Terroristas

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Por Claudia Rafael

(APe).- Ya no es ese joven con cara de niño que marcaba con un beso en la mejilla. Ya no tiene esa sonrisa con mueca al borde de la trompa que supo tener cuando sus 24 ó 25 parecían casi adolescentes. Y las Viejas, bellas y valientes, hermosas y temerarias, lo protegían de la crueldad. Ahora es un hombre que en apenas un mes cumplirá 67 años. Que ya hace rato dejó de ocultarse detrás de las polleras de esas Madres que lo hacían hijo sin saber que abrazaban al símbolo más categórico de la tragedia.

En una tanguedia (como Piazzola rebautizaría más tarde a ese tango en su homenaje inicialmente llamado Los Lagartos) que olía a muerte y a sangre. Que devoraba a cada paso a los portadores de utopías. Porque como dijo ahora, cuarenta años más tarde, “la guerra contra el terrorismo no se gana, es una guerra sin tiempo. Unicamente se pueden ganar batallas”. Y diseña en sus últimas palabras durante el megajuicio Esma III un programa político e ideológico que trasciende las épocas. Aquel que reivindica barrer con las armas y el fuego todo atisbo de semilla de libertad y de equidad.

Regalo discursivo dedicado a sus “camaradas” que fueron “sometidos” en “celdas sucias, húmedas y sin sanitarios adecuados”.

Cachetada feroz en el rostro de los sufrientes. Los que intentan rearmar los racimos desperdigados de una cantata a la vida. Mientras –no importa desde que púlpito- los múltiples Astiz recuerdan que cambian los nombres, que mutan los tiempos, que se transforman las fechas y los mecanismos. Pero que la feroz cruzada de los cruentos marioneteros del poder más férreo contra los desgarrados de la historia avanza o retrocede según la conveniencia del momento. Pero siempre y sin distracciones, permanece ahí. Ayer fueron Dagmar, Alice, Leonnie, Azucena y tantos otros con sus voces que queman como queman hoy los nombres de Jorge Julio, de Santiago, del pueblo mapuche, en una redefinición constante del enemigo terrorista. Es una guerra sin tiempo, repitió el angel rubio de la muerte. Sin tiempo.

Habrá que quemar el miedo (llevando a un tiempo futuro aquel poema de Gelman), habrá que mirar frente a frente al dolor, antes de merecer esta esperanza.

Edición: 3454


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