Los niños deportados

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Según estimaciones del Consejo Nacional de Población, este año más de 559 mil mexicanos se desplazarán desde estados del centro y sur del país hacia los Estados Unidos. Se sumarán allí a los diez millones que se encuentran distribuidos por los territorios (alguna vez hispanos) de California, Illinois, Texas y Arizona.

El pronóstico del CNP se apoya en los registros de los últimos 20 años y en la verificación empírica de que no hay alambrada ni muro que pueda detener esa incesante marea de manos y pies y corazones que miran hacia el Norte soñando con alcanzar allí la dignidad, mínima, de tener pan y trabajo.

El 15% de los mexicanos emigrados -dice el mismo informe- son adolescentes. Y casi un 10 por ciento, niños menores de 12, que acompañan a sus padres. Pero hay un grupo mucho más pequeño y vulnerable, detectado por las oficinas gubernamentales.

Se trata de los niños sin padres ni familiares, que pasan la frontera. Ésos que en el tierno lenguaje de los asistentes sociales serán “repatriados”. Ésos que en el árido lenguaje de los oficiales de Migraciones serán “deportados”.

En 2003, leemos, 70 mil mexicanos de entre 12 y 19 años fueron deportados. Y en la primera mitad de 2004, anotado como dato accesorio de un reporte, “fueron 3.500 los menores deportados”.

Los estudios sobre niños deportados llevan títulos sobrios, insospechables. “Niñez migrante repatriada no acompañada en la frontera Norte”, por ejemplo. Pero la realidad, sin números ni nombres, es atroz.

“Los que más lo intentan -declara una funcionaria- son niños que buscan a sus familias: a su padre, a su madre o a un pariente...”

Pero no los encuentran... completamos.

No los encuentran porque entre los niños y sus madres han construido un aeropuerto. Han levantado un muro inteligente. Han llenado infinitas planillas con infinitos datos. Han apilado infinitas carpetas con el sello “Deportado”.

Han organizado regresos seguros al país de origen (a la orfandad de origen, a la miseria de origen).

Han creado un presente sin memoria, ciego de futuro.

El Norte no quiere niños sin padres. Y el Sur, de todas las formas posibles, los expulsa. Entre los funcionarios, la única pregunta que se repite es “¿De quién es este niño?”

Dan ganas de responderles con aquellas inquietantes palabras de Bakunin: “Los niños no son propiedad de nadie: ni de sus padres ni de la sociedad. Ellos pertenecen a su propia libertad. Pertenecen a la libertad futura”.

 


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