La fábrica de desaparecidos

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Fue Eric Arthur Blair (1903-1950), más conocido como George Orwell, quien comenzó a hablar de los desaparecidos. Él los llamó "vaporizados", en su novela 1984, publicada en 1948.

Orwell sabía de la represión antiobrera en Alemania, en 1919. Allí se enterraba a los agitadores en un ataúd de zinc (el más barato). Y si no se sabía el nombre -lo que casi siempre ocurría- se los sepultaba como “NN”.

Más tarde, se enteró de las purgas estalinistas. Y vio que un hombre o una mujer podían desaparecer de la vista de todos y -peor que eso- desaparecer de la memoria de todos. Se los borraba, sencillamente, de los registros civiles. “Era un opositor -razonaba la gente, atemorizada- y por eso nunca existió”.

Conociendo esas prácticas terribles del poder, Orwell las incluyó en su novela de 1948, una negra predicción, sobradamente cumplida, de los años que venían para la humanidad.

A casi seis décadas de esa profecía, dos especialistas argentinos del Campo Psi-Jurídico (sic) ensayan su propia reflexión sobre las desapariciones:

"Desaparecido es participio pasado (no está oficialmente incorporado como sustantivo) de desaparecer (ocultar, quitar de delante con presteza una cosa), pero también de desaparecerse (ocultarse, quitarse de la vista una persona o cosa); derivado de aparecer y éste, a su vez, de parecer..." (Agencia DyN, 11-11-06)

¡Cómo se pierde la gente!

Leemos en una nota del diario Río Negro (12-11-06) que "cada vez se pierde más gente en la Argentina". "Un triste record para el país -se lee-; en este momento, 283 niños, 15 jóvenes y 32 adultos están desaparecidos de sus hogares y familiares".

"El número de niños que permanecen perdidos en Argentina -completa el diario- es el más alto de la última década, con promedio de una denuncia de desaparición cada doce horas..."

Para Juan Carr, titular de la Red Solidaria, la destrucción de los vínculos familiares es la causa más frecuente de que los chicos dejen sus hogares. "Es contundente -dice Carr- lo económico pasa a un segundo plano..."

"Lidia Grichener -consigna el Río Negro- vicepresidente de Missing Children Argentina, cuestionó el rol del Estado en la búsqueda de niños y jóvenes perdidos o desaparecidos, y reclamó un registro centralizado de personas extraviadas, que existe pero no funciona, en el seno del ministerio de Justicia..."

"Hay niños declarados por sus padres como perdidos y que en realidad están en institutos de menores", manifestó Grichener a la agencia DyN. "Hay muchos casos de padres que se pelean, se separan, y toman a los hijos como rehenes”, agregó a la misma fuente.

Sin pan y sin trabajo

En 1894 fue expuesto por primera vez en Buenos Aires el óleo "Sin pan y sin trabajo", de Ernesto de la Cárcova. La tela había sido pintada en Italia, cuando el artista era alumno de la Academia Albertina de Turín.

El impacto de esa pintura fue tal que el diario La Nación publicó al día siguiente de la exhibición el siguiente comentario: "La atención se circunscribió casi en absoluto a un cuadro, 'Sin pan y sin trabajo', que desde el primer momento ha obtenido todos los sufragios..."

"Sin pan y sin trabajo", lo mismo que el memorable friso "Proletarios", de Pellizza da Volpedo, hablaba un idioma que todos entendían, hablaba de un tema que todos conocían, en Europa y en América, en el Norte y en el Sur. Describía una situación que todos, directa o indirectamente, habían vivido. Véase el puño del obrero, cerrado y golpeando contra la mesa, impotente. Véase la madre flaca, ya casi sin leche para su hijo, atribulada.

La desocupación es impotencia. Es desesperación. Destruye hogares. Separa a hombres y mujeres. Saca a relucir las peores miserias de la especie humana. La desocupación es causa principal del hambre, de la violencia doméstica (que es traslación de aquel puño impotente del obrero) y de la exclusión social.

La desocupación, el hambre y la violencia doméstica destruyen el núcleo familiar, expulsan a los niños de sus casas, fabrican un tipo invisible de desaparecidos.

No son los únicos niños desaparecidos, claro. Una estadística rigurosa debería incluir a aquellos cuya desaparición nunca es reportada, esos chicos que están ausentes en sus mismos hogares, o que sobreviven, a duras penas, en los márgenes de la sociedad, muy lejos de las vidrieras, los avisos y los programas oficiales.

Y están, por supuesto, los desaparecidos políticos, los que se han rebelado contra la injusticia, los que han testimoniado contra los verdugos (como Julio López), los que se han declarado enemigos de este orden injusto y fueron castigados por ello, fueron -en palabra de Orwell- vaporizados.

La escalofriante estadística de Missing Children, publicada periódicamente en los medios, nos dice una parte de la verdad, pero no toda. Los chicos desaparecen de sus casas porque escapan de la violencia familiar. De acuerdo. Pero la violencia familiar se produce por un contexto social y político en el que el Estado y los gobiernos -que deberían actuar- están ausentes.

Denunciar que los chicos desaparecen porque los padres se pelean es como decir que Julio López desapareció porque era un hombre grande y pudo haber tenido un ataque de pánico o de amnesia. Es como decir que los chicos se alejan de la escuela porque sus padres no son concientes de la importancia de terminar el ciclo obligatorio...

Acabemos con la hipocresía. Busquemos a todos los chicos desaparecidos. Y busquemos a Julio López y a cada uno de los otros desaparecidos. Pero no olvidemos que lo más importante es desactivar y detener para siempre la fábrica -social y política- de desaparecidos.

 


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