El espejo

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Por Bernardo Penoucos

(APe).- Como en las fracciones que devuelve la rotura de un espejo dinamitado, deberemos ir juntando sus pedazos y sus fragmentos, juntarlos delicada y decididamente, uniéndolos parte a parte para que el cuerpo entero se reconozca total, unido, fortalecido. La parodia de realidad que se comercializa por estos tiempos de lo contemporáneo y lo comunicacional, nos presenta el espejo, sus rajaduras y sus fracciones como dadas y establecidas, pero nunca nos presenta la totalidad concreta, la explicación articulada, lo explícito de la contradicción, la perspectiva histórica.

Por eso es que quedará asentado en el torrente de la opinión pública la voz del pibe condenado apriorísticamente: el Polaquito. Ya quedó su imagen satánica alojada en las pobres habitaciones del sentido común que hemos sabido conseguir; inclusive cuando a pocos días de su relato inducido hasta el extremo, se “descubre” que en esa misma jurisdicción del partido de Lanús en la que el pibe habló de hazañas poco probables, en esa misma jurisdicción la Superintendencia de drogas ilícitas tenía clandestinamente en su haber - y no para quemar- generosas cantidades de cocaína, marihuana y pasta base, es decir, la institución responsable de combatir el narcotráfico desplegando prácticas similares a las de los victimarios.

Entonces: ¿de qué inseguridades venimos hablando cuando como sujetos sujetados señalamos al niño-ladrón? ¿De qué pedacitos de realidad nos venimos alimentando? ¿Cuáles fracciones espejadas nos quieren vender? ¿Cuál es el ojo de la cámara que filma?¿filma pero no mira?¿mira pero no piensa?¿decide o no decide que mirar y que mostrar? ¿y si ese ojo se diese la vuelta entera?¿y si hubiese enfocado lo trascendental? Digo: ¿el Estado policial que vela por la seguridad atrapando polaquitos por doquier, es el mismo que acopia en el entretecho de su Superintendencia la droga que debería de haber incautado?

Fábulas de espejos que devuelven la falsedad de una imagen, ni siquiera Alicia la utópica se atrevería a cruzar este espejo nuestro, por miedo a desencantarse, por miedo a desilusionarse hasta las lagrimas y quizá también, por miedo a perder la locura en este mundo de sanos y mudos; y entiendo también, por ese mismo miedo que nos da, a todos nosotros, saber con certeza que los naipes siguen marcados desde antaño, que hay una escoba que barre polaquitos y polaquitas a mansalva, y que con esa barrida que irá a parar bajo la alfombra o dentro de cárceles e institutos, hay otra superficie que inmune resiste sobre la alfombra, invisible superficie que inclusive a la vista sigue cocinando amarretes porvenires, fiestas selectivas, mundos chiquititos, cámaras que no miran, comunicadores que no preguntan.

Ojalá el ojo que guía a la cámara un día se dé la vuelta al mundo, ojalá podamos aunar lo refragmentario del espejo, ojalá el espejo nos devuelva, por una vez, la certeza de la totalidad concreta, y no la fragilidad de los pedacitos de vidrio esparcidos en los ríos de la desmemoria.

Edición: 3403

 


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