Crónicas de Guayama, el cura Brochero y la Barrick

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Por Carlos Del Frade

(APe).- San Juan fue el territorio del asesinato de tres gobernadores, la patria chica de Sarmiento y la geografía histórica de la disputa por los bienes comunes, los recursos mineros, entre los emisarios de gobiernos nacionales que privilegiaban el capital extranjero y las montoneras del Chaco, Felipe Varela y Santos Guayama, que defendían los derechos de sus pueblos.

En estos días donde Minera Argentina Gold, nombre argentino de la poderosa multinacional Barrick Gold, sigue envenenando la tierra, la lucha contra los capitales internacionales viene de la mano de viejos descendientes de aquellas contiendas del siglo diecinueve.

Trabajadores despedidos que le ganan un juicio histórico a la minera, por un lado, y represores reciclados del terrorismo de estado, por otro, marcan un presente del que se habla poco en San Juan y casi nada a nivel nacional.

Pero los fantasmas vuelven porque las urgencias de los pueblos los resucitan.

La canonización del cura José Gabriel Brochero, de pronto, sirve para recordar a Santos Guayama y sus luchas, a casi 135 años de su asesinato que se conmemorará el próximo 4 de febrero.

Idas y vueltas de la historia argentina.

El presente incluyendo el pasado rebelde y pariendo nuevas dignidades que resumen aquella huella de pelea a favor de la tierra y los hijos del lugar.

La montonera

-Ataque y destruya la montonera de Guayama – fue la orden que dio el general Octaviano Navarro, a cargo de los llamados ejércitos nacionales que respondían a los intereses de Buenos Aires en relaciones carnales con los capitales que querían explotar los recursos mineros de San Juan hacia 1868.

Cuenta Eugenio Carte en su artículo “Las varias muertes de Santos Guayama”, publicado en la revista “Todo es historia”, de marzo de 1969, que “el incremento minero operado en Bolivia por 1875 y el de las salitreras de Tarapacá, que pasaron del dominio del Perú al de Chile después de la guerra del Pacífico, hizo interesante y atractivo el negocio de la hacienda. Y –claro está: otra vez el chivo emisario- llovían las denuncias sobre las acciones del “cuatrero Guayama””.

Lo calificaron de “asolador de caminos” y de las poblaciones de campaña de cuatro provincias durante doce años. Lo mismo habían dicho del Chacho y Felipe Varela.

De acuerdo a los relatos oficiales, se sabe poco y a la vez se sabe mucho de Santos Guayama. Que nació de una familia de linaje huarpe aunque acriollados, es decir ya gauchos, alrededor de 1830. Lideró la "rebelión lagunera", cuando las lagunas de Guanacache comenzaron a secarse por las tomas de agua río arriba, en el pedemonte mendocino, un evento recordado extensamente por Domingo Faustino Sarmiento en Recuerdos de Provincia; según algunos estudiosos, aquella zona fue "impenetrable" para la policía por 30 ó 40 años.

Luchó, entre otros, como queda dicho, siendo lugarteniente del Chacho Peñaloza y Felipe Varela (es nombrado en la "zamba de Vargas"). Como era común en los bandoleros populares, "robaba y repartía", protegía a los más pobres.

Un dato curioso son sus numerosas "muertes": se han registrado por lo menos nueve comunicados oficiales sobre su muerte, lo que ratifica la obsesión por librarse de él. Arístides Villanueva, gobernador, puso especial empeño, sin lograrlo. Sus primeras correrías como "bandolero" son de 1860. Con seguridad fue fusilado en San Juan el 4 de febrero de 1879, mientras se encontraba prisionero.

Brochero

En forma paralela, el cura José Gabriel Brochero, el cura gaucho, fue su gran amigo; es casi seguro que Guayama llevaba gente a los "Retiros" de Traslasierra cordobesa, y que él mismo tuvo al menos una gran crisis religiosa.

En las ermitas del desierto (las "travesías" cuyanas) sobrevive su imagen, y aún ahora, en El Rosario y la Asunción, cuando las fiestas, los promesantes afirman que una figura de San Roque muy milagrosa "en realidad es Santos Guayama".

José Gabriel Brochero, recientemente canonizado por Francisco I, anhelaba inaugurar las sesiones espirituales contando con la presencia de su amigo José Santos Guayama, el viejo guerrero de la montonera gaucha que, hacia 1877, era perseguido tenazmente por las tropas unitarias. No era mentira la amistad entrañable entre estas dos personalidades de tierra adentro. En un célebre documento en que enumera a los cuatro grandes amigos de su vida, Brochero incluye a Guayama.

Pero no iba a ser sencillo atraer al indómito montonero para que sea parte de la inauguración de la Casa de Ejercicios que había montado, con mucho esfuerzo, el cura Brochero, pues Santos Guayama era un prófugo de la ley y porque su cabeza tenía precio. Domingo Faustino Sarmiento, mientras fue presidente de la Nación, se lo había puesto, y nada podía rectificar la injusta medida.

Fue por ello que Brochero buscó infructuosamente la redención de su amigo Santos Guayama, y se internó en el desierto, en su zona de influencia. Viajó hasta el noroeste argentino, entregándose a una inmensa tarea evangelizadora que podía costarle la vida. El presbítero Pedro Aguirre López llegó a sentenciarlo así al cura gaucho: “Su enjundia de sacerdote y hombre criollo aparece en toda la prestancia del apóstol abnegado y celoso, que olvida los peligros para conquistar un alma para el bien y el honor. Nadie, ningún jefe militar, ningún civil, ningún sacerdote, se habría atrevido a internarse en el desierto en búsqueda de la oveja perdida. Sólo Brochero pudo hacerlo”.

Brochero y Guayama

José de los Santos Guayama ya había sido notificado de la presencia de José Gabriel Brochero, por tal motivo sugirió que el inminente encuentro se realice en un bosque espesísimo e impenetrable. El cura se apareció en el lugar indicado de forma puntual, pero el gaucho montonero no asistió a la cita. Eran años de batallas y luchas sangrientas las que le habían enseñado al honrado Guayama a desconfiar de los que ahora querían brindarle su ayuda. Debe considerarse, asimismo, que sus compañeros de lucha murieron asesinados de la forma más despiadada o se habían tenido que ir del país. Las crónicas señalan que Santos Guayama desconfiaba del cura; creía ver en él un hombre manso que se traía consigo una celada.

El sacerdote, por cierto, no era de esos. Él era un criollo que entendía los avatares de los gauchos, y es por eso que levantó una obra que los cobijaba. Incluso, Brochero quería atraer a los antiguos montoneros que aún sobrevivían para que no sigan muriendo envueltos en la impunidad.

Pasados algunos días del primer encuentro fallido, el cura Brochero volvió a tratar de encontrarse con el gaucho Santos Guayama, quien aceptó nuevamente el convite. Esta vez, el religioso iría acompañado del amigo de Guayama que encontró apenas pisó suelo riojano y que le previno de los riesgos en que incurría su misión. En esta ocasión, su escolta haría de intermediario entre el cura y Guayama. Arribados al lugar pactado, ni rastros había del teniente coronel montonero. Entonces Brochero y el amigo de Guayama trazaron un plan: aquél se quedaría en el lugar donde se iba a llevar a cabo la ansiada reunión, mientras que éste, experto baqueano de la zona, trataría de hallar a Santos Guayama y traerlo ante la presencia de Brochero. Y así hicieron, nomás. Como a 200 metros fue encontrado el recio gaucho lagunero, que hacía un buen rato espiaba de lejos a su compañero y al cura.

Ya anochecía en medio de la nada, y abandonándose en íntima y franca conversación los dos hombres, protagonistas ineludibles de la historia gauchesca de la patria, hablaron largo y tendido. Nadie quiso interrumpir ese momento sublime, de allí la soledad que los rodeó. Aseguró el cura Brochero que lo sorprendió la cultura y la corrección en el habla que mostraba José Santos Guayama. Que, incluso, demostraba cierta elegancia en el vestir. Tenía en la ocasión, asegurará el propio Brochero años más tarde, un chaleco blanco de piqué y gran cadena de oro.

El monseñor doctor Audino Rodríguez y Olmos dijo acerca de Brochero, al que había conocido personalmente: “Es posible que Guayama en presencia del sacerdote experimentara la tortura de sus remordimientos. Lo único que consta con certeza es que Brochero invitó a Guayama a los Ejercicios, y que Guayama aceptó. Más, estando fuera de la ley, podía ser prendido por cualquiera y sometido al último suplicio. Hizo entonces presente al cura que para ir a los Ejercicios necesitaba de un salvoconducto otorgado por el presidente de la República, documento que tan sólo él podía conseguirle. El cura se comprometió a ello. Y se despidieron”.
Indulto

El general Julio Argentino Roca, ungido como ministro de Guerra durante ese mismo año de 1877, ante la requisitoria que le hizo Brochero por el indulto para su amigo Guayama, respondió que por parte del Gobierno Nacional no se le molestaría, pero que esto mismo no podía asegurarle respecto a la acción común que podría entablarse ante los tribunales ordinarios.

Los federales de la montonera gaucha que aún sobrevivían dispersos en los desiertos riojanos y sanjuaninos, y que se hallaban bajo la autoridad de Santos Guayama, después que Brochero se despidió, se tranquilizaron y obraron solidariamente con los paisanos pobres de la zona. Todo esto sucedía mientras el religioso buscaba el indulto. Nunca lo conseguiría, al parecer porque no había voluntad política para perdonar a los gauchos montoneros.

Así terminaba uno de los capítulos menos divulgados pero no menos encantadores del cura José Gabriel Brochero y del gaucho montonero José Santos Guayama. Nunca más se harían oír las montoneras por los llanos tras la desaparición de Guayama. Y Brochero terminó sus días quemado por su inconmensurable caridad: tras haber atendido a un enfermo de lepra, y por haber compartido un mate amargo con él, contrajo dicha enfermedad. Murió en 1914, ciego y sordo.

Edición:3254


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