Privilegios humanos, demasiado humanos

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Por Alfredo Grande

(APe).- Es discutible si la libertad es un grito sagrado. Más allá de las mejores intenciones de Vicente López y Planes, lo sacro y la libertad no se han llevado demasiado bien en los caminos de la historia. Más bien la sacralidad conlleva un determinismo a-histórico, des-subjetivante, y pone en el centro el mandato y al fondo a la derecha el deseo.

Lo que se une en el cielo no debe separarse en la tierra. Y si la tierra es un valle de lágrimas, de dolores, desesperaciones varias, tristezas sin fin, y angustias desencadenadas, la creencia en el buen pastor nos brinda la garantía de que nada nos faltará. Garantía total, pero no le devolvemos el dinero.

El ciclo terrenal ha sido el de una estafa planificada, donde los pobres subsidian a los ricos. El no reparto de la riqueza en el revés del permanente reparto de la pobreza. Los índices de pobreza recientemente revelados, han sido disparadores de una maratón de hipocresías sin final. Pero sabemos que “el escándalo es la cara visible de la hipocresía”.

El enriquecimiento ilícito apenas es cuestionado, ya que lo ilícito es la condición necesaria y suficiente de todo enriquecimiento. Sin embargo, el empobrecimiento lícito sigue siendo promocionado, auspiciado, sponsoreado, por las diversas marcas registradas de la inmensidad de mercaderes del templo.
Sacralidad y libertad son una muy extraña pareja. Una siniestra pareja que ni siquiera el Himno Nacional puede hacerme tolerar. Sin embargo, todo puede empeorar. La letra de nuestra canción patria nos invita a “ver en el trono a la noble igualdad”. La igualdad y la nobleza tampoco tienen que ver demasiado. La igualdad es plebeya y la nobleza es, desde su propio fundante, la más atroz desigualdad.

Si la libertad, la igualdad y la fraternidad fueran nobles y aspiraran al trono: ¿para qué la revolución francesa? Pareciera que el fantasma de Luis XVI nos sigue habitando. ¿Cómo unir libertad con sacralidad, cómo unir igualdad con nobleza? Es simple, es claro. Prohibiendo pensar. O sea: prohibiendo criticar. Idealizando el sometimiento. Idealizando toda forma de obediencia, debida o no debida. Confundiendo la fe, que para mí es otro de los nombres del deseo, con una certeza literal y delirante. Ahora bien, mejor dicho, ahora mal. Si el preámbulo de la carta magna nos advierte, aunque mejor sería decir nos amenaza, de que el pueblo no gobierna ni delibera sino a través de sus representantes… ¿es muy difícil pensar que esos representantes son no vinculantes con el pueblo?

Como las audiencias públicas, que se realizan a engaña y regañadientes siempre y sólo que no sean vinculantes. Cuando está bien establecido que no sirven para nada, o al menos, para nada que signifique cambiar decisiones, entonces pueden realizarse.

Lo no vinculante es una herencia tardía y forzosa del “no gobierna ni delibera”. Y todas estas aberraciones en el marco del estado de derecho, lo que me lleva a pensar es que el nunca más a las dictaduras genocidas no es porque se las condene, sino más bien porque se las ha jubilado agradeciendo los servicios prestados. Los poderes de turno, de varios turnos, tienen en el gatillo fácil y la planificación del hambre, garantía suficiente de la continuidad de la dictadura por otros medios.

Hace algún tiempo, solía terminar ponencias y/o discursos diciendo: “mientras Romina Tejerina siga presa y Julio Jorge López no aparezca, no me hablen de derechos humanos”. Ambos recuerdos se han ido apagando. Luciano Arruga, entre tantos otros y otras, se mantiene entre nosotros por la lucha cansable pero no claudicable de Vanesa, Mónica y compañeros y compañeras.

Claudia Rafael y Silvana Melo escriben una nota que me estremeció: El femicidio de la Infancia. Nombres, historias, esperanzas desolladas, almas que demasiado han herido. Nombres que surgen de una atenta lectura, pero que sucumbirán a los molinos de la memoria. Olvido e impunidad, brújulas de la cultura represora. Vidas sin igualdad, a pesar de su nobleza. Quizá porque un exceso de nobleza no puede menos que construir desigualdad.

Cuando el actual presidente expresa que “se acabó el curro de los derechos humanos”, expresa un fundante que no podemos ignorar. La vida pensada en términos de “curros”. Como toda política, incluso la de derechos humanos, debe criticarse. Pero descalificarla, agraviarla, nigunearla, es imponer otra política. Porque si para el presidente se acabó el curro de los derechos humanos, lo que sigue, aumenta, se consolida, es el curro de los privilegios humanos.

Funcionarias que ganan $100.000 o más, que nombran a sus familiares cercanos y quizá lejanos por sueldos apenas inferiores, deciden sobre incrementos miserables de sueldos, pensiones y jubilaciones miserables. Del derecho al privilegio no solamente hay una claudicación ética: es un fracaso político.
No puedo decir cuándo empezó, pero sí puedo afirmar que nunca se interrumpió. La clase política en el trono de la noble desigualdad, parió castas. Los que nunca se irán. También hay una puerta giratoria de funcionarios, gerenciadores, administradores de la cosa pública. Para el pueblo que lo mira por tv.

Votar cada dos y cuatro años no solamente es insuficiente. Es una estafa legal. El voto secreto universal y obligatorio legitima el fraude político de las democracias para pocos, de los y las abogados exitosos, de los empresarios, ceos, y ceros prósperos. No hay tanto maquillaje publicitario para ocultar tanta monstruosidad. Más allá de tanta audiencia pública, la lucha actual exige dos palancas: el plebiscito vinculante y la revocación de mandatos. Es simple, es claro. Apenas reformismo operativo. Pero eficaz.

Con esas dos palancas es posible que alguna vez podamos volver a escribir el preámbulo de la constitución. Entonces leeremos: “el pueblo gobierna y delibera a pesar de sus representantes”.

Edición: 3261

 


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