Cambalache shopping mall

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Por Alfredo Grande

(APe).- Cambalache, ese tratado filosófico con música que escribiera Enrique Santos Discépolo es un diagnóstico y un pronóstico. En esos lejanos tiempos la biblia lloraba por su penoso lugar junto al calefón. Lloraba porque estaba en el baño, lugar por cierto alejado de plegarias y cultos supra terrenales. Hoy no hay calefones en los baños, al menos en aquellos departamentos que todavía pueden usar gas y no han sido víctimas de las mafias de gasistas matriculados y metrogas. Sin olvidarnos de las empresas predadoras que algunos llaman la administración del edificio.

La biblia no llora, no importa que nombre le demos a esa biblia. Corán, Manifiesto Comunista, La Razón de mi Vida, la Torá. Lo bíblico es una forma de construcción de la subjetividad. Una forma represora ya que lo bíblico implica repetición, veneración de los orígenes, rígida separación entre fieles y herejes. Lo bíblico es un no pensar y el reino terrenal de los dogmas. Verdades eternas que apenas son mentiras y falsedades transitorias.

Para la teología de la liberación, el reino de dios es el pueblo organizado en forma solidaria, autogestiva, fraterna. Donde puede y debe haber asimetrías, pero nunca más jerarquías. Y lo bíblico es la hegemonía de lo jerárquico. Y esto más allá del contenido de verdad que pueda haber en todos los textos todos. El teorema de Pitágoras, ese que menciona la relación que hay entre los catetos y la hipotenusa, es verdad. Pero una consigna del tipo: “Pitágoras o Muerte” no está relacionada con esa verdad. Es una estrategia de absoluto poder que implica el exterminio de todos a los que nada importa la relación entre los catetos y la hipotenusa. Incluso porque nada saben del tema y porque, aunque lo sepan, el teorema no les resuelve porque el precio del dinero disminuye diariamente. Algunos llaman a esto inflación.

Pasar del cambalache al shopping mall ha sido un progreso importante para la cultura represora. La sensación de estar en un mismo lodo todos manoseados ha dado paso al paraíso liberal de las tarjetas de crédito con su cláusula de degüello que algunos llaman pago mínimo. Lo insoportable no es la levedad del ser sino la pesadez del “quiero – compro”, que de ser una modalidad de consumo compulsivo (lo que he denominado consumismo, o sea, consumir consumo) ha devenido en una variante del cotidiano y permanente intento de suicidio.

Del lodo todos manoseados se ha cambiado a la placentera sensación de dormir en mullidos colchones, acariciados por sábanas de seda, y siendo cuidados por los diversos mecanismos que el Estado inventa para distraernos. Incluso con la digitalización total y los 0-800 donde los insultos se diluyen después de marcar la décima opción.

Sigue siendo problemático, sigue siendo febril, pero las diferentes formas de aire acondicionado y muy especialmente de acondicionar el aire, permiten que la sensación triunfe sobre la percepción y muy especialmente sobre el pensamiento crítico. Sin embargo, hay pocos y pocas que no han sido manoseados por ningún cambalache y tampoco han sucumbido a los cantos de faunos y sirenas que nos ensucian el cerebro con la máquina de torturar más camuflada: la publicidad. Incluso la publicidad de la propia publicidad, ya que, con el sutil ardid de anunciar el espacio de publicidad, la publicidad inunda todos los espacios. Escribí hace poco continuando la célebre afirmación de Bertold Brecht “pobre de la tierra que necesita héroes”: pobre de la tierra que no reconoce los héroes que tiene.

Nuestra tierra tiene héroes. Muchas y muchos. El héroe es a mi criterio aquel que enfrenta a la cultura represora. Y muy especialmente a la cultura represora que está incrustada en su propia subjetividad. No hay ángeles que no hayan combatido y no siempre vencido, a sus propios demonios. Lo heroico es combatirlos, no vencerlos. Mientras el sentido común alimenta a todos los demonios, el sentido no común los enfrenta. Muchas y muchos de estos que hacen del sentido no común vida y obra, la cultura represora los bautiza como “locas y locos”.

El único privilegio que disfruto es tener de hermanos, amigos y compañeros a muchas locas y muchos locos. Fray Antonio Puigjané es uno de esos locos hermosos. Ratificó al cínico refrán de la cultura represora: “pagan justos por pecadores”. Refrán que consagra toda forma de impunidad. 10 años presos en la cárcel de Caseros imputando un delito que nunca cometió. Como bien dice el psicólogo Osvaldo Fernández Santos en la película “Puigjané”, a Fray Antonio lo condenaron no por el copamiento de La Tablada sino porque su lucha contra todas las formas de la riqueza y su trabajo junto a otro héroe, el “pelado” Angelelli, monseñor de los pobres.

En el estreno de la película, “Sueños Posibles”, el programa radial que conduzco junto a Irene Antinori, entrevistamos a Adolfo Pérez Esquivel. Estaba Norita Cortiñas, Luis Rey, y hermanas y hermanos que colmaron la sala del Gaumont. Conocí a Fray Antonio en el 81, cuando acompañaba a otro héroe, Eduardo Pimentel, en la lucha fundante contra el servicio militar obligatorio. Otro fuerte y otra Iglesia de la cultura represora. Estos héroes nada tienen de trágicos. Su destino no lo marca una divinidad celestial, sino una fraternidad cultural.

Estos héroes y heroínas saben del pasaje de lo siniestro a lo maravilloso, como enseñara Enrique Pichón Riviere y amplificara con su poesía otro héroe loco, Vicente Zito Lema. Si la salud no se lo impidiera, estoy seguro que Fray Antonio hubiera marchado para enfrentar las políticas no ya del neoliberalismo, sino del neofascismo. Eso que he bautizado como “fascismo de consorcio” pero que ya ha salido del corral de la vecindad y se proyecta sobre nuestra indoamérica.

Estos héroes y heroínas no están manoseados en el lodo, ni tampoco pulcramente tarjetean en los shoppings. Por eso propongo que invoquemos al fascismo, porque no será en vano. No podremos combatirlo si lo dejamos camuflado en sus disfraces de otra república perdida. Invoquemos a los demonios, no retrocedamos ante ellos y sepamos que tenemos heroínas y héroes para arrebatar la tierra de los padres. Y construir una tierra para los hermanos.

Edición: 3110


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