El día en que asesinaron a Fidel

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Por Alfredo Grande

(APe).- Decir que Fidel Castro murió es una verdad, pero encubridora. Decir que la muerte no puede alcanzarlo es otra verdad, pero rebeladora. Nos rebelamos ante la muerte que llega con la tranquilidad de saber que alguien siempre la espera. Nos rebelamos ante los dolores cínicos de quienes lo odiaron y no pudieron doblegarlo jamás. Nos rebelamos ante la banal presencia de una canciller que representa a un gobierno que no representa, más bien esconde, el sentir de millones de argentinos. Nunca morirá la vida. Y Fidel fue la vida que merece ser vivida. El no dijo que otro mundo era posible. Él lo hizo posible. Corrió el horizonte de lo posible tanto, tanto, que empezamos a soñar despiertos y dormimos sin las pesadillas de tantas generaciones muertas, como advirtiera Marx.

Las generaciones vivas vivieron revolución. Vivieron coraje. Vivieron alegría. Fidel no fue el que destruyó la dictadura de un empleado del imperio. No fue el que llegó para seguir tomando vino viejo en odres nuevos. No fue por más. No fue por todo. Fue por algo diferente. Nuevo. No hay revolución sin revolucionarios y no hay revolucionarios si el anhelo de la revolución no está siempre vivo. Pujando para nacer. Luchando para seguir viviendo. Nos rebelamos ante la idea convencional y represora de la muerte que pretende que las personas mueren solamente porque dejan de estar vivas.

Para la cultura represora, la mortalidad e inmortalidad es un dato de la biología. Yo digo que es un dato de la historia. Pero no de cualquier historia. Solamente la que escriben los pueblos, que aunque también se equivocan, lo hacen muchos menos que las elites carniceras y sanguinarias. Y esa historia, esas historias, esas crónicas para ser contadas, dignas de un Homero contemporáneo, no dan espacio para que ninguna muerte tenga lugar ni tiempo. Nos rebelamos ante el miserable elogio de las derechas cuando señalan que hubo “dos Fidel”. El Fidel bueno, demócrata, que arrasó con una dictadura, y el Fidel malo, comunista, represor, y también dictador sanguinario. Un Fulgencio Batista de izquierda. Texto sin contexto. Olvidando, es decir, manteniendo la complicidad con las derechas de esos tiempos, que Cuba fue expulsada de la OEA. Y a la Argentina, la presencia del CHE en Punta del Este le costó un golpe de estado. El Imperio pasó de la Alianza para el Progreso al Plan Cóndor. El maquillaje demócrata al verdadero rostro republicano.

Algunos pueblos no tienen el gobierno que se merecen, sino que tienen el gobierno por el que luchan. Y las cubanas y los cubanos lucharon por el socialismo. Aunque no supieran qué era el socialismo. Quizá todavía no lo sepamos. Pero no podemos amar al socialismo, sino odiamos al capitalismo. Y la cruel paradoja es que amamos al capitalismo. O sea: amamos los productos con los cuales el capitalismo se blanquea en la vida cotidiana. La batalla cultural está perdida. Serán necesarias nuevas estrategias, porque ahora el bloqueo lo tenemos nosotros. Bloqueados para pensar desde un paradigma excluyente con el paradigma liberal. Cuyo último invento reaccionario, es el concepto de “pos verdad”. “La pos verdad se antoja una definición más ambiciosa en sus resonancias orwellianas y en el reconocimiento de un hueco semántico que discrimina la verdad revelada de la verdad sentida. La prueba está en que la concepción del neologismo, entre otros argumentos, proviene de un editorial publicado en The Economist que ya insinuaba el desenlace de las elecciones americanas a propósito de la emoción. "Donald Trump es el máximo exponente de la política 'pos verdad', (...) una confianza en afirmaciones que se 'sienten verdad' pero no se apoyan en la realidad”.

Nada de eso supo nunca el Comandante. Nunca necesitó de la estafa política de la pos verdad. Para Fidel, la palabra no era el camuflaje de la cosa. La palabra y la cosa eran una cosa y la misma cosa. La revolución nunca fue un relato. Fue una materialidad de cosas, de personas, de leyes, de deseos, de anhelos. Alfabetización, reforma agraria, expropiaciones, poder popular. La “pos verdad” es otra de las máscaras de las paradojas de la cultura represora. Lo dicho, dicho no está. A lo hecho, no le pongamos el pecho. No habrá imagen que valga por mil palabras.

Por eso nos rebelamos con la afirmación de que Fidel murió. Fue asesinado por los sicarios del imperio, una y mil veces. Cuando asesinaron al CHE, cuando asesinaron al
mal llamado socialismo real, al cual anteriormente habían tratado de asesinar las dignas democracias de occidente, levantando al nazismo contra el peligro rojo. Tantas veces lo asesinaron, pero resucitó muchas más veces, y siguió revolucionando nuestras vidas. No somos ingenuos. Los asesinatos del imperio incluyeron como víctima privilegiada a Fidel. Y a todo lo que Fidel presentaba. ¿O al asesinar, masacrar, torturar, degradar, a cientos de miles de trabajadores, estudiantes, militantes políticos y sociales, el imperio no estaba asesinando a Fidel? Nadie que sobrevive a tantos asesinatos puede morir.

El cuerpo biológico es apenas el atajo orgánico que la muerte utiliza para no retirarse derrotada. Nos rebelamos porque si Fidel fue asesinado cientos de miles de veces, y siguió luchando, eterna cigarra revolucionaria, no lo matemos nosotros. Que tanto lo amamos y lo seguiremos amando. No lo matemos cuando nos dejamos tentar por las variables y constantes electoralistas del sistema. Por las sobras del banquete democrático y nos resignamos que un salario, que una jubilación, sean considerados “ganancias”. No quiero delirarme con derechos que tengo, pero que al no poder ejercerlos, no los tengo. Ni los tendré. Lo que es malo. Pero que pienso que los tengo, y eso es peor. No tengamos un día de furia. Que todos los días sean días de furia, y que todas las noches sean noches de lucha.

Mi amigo y camarada Gustavo Robles finaliza su emocionada poesía: Fidel ejemplo, Fidel compañero Fidel amigo, Fidel camarada Fidel Comandante Fidel Revolución Fidel Gigante Ninguna muerte podrá matarte Hasta la Victoria Siempre. En el área de confort de mi escritura, que también puede ser refugio de sabihondos y suicidas, logro la mezcla milagrosa entre mi anhelo revolucionario, los educadores populares de Pelota de Trapo, los militantes por las prácticas comunitarias en salud, la cooperativa ATICO, y me doy cuenta de que tengo muchos hermanos y que con un poco de esfuerzo, también los puedo contar. Y que Fidel, al que una vez le estreché la mano aunque él nunca supo que le había estrechado la mano a Alfredo Grande, juntos a mis hermanas y hermanos cubanos, Fidel sabe que no hay espacio para muertes ni tristezas, que la alegría es la lucha, y que la dignidad revolucionaria, que no es moral sino ética, es nuestra cigarra.

 

 

Edición:3281

 


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