Que no es un pecado vivir

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Por Alberto Morlachetti

(APE).- La historia oficial que compró su longevidad al precio de sus ojos. La prepotencia criminal de las clases dominantes y el exterminio de los que pensaron (o piensan) distinto, intentando domiciliar sus vejaciones en el olvido. Pero la memoria está para contarnos sus secretos “llegando hasta el lugar donde anidan los sobresaltos”.

De las utopías que encendieron la piel de los que lucharon y murieron por ella. Sujetos de un tiempo que nunca escribimos. Estas palabras intentan devolverle a la literatura la sangre y el alma que años de encubrimiento le habían expropiado.

Excepto la multitudinaria marcha del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo en Moreno, el lunes 20 de noviembre -donde cumplían otro año las bellas palabras de la Convención de los Derechos del Niño- el día ocurría silencioso, ocultándose en los calendarios de la espera.

Dice Borges que las cosas de la tierra son símbolos de las cosas del cielo. Y agrega: “En el cielo los ricos siguen siendo más ricos que los pobres, ya que están habituados a la riqueza”. Decimos nosotros -entonces- que en la tierra como en el cielo de nuestro país el setenta por ciento de los niños viven en la pobreza, reducidos a meros reflejos de vida, “hebras humanas” que algún día serán jazmín del aire o rosa roja. Que no es un pecado vivir, ni amar es una emoción condenada.

En los charcos de los caminos -pálidos de hambre- saliendo de los mágicos letargos compañeros, se asoma la luna a cantar, como una rebeldía.

 


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