La revolución inconclusa

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Por Carlos del Frade

(APe).- “La mayoría de los próceres de 1810 eran hacendados, comerciantes o barranqueros asociados con alguna casa de comercio británica, ´los intereses particulares´ que Castlereagh quería formentar. A los tres días de instalada, la Primera Junta levantó la prohibición al comercio con extranjeros; a los quince días redujo los impuestos a la exportación de cueros y sebo, del 50 al 7,5 por ciento; a los 45 días autorizó la exportación de metálico; a los sesenta días suprimió el impuesto especial del 54 por ciento que gravaba a los artículos de algodón del comercio inglés”, indicaron los colaboradores de Rodolfo Walsh y el propio periodista desaparecido en un estudio sobre San Martín publicado por el Centro de Estudios Argentinos “Arturo Jauretche”, en febrero de 1978.

Alberdi escribió que para Buenos Aires, “mayo significa independencia de España y predominio sobre las provincias; la asunción por su cuenta del vasallaje que ejercía sobre el virreinato en nombre de España. Para las provincias, Mayo significa separación de España y sometimiento a Buenos Aires, reforma del coloniaje, no su abolición”.

Agosto de 1810. El secretario de la primera junta de gobierno, doctor Mariano Moreno es el encargado de redactar el programa político y económico que le dará encarnadura al invento de 162 personas que el 25 de mayo decidieron hacer un nuevo país y separarse de España.
Moreno escribirá el “Plan de Operaciones. Que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia”.

Para la junta era vital el proyecto, el horizonte hacia donde marchar.

La situación no podía ser peor: “En el estado de las mayores calamidades y conflictos de estas preciosas provincias; vacilante el gobierno; corrompido del despotismo por la ineptitud de sus providencias, le fue preciso sucumbir, transfiriendo las riendas de él en el nuevo gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, quien haciéndose cargo de la gran máquina de este estado, cuando se halla inundado de tantos males y abusos, destruido su comercio, arruinada su agricultura, las ciencias y las artes abatidas, su navegación extenuada, sus minerales desquiciados, exhaustos sus erarios, los hombres de talento y méritos desconceptuados por la vil adulación, castigada la virtud y premiados los vicios...”, describieron los integrantes del gobierno provisional el 18 de julio de 1810.
Moreno define la revolución como un proyecto sudamericano: “El sistema continental de nuestra gloriosa insurrección”.

Para el secretario es necesario modificar la estructura social: “tres millones de habitantes que la América del Sud abriga en sus entrañas han sido manejados y subyugados sin más fuerza que la del rigor y capricho de unos pocos hombres”. Moreno sabe que los privilegios deben ser suprimidos si en verdad se quiere crear “una nueva y gloriosa nación”, como dirá más tarde una de las estrofas mutiladas del Himno Nacional.

Por ello quiere insuflar de decisión política al nuevo estado para que sea herramienta de distribución de riquezas: “qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de consolidar el estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas providencias que aún cuando parecen duras para una pequeña parte de individuos, por la extorsión que pueda causarse a cinco mil o seis mil mineros, aparecen después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas, artes, ingenios, y demás establecimientos en favor del estado y de los individuos que las ocupan en sus trabajos”.

Y agrega que “si bien eso descontentará a cinco mil o seis mil individuos, las ventajas habrán de recaer sobre 80 mil o 100 mil”.

Un estado que arbitre lo necesario para cumplir el objetivo de la política, según el propio Moreno, que es “hacer feliz al pueblo”. Un estado que vuelque su poder en favor de las mayorías y en contra de los intereses minoritarios.

“Es máxima aprobada que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un estado, no sólo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un estado, sino cuando también en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad, demostrándose como una reunión de aguas estancadas que no ofrecen otras producciones sino para el terreno que ocupan pero que si corriendo rápidamente su curso bañasen todas las partes de una a otras no habría un solo individuo que no las disfrutase, sacando la utilidad que le proporcionase la subsistencia política, sin menoscabo y perjuicio”, escribió Moreno.

Prohibe las importaciones que “siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e inútil, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a más oro de los que pesan”.

Asimismo se define contra el comercio libre sin aranceles aduaneros que “ha arruinado y destruido los canales de la felicidad pública por la concesión a los ingleses”, sostiene el Plan de Operaciones.

Hay también un proyecto de desarrollo del mercado interno y proteccionista de su comercio y su industria: “se pondrá la máquina del estado en un orden de industrias lo que facilitará la subsistencia de miles de individuos”.

El futuro del país pensado por Moreno “será producir en pocos años un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesita para la conservación de sus habitantes”.

Durante una década no habrá interés particular por sobre las necesidades del estado revolucionario: “se prohibe absolutamente que ningún particular trabaje minas de plata u oro, quedando al arbitrio de beneficiarla y sacar sus tesoros por cuenta de la nación, y esto por el término de diez años, imponiendo pena capital y confiscación de bienes con perjuicio de acreedores y de cualquier otro que infrigiese la citada determinación”.

Repite su cuestión de estado a favor de una igualdad garantizada desde el poder: “las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporción de lo grande de un estado, no solo son perniciosas, sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un estado”.

No era solamente una advertencia sobre aquel presente, sino una profecía para los tiempos que vendrían.

“La política económica desarrollada por la Junta apunta a lograr los objetivos del Plan. Se sanciona la creación de un fondo para impulso a la industria minera, se distribuyen tierras en la pampa bonaerense fijando límites de extensión para evitar la formación de grandes haciendas, se mantienen los aranceles a la importación no obstante la presión de los comerciantes ingleses (su rebaja se hará efectiva bajo el primer Triunvirato de 1811), se promueve un censo para conocer los recursos naturales y bienes disponibles y el Estado acomete la empresa de fabricar fusiles en Buenos Aires y Tucumán, mientras se levanta una fábrica de pólvora en Córdoba”, explica el historiador Norberto Galasso.

También señala que bajo el férreo mando de Moreno, la revolución avanza: en el Alto Perú, Castelli derrota al absolutismo y entabla buenos contactos con los pueblos originarios; en Chile se produce el primer grito de libertad; y en la Banda Oriental, empiezan a moverse esos hombres que el propio abogado señaló en el Plan como indispensables para expandir el proceso de transformación: Gervasio Artigas y sus primos, Valdenegro, Baltasar Vargas y otros.

“La mayor parte de la Junta lo apoya, pero tanto la burguesía comercial porteña, como algunas fuerzas reaccionarias del interior (el obispo Molina, de Cuyo), trenzan vínculos con el grupo más moderado de las fuerzas armadas que se expresa en Saavedra. Ese frente lo acorrala en diciembre de 1810, justamente cuando dos de sus hombres de confianza –Castelli y Belgrano- se hallan al mando de tropa pero a muchos kilómetros de distancia y sólo French, al comando del regimiento Estrella, se halla cerca para apuntalarlo. La incorporación de los diputados del interior –comandados por dos sacerdotes: Funes y Molina- al aliarse al saavedrismo, va dirigido a colocarlo a Moreno en minoría arrebatándole la conducción de la Junta”, señala Galasso.

-Conseguí lo que me propuse. El pueblo todo, el sensato digo, elogió mi modo de obrar y ha mirado con execración a este Demonio del Infierno – dijo entonces Saavedra.

“La burguesía comercial porteña –usando a Saavedra, a quien luego arrojará como limón exprimido para dar paso al influjo de Rivadavia sobre el Primer Triunvirato- tuerce así el curso de la Revolución, apropiándosela en su beneficio. Con el primer Triunvirato, traicionará a Artigas y bajará los aranceles de importación a la mercadería inglesa. Vicente Fidel López da una opinión contundente sobre este giro reaccionario del proceso de Mayo: “El poder revolucionario en manos de Saavedra y de su partido no tuvo otro fin que el de consolidar el influjo predominante de la facción oligárquica”. Eran los hombres “de peso y de pesos, los patricios o padres conscriptos del Municipio, entre los cuales nunca falta un Catón El Censor contra un Escipión, un Escalada a la cabeza de los Escaladas y de cien como ellos” y enumera, luego, los apellidos de los nuevos dueños del poder: Pueyrredón, Rivadavia, Escalada, García, Arroyo, Riglos, Lezica y toda la clase de fortuna asentada a que pertenecían y que encabezaban. La Revolución, sin embargo, resurgiría luego bajo otras formas: en la lucha de Artigas en todo el litoral, en Monteagudo y la Sociedad Patriótica y en la campaña hispanoamericana de San Martín”, remarca Galasso.

El 4 de marzo de 1811 Moreno fue envenenado frente a las costas brasileñas y junto a su cuerpo también desapareció la voluntad política de generar y sostener un estado revolucionario.

La metáfora del cuerpo del revolucionario sumergido y desaparecido en el Atlántico es un macabro prólogo de lo que sucedería en los años setenta del siglo XX con aquellos que intentaban un cambio estructural en la sociedad argentina.

Sin embargo, las ideas políticas y económicas del Plan de Operaciones serían puestas en marcha por Artigas y San Martín cada vez que les tocó llevar adelante una tarea de gobierno.

Edición: 3354

Murales: José Clemente Orozco


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