La escuela en la trampa

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Por Silvana Melo

   (APe).- Como un elefante que no entra por la puerta del futuro, la escuela se bambolea pesadamente. Ya tiene las piernas varicosas y el vientre inflamado. No puede saltar por sobre esta historia en repitencia. Porque la discusión que la atraviesa es fatalmente salarial. Una vez más. No se discute el drama estructural, su vocación expulsiva, su decisión de no torcer rumbos preasignados. No su falsa universalidad, no sus tantos docentes cansados y/o en perpetuo desgano, no su carácter de estatal (de este estado, que no garantiza equidad para nadie) en detrimento de su pretensión pública, no su trajecito de administradora de tanto descarte que el sistema deposita en sus aulas, no la frecuente falta de compromiso de muchos trabajadores de la educación, no su apego a la escuela estandarizada y mercantilizada de las pruebas PISA.

No se discute su adhesión a lo inexorable y su ausencia de vocación para alterar lo fatal: el destino de vastos sectores sociales re-signados que pasan por ella con una escuálida e intuitiva esperanza de transformación.

Si hubiera un botón que activara el sentido, acaso los chicos, los casi cinco millones de chicos bonaerenses que arrancan la vida con una llamita prometeica entre la clavícula y el mentón, se subirían a la escuela como a una carabela libertaria. Y embarcarían a sus maestros en el mismo galeón para pelearles a los piratas un salario digno. Pero la escuela es un viento que les apaga el candil. Y envía a Prometeo a la montaña, para que el águila le devore eternamente las entrañas.

Los casi cinco millones de niños vuelven a vivir otro desamparo: la escuela no les abre. Como en casi todos los marzos de la historia reciente. Fue Nora de Lucía –aquella ignota contadora ministra de Educación de Daniel Scioli- la que amenazaba con descontar los días de huelga en aquellas dos semanas de paro históricas de 2014. Hoy son Bullrich y Vidal. La disputa es la misma: un salario sin dignidad en una escuela recortada de sentido. Mientras tanto, una cloaca mediática y política, magistralmente diseñada para diluir lo medular, discute si Baradel es docente o no, determina que la desgracia del paro es el cierre de esa eventual agencia de colocación de hijos, debate sobre la posibilidad de voluntarios amarillos (servicios y/o rufianes en cuyas manos jamás podría quedar un niño) para insuflar ictericia al paro. Y busca residuos en el legajo de los gremialistas para que no califiquen.

Mientras, la escuela sigue adelante como una burbuja ad hoc en consonancia con el modelo, que amenaza con quitarles niños de 14 para el sistema penal, pero se escandaliza si asoman al mercado laboral. Que los deja votar demagógicamente a los 16 pero no les permite recibir un título en la rama Adultos hasta los 18.
Mientras la escuela ya dejó, hace tiempo, de buscar la llave para desactivar la fatalidad y el desencanto, los salarios languidecen luego de un año de activa inflación y tarifas en desquicio. La paritaria nacional –instituida por ley- fue salteada con un argumento falaz y naif: la nación no administra escuelas. Es así desde los 90 cuando el estado nacional se desvistió de la educación y la cargó en las espaldas de las provincias. Pero continúa fijando políticas educativas y diseños curriculares. Además de tejer un acuerdo salarial que es un piso para la discusión en provincias paupérrimas y abandonadas como inviables. Sin el poder de presión gremial de Buenos Aires.

La lucha que arranca cada marzo no es para que la máquina de demoler mandatos ponga en marcha un motor que no responde, sino que es el combate por el salario, las paredes en pie y un calefactor en el aula. Pobres luchas cuando la distribución inequitativa del conocimiento se vuelve desigualdad sin retorno en el rodamiento social.

Las aulas de la provincia de Buenos Aires están repletas de trabajadores que intentan sobrevivir con salarios magros. Y no de idealistas, militantes ni vocacionales que dan su vida por sostener a un pibe y enamorarlo. La universalidad teórica choca brutalmente con la aridez territorial donde centenares de miles de chicos abandonan la secundaria, cesanteados por un sistema que no los contiene. Y muchos docentes forman parte de ese sistema. Están encerrados en el sector más injusto de la estadística. Y quedan entrampados en el engranaje que construye futuros diferenciados. Décadas de destrucción sistemática los tomaron de rehenes, los formatearon y a muchos los transformaron en cómplices. A veces el salario no sirve como excusa para convertirse en replicantes de los estigmas del sistema.

Mientras tanto, un gobierno que no encubre su naturaleza, manda a su ministro de Justicia a des-calificar el paro como “una licencia forzada con goce de sueldo”. Un documento de CEPA (Centro de Economía Política Argentina) determina que en 2016, el aumento promedio para los docentes fue menor al 27%. La inflación alcanzó el 42%. En Buenos Aires, provincia que concentra el 35% del gasto en personal educativo, el salario perdió más de un 9%. Para el Ministro de Justicia, “sólo se cobra cuando se trabaja”.

En el medio hay cuatro millones y medio de chicos. A la buena de dios cuando la escuela cierra. En la calle. En soledad. En desamparo. Frente a la vidriera sistémica que les ofrece pan y paraíso y les publicita en pantalla gigante una ruta individual pavimentada, bella y solitaria. Por la que circulan los privilegiados.
No está en la agenda de nadie un mundo más justo. Ni del Ministro ni del Presidente ni de la señora Gobernadora.

No está en la agenda de nadie que sean felices.

Edición: 3347

 

 


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