Números y hormigas

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Por Miguel A. Semán


(APe).- Hemos vuelto. Al fin hemos vuelto a la teología de los números. El déficit debe llegar a cero. Las deudas injustas deben pagarse. Las sentencias, aún más injustas, deben acatarse. Pagamos o morimos. Mejor dicho: Pagan o se mueren, amenazó el Uno. Cumplimiento o hiperinflación. Ajuste salvaje. Como si no conociéramos la historia. Como si no supiéramos lo que es endeudarnos y volver a endeudarnos para pagarles y a pesar de todo también morirnos.

Así, de estas enfermedades, se murió mi padre. Carcomido por la bronca y sin quejarse. Usaba pantalones anchos, es verdad, y los bolsillos eran enormes para la jubilación que le daban. El verbo no es errado. No cobraba, le daban una especie de limosna a un hombre que desde los nueve años no había hecho más que trabajar. Un peón de campo, un obrero. Nada importante. Un dígito más o un dígito menos, según de donde se lo mire.

Hay creyentes para todo. Hay quienes creen en las vacas sagradas, otros en los espíritus, otros en los demonios y otros en la religión de los números. Emisión monetaria igual a infierno; no emisión, pasaje al paraíso. Superávit o calvario.

¿Cuántos habitantes tiene el paraíso? Pregunta para encuestadores, economistas y sicarios de los números. Porque el número hecho fe mata gente, como cualquier religión llevada a sus extremos. Así mataron a mi padre. Sin un centavo en el bolsillo, cuando el estado le debía a él, no al FMI ni a los buitres. La deuda era con él. Y no era plata, déficit o muerte, era solamente una vejez digna.

Pero mi viejo fue una hormiga. Y da la casualidad, creo que puedo decirle como dicen ellos, la puta casualidad, de que a los religiosos de los números, a los fanáticos del déficit cero les importa un carajo de la vida y muerte de las hormigas.

Siempre fue así. Hasta que una noche explota un hormiguero en tu dormitorio.

Edición:3123


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