Mica, Norita y los pibes de 13

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Por Claudia Rafael

(APe).- Ni Micaela Brambilla, de La Garganta Poderosa, ni Norita Cortiñas estuvieron allí. Fue ya hace demasiado tiempo. Micaela tendría apenas un año entonces. Nora ya hacía demasiado era esa mujer de pañuelo blanco, enorme a pesar de su diminuta estatura. Ciertas historias se repiten. Cíclicas. Sistémicas. Se reiteran como prácticas habituales que nadie ve. Que nadie filma.

La telefonía celular llegó a la Argentina para unos pocos, los de siempre, en 1989. Eran esos aparatos enormes. Más grandes que un teléfono inhalámbrico. Servían sólo para lo que fueron creados: hablar. El resto era futurismo surrealista. Dos años después de su aparición estelar en el mercado nacional, en una larga hilera para entrar al recital de los Redondos en Obras Sanitarias, Walter Bulacio, de 17 era arrastrado por la Federal por Averiguación de Identidad. Cinco días más tarde, estragado, torturado, destrozado, su vida ya no era. En abril se cumplirán 26 años desde entonces. Nueve más de los que Walter nunca tuvo. El doble de los que tiene el pibe de 13 que se llevaron con el mismo vericueto legal arriba de un patrullero. Con su remerita a rayas y su mochila azul francia, como se ve en el video que filmó Micaela desde su celular.

Doble A (Averiguación de Antecedentes), AI (Averiguación de Identidad), en la jerga. Reduccionismos para nombrar brevemente a las detenciones arbitrarias. Pero esta vez Micaela Brambilla estaba ahí. Ahora los celulares filman, whatsappean, editan, transmiten en vivo. Y cuando se topan con una chica de 25 años -audaz, que ve en los ojos de un pibe de 13 años a una persona, que se espeja en él, que puede leer su miedo, que sabe hasta el hartazgo que el silencio la hará cómplice de un destino indecible e innombrable- el cóctel es feroz.

Las fieras de uniforme azul prepearon desmedidas y salvajes. Mientras uno jugueteaba con las esposas y en el video que trascendió y se viralizó por redes y se impuso a la fuerza en los medios de comunicación formal, se veía al pibe detrás del vidrio, sentado en el asiento de atrás del patrullero. ¿En qué parte del patrullero habrán subido a Luciano Arruga los policías bonaerenses que se lo llevaron, lo torturaron y lo desaparecieron? ¿Dónde a Walter Bulacio, rumbo a la comisaría 35?

Hay una pirámide de complicidades y beneplácitos judiciales que avalan estas prácticas. Micaela Brambilla fue llevada, como el pibe de 13, y la Justicia lo avala. Hace poco más de un año el máximo tribunal porteño determinó por mayoría que la policía tiene el poder de pedir la exhibición de los DNI mientras “se la ejercite razonablemente”. Y, justificaron que se apunta a “prevenir el delito” y no a violar “una garantía constitucional”.

La doble A o la AI han sido, a lo largo de la historia de las últimas décadas el punto de partida para las desapariciones en tiempos democráticos. Habituales. Cotidianas y voraces. Demasiadas veces, el punto de partida para un pacto obligado destinado a pergeñar el clásico robo para la corona. La primera entrada a la comisaría, la marca en la piel que lleva a un camino de difícil retorno. Otras tantas, es la delimitación de los territorios, la marca de las fronteras que no pueden ser traspasadas por los pibes de las barriadas. Adentro de la villa, todo. Por fuera de los límites, el disciplinamiento a cualquier costo.

El pibe de 13 por el que se jugó Micaela es la punta del iceberg. Es uno en miles. Cotidianos. Múltiples. Desconocidos. Sin nombre. Sin rostro. Sin cuerpo. Sin historia en los medios, en las redes, en los debates. Es el símbolo de un país que lanza a su infancia en soledad a las arenas de la impiedad. Que la ve crecer en las esquinas, bajo los puentes, en las villas, en los trenes, en las plazas del olvido, entre los humos de la miseria y los narcóticos del alma.

Entre medio, una, dos, diez Micaelas que se juegan por el Otro. Que saben que la vida es esa esperanza que se escribe con mayúsculas y que se despierta en rabias que asoman desde los abrazos. O como escribía Roberto Santoro: el corazón que no canta, no ejerce su oficio con altura.

Edición: 3363


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