Cuando la muerte no nos separa

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Por Alfredo Grande

(APe).- En menos de un año tres personas que son referentes afectivos, políticos, institucionales, algo de eso o todo eso, partieron hacia esos lugares donde sólo la filosofía y la religión pueden trazar mapas tentativos. Si viajar es morir un poco, morir es viajar demasiado. Sergio Etxeberri, Alberto Morlachetti y hace pocos días, Lelia Sarmiento. No eran mis únicas tres esperanzas, pero eran tres esperanzas.

De un mundo más tierno, más cálido, más pensante, más alegre, más divertido, un mundo donde el coraje no sea saldo de una barata de suicidas. El amado Discepolín tuvo tres esperanzas. Dos lo engañaron y una murió. La letra del tango “Tres Esperanzas” es un analizador de la des-esperanza. De la espera eterna de lo que nunca llegará o de la espera eterna de lo que nunca volverá.

En primera instancia, el individualismo, aun el poético, aun el talentoso, aun el creativo, siempre termina en un nihilismo abrumador, en un “sin sentido” absoluto. Por si algún sentido tiene nuestro paseo por lo que llaman tierra, es dado siempre por la multiplicación y potenciación de tramas vinculares. O sea; de cientos y miles de encuentros, donde no pocas veces encontramos lo que nunca supimos buscar.

Pero hay un momento de la vida, donde no solamente construimos vínculos como efecto necesario, aunque no obligatorio, de nuestros encuentros. Hay un momento es que somos “vínculo de vínculos”. Y entonces el individuo toma conciencia de que es un sujeto, y que en él conviven y no siempre armoniosamente, el sujeto del deseo y el sujeto del mandato.

Y también toma conciencia, y esa conciencia lo toma a él, de que es un sujeto vincular, que sin esos vínculos simplemente “no es”. Es un estar, pero no es un ser. Al menos, no es un ser para la vida, aunque pueda conformarse con ser…”un ser para la muerte”. Muerto en vida, defoliado de los vínculos que son como la savia al árbol. Autómatas del mandato, alienado en las necesidades y deseos de sus represores laicos, civiles, militares y religiosos. Se traicionó a sí mismo y ni siquiera pudo cobrar las 30 monedas.
Pero el ser para la vida, no deja de crear, sostener, hacer crecer, disfrutar, amar y alegrar vínculos que en su complejidad se organizan en diferentes niveles. Es “vínculo de vínculos”. Sergio Etxeberri era el vínculo con el arte, la música, el humor, la fraternidad, la alegría. Alberto Morlachetti era el vínculo con la ternura, la indomable voluntad de transformar el golpe en abrazo, la tozuda convicción de que niñas y niños tuvieran niñez. Lelia Sarmiento era el vínculo con la cooperación, la educación, los dispositivos autogestionarios, el psicoanálisis implicado. Los tres eran “vínculos de vínculos”. ¿Eran? ¿Fueron? Palabras que congelan el alma, que perforan los corazones que aún palpitan.

La crueldad del pasado que no siempre fue mejor, pero que tampoco necesariamente fue peor, puede asesinar lo que en el presente se empecina en permanecer, porque con razón tememos que el futuro haya cerrado sus fronteras. Sin un futuro que entusiasme y con un pasado que aterroriza, el presente se convierte en el inevitable pantano donde lentamente se van hundiendo algo más que tres esperanzas. De ese pantano solo pueden sacarnos los que todavía no han caído en él. Y creo que solamente cuando no se limitan a ver plácidamente como se hunden – hundimos los que han sido vulnerados por la cultura represora. La muerte es un pantano, quizá el más inapelable.

Para no separarnos de los muertos que solamente muerte llevan, los vínculos que nos unían deben seguir vivos. No se trata de resucitar personas: de lo que se trata es de no dejar morir a los vínculos que con esas personas teníamos. Si toda vida es vincular, la muerte también es muerte vincular. Los recuerdos, esas imágenes bañadas de afectos, deben ser encontrados diariamente. Y varias veces por día también. Los recuerdos de los encuentros lentamente construirán memoria histórica. Pero nunca memoria heroica. No buscamos estatuas sino dibujos. Trazos que nos den la pista, que nos acomoden la intuición, que generen nuestra curiosidad, para ir delineando en un trazado colectivo algo parecido, análogo, semejante, a la figura que supo ser. Pero que ya no es.

La inmortalidad no es otra cosa que vínculos de vínculos que se sostienen en las diferentes formas del tiempo. Entonces, la muerte no podrá separarnos. Cyrano de Bergerac, el poeta y espadachín de la enorme nariz y el enorme coraje, próximo a su muerte, le dice a su amigo Lebret y a su amada Roxana, mientras mira a la luna: “ella sí, suspendida en el ramaje; esta vez marcho a la luna, sin improvisar ninguna máquina para el viaje; ¿Qué estoy diciendo? ¡Es preciso! Allí moran desterradas, muchas almas por mi amadas; allí está mi paraíso, allí deben aguardar Sócrates y Galileo”.

Las almas que amamos nos están esperando en cualquiera de las lunas que hemos construido. A los 17 años en un trágico accidente perdí a mi alma gemela. Un hermano mellizo. Sé de lo que hablo. Y sé que cuando me di cuenta que el vínculo fraterno era eterno, entonces también me di cuenta que los vínculos de amor prolongan todas las vidas. Saber que amamos y nos han amado. Saber que seguimos amando y nos siguen amando. El amor no es lo más fuerte. Lo único fuerte es el vínculo amoroso. “El que me tiene fuerte de un hilo no es fuerte. Lo fuerte es el hilo” escribió Antonio Porchia en sus “Voces”. Lo fuerte es el hilo vincular que nos seguirá uniendo para que entonces la muerte nunca nos separe.

 Edición: 3017


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