Valiente Macarena

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Por Miriam Maidana (*)

San Francisco Solano es parte del conurbano feo. Hace algunos años, varios, había esperanza en su crecimiento: casitas de material bien pintadas, un centro comercial hasta con hamburguesería, la feria “más larga del mundo”, varios colegios, clase trabajadora que invertía en ladrillo y compraba ropa en la Salada.

Años después las esperanzas murieron: es una zona cercada por cocinas de drogas, desocupación, ausencia de proyecto y días y días que transcurren entre la mugre y los conflictos.

Parte del detenimiento de crecimiento de la zona tuvo que ver con una estación que en una época supo tener un tren y no lo tuvo más: allí se juntan jóvenes de toda edad a mirar pasar la vida de lxs otrxs. No es menor el monopolio que detenta la única línea de colectivos que une Capital Federal con San Francisco Solano: las colas en Constitución alargan aún más un viaje pesado, tedioso, de 90 minutos mínimo más la espera.

San Francisco Solano se divide en dos municipios: una calle separa la parte Quilmes de la parte Almirante Brown. El exceso puede significar la ausencia, ya sabemos: no hay mucho interés de los municipios en Solano.

Además de Bomberos Voluntarios con su banda, colegio técnico y bachillerato, primarias y escasez de jardines de infantes hay un Hospital Materno Infantil. Diezmado, acorralado, aún intenta mantenerse de pie. Tiene un Servicio de Neonatología que pudo cubrir ausencias de otros servicios zonales, una pediatría a la que le faltan pediatras, festejos del día del niño hechos a plena voluntad de sus trabajadorxs, contratos precarios muy mal pagos y una sala de partos donde se atienden embarazos desde los 10 años hasta los 50.

El Materno Infantil es zona de mujeres, niñas, bebas: algún que otro hombre asiste al servicio de Diabetes, o a Traumatología. Pero en general el universo es femenino. Lxs chicxs corren y se aburren en la sala de espera donde se clava C5N, y así se enterarán seguramente de Macarena.

12 años. Espectadora de una escena que no debe haber sido la primera. Brava la niña: salvó a su mamá cuando su padrastro intentaba matarla. Le clavó dos cuchillos de cocina, esos con filo escaso, en la espalda. Y pudo parar la escena. A sus doce años Macarena, que tiene el mismo apellido que su mamá, no aguantó más. Con un costo altísimo, claro: a esa edad ella debería haber sido cuidada. Lxs adolescentes de 12 años no están preparadxs psíquicamente para clavar cuchillos, que –tal vez en buenos días- cortaban milanesas.

Su mamá, Jorgelina, con cortes varios escribió en Facebook: “Hoy lo terminé de confirmar. Sos mi angel de la guarda, Macarena Verdun.
Te pido perdón por lo que te hice pasar, tengo vergüenza de mirarte. (…) Me siento una porquería, la que te tenía que proteger era yo a vos y no viceversa”.

Y así, en pocas palabras, la historia de la violencia de género cotidiana queda al descubierto: comienza con gritos, con palabras denigrantes, algún cachetazo y llega al cuchillo.

Niñxs y adolescentes que son testigxs involuntarixs y cotidianxs de estallidos, malos tratos, ataques verbales y físicos un día deben meterse activamente en una situación que no generaron, de la que son víctimas, y de las cuales no se les pide opinión.

Valiente Macarena, que pudo registrar el peligro cierto e inminente.

En un mundo de adultxs ciegxs, donde la violencia de género está cada día más “naturalizada”, la cosa se da vuelta y lxs pibxs sacan fuerzas de donde no se sabe que la tuvieran.

Recuerdo a P. y su “orgullo” al contar cuando a los 13 años pegó el estirón y se le puso de manos al novio violento de la madre. “Nunca más la tocó”. A F. tirando las pertenencias de su padrastro tras abusar de su hermana menor y obligando a su mamá a hacer la denuncia. A A. hablando con su maestra acerca de la “obligación” de irse de su casa cuando su padre se emborrachaba y le pegaba a todxs los miembrxs de la su familia. A J. con la panza reventada a patadas ingresando por guardia acompañada por sus hijxs de entre 9 y 3 años llorando y diciendo “Nos pega todo el tiempo, mi mamá esta siempre en el piso lastimada”. A C. con todo el brazo cortado, chorreando sangre porque “si lo mato encima voy presa yo y de mis hijxs quién se hace cargo, prefiero cortarme porque no sé ya que hacer”.

Es un mundo difícil: las violencias atraviesan lo cotidiano, y obligan a personas que no están preparadas a pararla como pueden.
Cuidemos, entonces, a Macarena: lo que hizo –si bien le salvó la vida a su mamá- no es sin consecuencias para ella.

Hay que armar red y contener: a ella, a su madre, a sus hermanitxs. Su padrastro debería pasar una temporada larga en una cárcel, aunque la figura de “intento” siempre minimiza y desdibuja todo.

Difundir la imagen de la espalda del hombre con los dos cuchillos (mal) clavados ayuda poco: seguramente Macarena hubiera deseado otra vida para ella, su mamá, sus hermanitxs. Y si iba a salir en la televisión y diarios, estoy segura que hubiera preferido hacerlo por otros méritos.

Porque Las Chicas Superpoderosas viven en Saltadilla.

En San Francisco Solano viven las chicas desesperadas….

(*) Psicoanalista, investigadora UBACYT en consumos problemáticos. Nota publicada en Cosecha Roja

Pinturas: Oswaldo Guayasamín

Edición: 3539

 


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