigo y amor al compañero son la mejor pareja que podemos construir. No la única. La cultura represora invirtió esta racionalidad y hay mas enojo por un “papelito” que por lo que representa el que lo escribió. Que debería haber sido interpelado esposado y custodiado.

Cito unas palabras de Wilhem Reich, psicoanalista y comunista, expulsado de la Asociación Psicoanalítica Internacional y del Partido comunista. “Pero contra la resurrección de la edad media, contra la política de rapiña imperialista, contra la brutalidad, la mística y la servidumbre de los espíritus, por los derechos de los trabajadores y de los creadores, duramente afectados por la explotación económica de que les hace objeto un puñado de magnates financieros, por la abolición de este orden social criminal, el combate continuará sin tregua”. Escrito durante el auge del nazismo, tiene lamentable actualidad. Sin embargo, aunque el combate continuó, también hay tregua. Y el nombre de la tregua es democracia.

La Gran Democracia del Norte es el Estado, más criminal en la historia de la humanidad, incluyendo al imperio romano. Uno de los combates necesarios es recuperar la dimensión del odio en las clases explotadas. Sin eso, las treguas continuarán y no hay que olvidar que a veces, puede ser tarde. Yo al menos “para el cruel que me arranca, el corazón con que vivo, cardo y ortiga cultivo, nunca más la rosa blanca”.

 

Edición: 3586


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