La profecía de Fahrenheit o cómo la palabra dejó de circular

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La mayoría de nosotros no podemos salir corriendo por allí, hablando con todo el mundo, ni conocer todas las ciudades del mundo, pues carecemos de tiempo, de dinero o de amigos. Lo que usted anda buscando, Montag, está en el mundo, pero el único medio para que una persona corriente vea el noventa y nueve por ciento de ello está en un libro”.

Fahrenheit 451, Ray Bradbury

 

Por María Adelaida Vergini

(APe).- En los recreos los adolescentes ya no se miran a los ojos. No corren, no conversan, no juegan, no se ríen cara a cara. Todo lo hacen a través de sus teléfonos celulares. Es que los aparatos se cuelan en las aulas, en los patios de las escuelas. Allí donde deberían desconectarse para reconectarse con sus pares en ese espacio de aprendizaje, los celulares siguen encendidos.

“Ellos reconocen que está mal, pero no pueden dejar de hacerlo”, cuenta una docente de una escuela del sur de la provincia de Santa Fe que en un intento por darle una solución consensuada a la situación se reunió con los alumnos para “negociar” una salida.
-Los entregan cuando ingresan y se los devolvemos a la salida entonces.
-¡No, no! ¡A la salida no! ¿Qué hacemos en los recreos si no?
-¿Y qué hacen ahora?
- Hablamos por celular, por mensajitos.
- ¿Con quién?
- Con el que tenemos al lado…

El diálogo como lo entendíamos ya no es. No tiene lugar. O si lo tiene es cada vez menor. El recreo, ese espacio que era considerado para la interacción, para el diálogo que queda fuera del aula, ha cambiado su fisonomía y parecen convertirse en espacios con cada vez menos bullicio de escuela. ¿Dónde se halla el origen de este silencio? ¿Por qué misteriosa razón los niños y adolescentes van perdiendo el interés por mirarse a los ojos, por usar la palabra oral como nexo principal para el intercambio en el mismo tiempo y espacio compartido, en ese aquí y ahora tan mágicos?

Estamos apenas a un click de comunicarnos con el otro; mismo click que nos separa por miles de caracteres de ese “otro”. En medio de esta tecnologización salvaje ¿cómo se sociabilizan nuestros niños?

Días atrás el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA presentó el 4° Informe del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia en el período del (1)Bicentenario . Allí, entre datos que señalan que aún el 38% de niños y adolescentes se encuentran en situaciones de pobreza y que el 24,4% vive en hogares con necesidades básicas insatisfechas, o que el 17,5% reside en viviendas precarias, que el 44% convive con algún problema de saneamiento y el 19% lo hace en condiciones de hacinamiento, aparecen cifras más abultadas- que lejos de disminuir en los últimos 4 años se han incrementado- y que indican que: el 36,2 % de niños y adolescentes no tiene libros infantiles en sus hogares y que casi el 41% no suele compartir cuentos o historias orales en familia.

Los adolescentes en los recreos han perdido el valor de la palabra oral, no dialogan. Pero sus padres no les leen. En sus casas no hay libros. La palabra no circula.

Como si se estuviera cumpliendo la profecía de Fahrenheit 451, aquella novela de Bradbury que describía una sociedad en la que los libros se quemaban porque causaban oposiciones, una sociedad en la que los hombres no debían leer porque si lo hacían empezaban a pensar diferente. Y los hombres tenían que ser todos iguales. Porque siendo iguales, estando adormecidos, sería más fácil dominarlos.

¿Quién debería garantizar la lectura de niños y adolescentes? ¿A quién le interesa realmente que niños y adolescentes lean?

La educación, la lectura libera. El poder de la lectura, de la palabra escrita u oral es innegable.

La de Fahrenheit es una sociedad adormecida por los medios, carente de libros, habitada por zombies del relato que les cuentan. Aquí, en esta sociedad los libros, la palabra, también parecen arder a la temperatura Fahrenheit 451 (233C°), sin la necesidad de bomberos que los quemen porque simplemente los libros no están. Y están menos en las casas de los que menos tienen.

El mismo informe presentado por el Observatorio de la UCA asegura que así como aquellos que viven en estados de mayor vulnerabilidad son los que tienen más propensión a quedar bajo el cuidado de hermanos o a compartir colchón y cama para dormir, son también los que tienen menos libros y comparten menos historias orales en casa: la probabilidad de que haya libros infantiles en las casas de los niños de entre 0 y 12 años es 6 veces menor en los estratos sociales más bajos que entre sus pares del estrato social medio alto, así como también la posibilidad de contar con libros disminuye conforme empeoran las condiciones de hábitat de vida.

¿Cómo conocerán otras formas de vida los niños que carecen de libros? ¿Cómo estimularán su inteligencia, imaginación y curiosidad aquellos niños que desconocen el país maravilloso de Alicia y las historias del Principito que llega a la Tierra? Quizá sean los mismos que años más tardes desconozcan el valor de la palabra oral, del contacto con el otro, del mirarse a los ojos y compartir de manera cómplice la picardía de una historia bien contada. O quizá estemos a tiempo, y podamos llenar de libros infantiles, como política de estado o como política social y humana, todas las bibliotecas -inexistentes hasta ahora- de todos los niños y adolescentes que podrían encontrar en las páginas de un libro salidas alternativas a destinos anunciados.

(1) “Evolución del desarrollo humano y social de la infancia desde un enfoque de derechos - Avances y metas pendientes en los primeros cuatro años del Bicentenario (2010-2011-2012-2013)" .

 

Edición: 2790


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