Ellos no deliberan ni gobiernan

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Por Facundo Barrionuevo

(APe).- Javito tiene 10, llega todos los días una hora antes del horario de apertura del Centro Juvenil. Nunca está bien abrigado, aunque el frío torture. “Tengo las zapas mojadas profe”, se escuda. “El día que hicimos el taller de observación de la luna con el telescopio, dijo que iba a ser astrónomo” cuenta Juan, el coordinador del Centro Juvenil. Siempre anda contento y habla con cariño de su escuela. Desde los 4 vive solo con la abuela.

Ivonne tiene muchos hermanos. Terminó el secundario y ya está en 2º año del Profesorado de Historia en la Universidad Nacional. Pechó la suerte de adolescente de barrio con changas, con amigas de fierro, con el testimonio de su profe de macramé, con aventuras de artesana de verano, con militancia social.

“Acá las únicas roscas son las que hacemos en el taller de panadería”

Mauro, Oscar, Jhony, Roly y algunos varones más se organizaron para aprender a hacer prepizzas. Hace un año que esperan que el Ministerio de Desarrollo se digne aprobar el “fortalecimiento institucional” para poder trabajar con las herramientas propias de una cuadra de panadería. Mientras tanto aprenden algunas recetas, participan de talleres de economía social y se entusiasman. Se autogestionan lo que venden y deciden las compras necesarias para la semana siguiente. Aprenden a ser “pacientes del estado” como bautizó Javier Auyero a un tipo particular de disciplinamiento social o dominación política que ejercen las estructuras estatales sobre los sectores empobrecidos. Mientras tanto, ellos ensayan una ciudadanía posible y resisten el destino que se obstina en denominarlos “ni-ni”.

Esteban asiste a la Casa del Niño, desde que abrió hace 6 años. Ahora viene de laburar en la construcción derecho a ayudar en la cocina. Se hizo voluntario. Para él eso significa estar con los chicos y dar una mano, “como cuando estaba el Gonza y nos hacía la comida” recuerda.

Consiguió meterse por un pariente en la UOCRA, va a las asambleas y nunca se vuelve sin una changa. Tiene una nena de 3 meses. Historias como las de Esteban son las que narramos cada vez que escuchamos la letanía del “no quieren laburar”.

“La lista nuestra es para ir al Chino”

Lara no tuvo fiesta de 15, ni viaje ni nada. Desde muy chica cuida a su hermanita, no se despega de ella ni un segundo salvo cuando la deja en el jardín. Este año con el Centro de Estudiantes del que participa en su escuela, hicieron un mural concientizando sobre violencia de género.

Ariel escribió bellamente su historia a pedido de sus amigos y compañeros de Villa Itatí. Junto a la Editorial Don Bosco le dieron vida en “Yo soy Ariel. Narrar la vida y los sueños para zafar del Paco”. Acompaña el grupo de la quinta comunitaria y los cartoneros.

Las caras de ellos no adornan las empalizadas de obras en construcción, no son subtitulados sus nombres en paredones, por un cargo al que no aspiran. No sonríen en gigantografías photoshopeadas al costado de la ruta. Nunca ocuparán segundos de televisión salvo que sean parte del tributo que día a día los adolescentes y jóvenes pobres pagan a este sistema que se alimenta con sangre. En miles y miles de rincones de nuestra tierra hecha de pan y vino, de leche y miel, de faso, bala, cumbia y birra, se forjan, crecen y sueñan millones de pibes que no deliberan ni gobiernan, pero quieren que sus vidas valgan la pena y la alegría.

Y en sus ojos se escucha… con voz de redoblante y silbato:

“Llegan… Llegan cantando…
Son los chicos del Pueblo,
quieren vivir”.

Edición: 3385


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