Las guerras equivocadas

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Por Oscar Taffetani

(APE).- La Argentina y Chile -informaron esta semana las respectivas ministras de Defensa, Nilda Garré y Vivianne Blanlot- firmaron el acuerdo para la creación del batallón binacional “Cruz del Sur”, destinado a cumplir con misiones internacionales de paz y defensa contra amenazas comunes.

Se trata de un hecho inédito, para países que hace apenas tres décadas estuvieron a punto de resolver por las armas un diferendo limítrofe.

Sin embargo, no hay que descartar escenarios futuros en los que el batallón “Cruz del Sur” perdería absolutamente su sentido. O bien quedaría inutilizado antes de poder disparar un solo tiro.

Nos preguntamos, por ejemplo, qué pasaría si el batallón Cruz del Sur debiera conjurar una amenaza “terrorista” contra la planta papelera de Celco, en Valdivia, denunciada como contaminante por los pobladores, y que ha causado la extinción de una colonia, única en su tipo, de cisnes de cuello negro.

El gobierno de la (socialista) Michelle Bachelet autorizó por decreto a la Armada chilena a “defender” la planta de Celco, y de hecho los marinos chilenos llegaron a disparar sobre vecinos de Valdivia que se quejaban por el envenenamiento de sus aguas.

Otro escenario de conflicto -que ha puesto en tela de juicio los tratados de amistad y buena vecindad firmados en tres décadas- es el de la planta contaminante de la empresa Botnia, en el departamento uruguayo de Río Negro.

El gobierno del (socialista) Tabaré Vázquez ha designado al Batallón de Infantería Mecanizada 9 -preparado para actuar frente a acciones terroristas con toma de rehenes- como “custodia” de la planta de la empresa finlandesa.

Ya en octubre (una información que los medios masivos evitaron) el presidente uruguayo había autorizado a la Prefectura Nacional Naval a aumentar sus patrullajes en el río y “proteger” a los barcos cargueros que atracaran en el puerto, todavía ilegal, de la empresa Botnia en Fray Bentos.

Bananas, fútbol, sangre

El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal dedicó un pasaje de su extenso poema Hora 0, de 1960, a comentar las absurdas disputas entre Guatemala y Honduras, a principios del siglo XX, que no eran otra cosa que disputas entre el comerciante Sam Zemurray de Alabama y la United Fruit Company. Citaremos aquí un fragmento sin desperdicio:

“... Y así fue como Sam Zemurray -el turco vendedor de bananos- buso bresidente en Jonduras. // Provocó disputas fronterizas entre Guatemala y Honduras / (que eran entre la United Fruit Company y su compañía) / proclamando que no debía perder Honduras (su compañía) / ‘una pulgada de tierra, no sólo en la franja disputada / sino en cualquier otra zona hondureña (de su compañía) no en disputa...’ / mientras la United defendía los derechos de Honduras en su litigio con Nicaragua Lumber Company / hasta que la disputa cesó porque se alió con la United / y después le vendió todas sus acciones a la United / y con las acciones cogió por asalto la presidencia de Boston (justamente con sus empleados presidentes de Honduras) / y ya fue dueño igualmente de Honduras y Guatemala...”

¿Cuántas guerras o amenazas de guerra hemos vivido los latinoamericanos en el siglo que pasó? ¿Cuál fue su costo? ¿Quiénes fueron sus beneficiarios? Contestarse esas sencillas preguntas revolucionaría la mente de cualquier escolar de nuestros pobres y enajenados países.

La llamada “Guerra del fútbol”, por ejemplo, declarada entre El Salvador y Honduras -o, mejor dicho, entre el gobierno militar de El Salvador y el gobierno militar de Honduras-, en 1970, duró sólo seis días y costó 35 mil muertos.

La guerra del Cenepa (o Guerra de la cordillera del Cóndor), declarada entre Perú y Ecuador, costó en su última edición (la de 1995) miles de muertos, heridos y lisiados, por uso de minas antipersonales.

Otra guerra genocida fue la del Chaco boreal, entre 1932 y 1935. Participaron de ella 250 mil jóvenes bolivianos y 150 mil jóvenes paraguayos. Decenas de miles no volvieron nunca a sus casas, estragados por la sed y la malaria. Y todo para que las multinacionales petroleras que instigaron a los gobiernos descubrieran, finalmente, que en los territorios disputados no había petróleo...

Podríamos seguir enumerando guerras equivocadas que libraron países hermanos en este subcontinente, lo mismo que en Asia o en el África. En todas, la constante es una trama de intereses económicos que son intereses de las empresas, antes que de los Estados. Y que nunca son intereses de los pueblos.

Ahora, la simple y concreta demanda del pueblo de Valdivia, o la simple y concreta demanda del pueblo de Gualeguaychú, han puesto en marcha una conocida maquinaria de represión y opresión, en donde los verdugos -más allá de las siglas y de los discursos- siguen siendo los mismos.

La única y alentadora diferencia, esta vez, son los pueblos. Son los jóvenes y viejos militantes ambientales, cansados de tantas guerras equivocadas.

Ellos han hecho sonar en Valdivia, en Esquel, en Gualeguaychú, una campana que todos -todos- hace tiempo que necesitábamos escuchar.

 


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