Candela

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Por Claudia Rafael

(APe).- Quizás Candela hubiera votado en las PASO y lo hiciera también en octubre. Acaso ya se hubiese enamorado y a lo mejor estaría terminando la secundaria. O tal vez sería una de tantas adolescentes madres tempranas. Quizás, tal vez, acaso, a lo mejor. Son todos adverbios para situaciones imaginarias que jamás se concretarán. Seis años después de su secuestro, de su vejación, de su crimen, tres hombres acaban de ser condenados. Tres individuos de ésos que hieren de muerte a la condición humana. Que la acuchillan. La destruyen. Los brazos hacedores de la crueldad son aquellos sobre los que cae la espada de Damocles. El resto de los cruentos, mira desde la ajenidad. Porque si hay algo que quedó a las claras después del informe de la comisión legislativa del Senado bonaerense es que hubo un resto.

El crimen de Candela Sol Rodríguez, que tenía apenas 11 años (¿y qué si hubiese tenido 8, 10, 13 ó 17?), dejó al desnudo el entramado del poder más acendrado que, sin embargo, salió absolutamente indemne. Una nena de 11 años fue la que con su cuerpo estragado descorrió el velo. La entera fragilidad contra las estructuras más implacables.

Entonces a las claras se impone aquella definición de Foucault cuando dice que “el poder disciplinario se ejerce haciéndose invisible; en cambio impone a aquellos a quienes somete un principio de visibilidad obligatorio”.

¿Tiene valor real (sirve para generar conciencia o simplemente espanta) en esta instancia detallar el horror cuando basta apenas imaginar el cuerpito de Candela en manos de esos hombres que no son monstruos ajenos a la humanidad sino personas de carne y hueso? Piezas imprescindibles de una maquinaria feroz.

El sentido del análisis debe ser necesariamente otro. Si Hugo Bermúdez, ese hombre detenido el 7 de septiembre de 2011 y ahora condenado a perpetua; si Leonardo Jara, apresado el 19 de octubre de ese año y también condenado a perpetua y Fabián Gómez, detenido el 14 de septiembre, condenado a 4 años fueron, para la justicia, los únicos responsables hay algo que decididamente funciona mal. Demasiada estructura, una búsqueda con 1500 policías, un juez y un fiscal enjuiciados, pedidos de jury a integrantes del gabinete provincial para el homicidio y la vejación de una nena en manos de tres hombres (perversos, crueles, atroces pero simplemente hombres) es algo que no cuadra con la lógica institucional.

Cuando Candela fue secuestrada se estaba en la cuenta regresiva de las elecciones de octubre de 2011. En las que se jugaba un partido de ajedrez milimétrico. Y de la mano del secuestro de la nena quedan expuestas las connivencias de poderes múltiples: política, policía, justicia, ministerio público, organizaciones ilegales, grupos narcos.

Todos ensamblados dentro de un acorazado que va diversificando su rentabilidad: hay tiempos en la historia de la bonaerense en que la fuente de recaudación es el juego clandestino; otras, las autopartes. Tiempos en los que los servicios y negociados se nutren del tráfico de drogas, de personas o de la piratería del asfalto. Hay tiempos en que hay un poco de esto y un poco de aquello. Y territorios en los que la expansión del mercado ilegal tiene especializaciones con rindes específicos y superiores.

Candela Sol Rodríguez fue secuestrada, violada y asesinada en el partido de San Martín en el contexto de un ajuste de cuentas entre grupos narcos que, con cada estocada, se jugaban millones. Un ajuste que no es ni será posible sin la mirada y el aporte de bandas que usan uniforme, trajes y delicadas balanzas de señoras de ojos supuestamente vendados que manejan los hilos sin mancharse de sangre.

Durante la instrucción de la causa Candela hubo ocho detenidos. Hoy hay tres culpables condenados. Pero ninguno del mundo de los pertenecientes. El informe del Senado decía en un tramo: “Algunos funcionarios policiales, denunciados por sus vinculaciones con el narcotráfico y referenciados de una u otra manera en la causa, son narco-policías que cobran a las bandas locales para que operen libremente”.

Funcionarios con suficiente poder como para construir causas. Para hacer detener y luego des-detener en ese viejo camino de distracciones que dibujan falsos caminos. Funcionarios que saben qué hilos mover, qué botones presionar, qué cajones abrir, qué cortinas subir o bajar para encubrir o desviar. Qué piezas arrojar a la basura o depositar en las prisiones. A cuáles piezas quitar respiro y a cuáles otras utilizar para reorganizar los entramados que persisten. Que deberán reciclarse porque es la estructura la que perdura y los individuos pueden fácilmente ser prescindibles.

Candela desde sus 11 años es el símbolo de la fragilidad ante los gigantescos palacetes de la crueldad. Los burócratas –escribía Dalton- nadan en un mar de aburrimiento tempestuoso, desde el horror de sus bostezos son los primeros asesinos de la ternura.

Edición: 3442


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