Últimas guerras guaraníes

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Gallinas muertas en las puertas de las casas, con fotos del obispo Piña y boletas del Frente Unidos por la Dignidad. Así buscaron intimidarlos. También con la posibilidad de incluir (o excluir) algún nombre en la lista del hambre, para que ésta o aquella jefa de hogar, éste o aquel padre de familia, antes de caer en la tentación de votar a la “oposición”, sintiera la importancia de tener -vaya privilegio- una ración de harina o de arroz, de azúcar o de yerba en su cofre de miseria.

Y junto con las amenazas, los obsequios. Un colchón aquí, para este pobre diablo. Unas chapas para este otro, que se le llueve el rancho. Un crédito, por qué no, modelo Yunus: mil pesos sin garantía, a devolver como pueda...

Y jubilaciones rápidas. Jubilaciones express. Ocho mil quinientas, para repartir en octubre. Más la visita del Director de la ANSéS, qué honor. O de la señora Ministra, vea usted.

La misma cara, la misma sonrisa, la misma consigna, la misma boleta con la palabra SI, para poner en una urna.

Y pelotas de fútbol y bicicletas y ruedas de tractor y comida para peces y becas deportivas y pollitos en caja y escrituras y computadoras y subsidios y besos y sonrisas y más boletas con la palabra SI.

Hasta vacas en pie -dice la crónica- se vieron junto al palco, para repartir después de que hablara el gobernador.

En la última semana de campaña, Misiones se olvidó de que es una de las provincias más pobres del castigado Nordeste argentino. Pareció olvidar, por un momento, que tiene 186 mil habitantes en la indigencia, y que el número de pobres ya suma medio millón.

Pero sin embargo, el pasado domingo, a la hora de las urnas, el pueblo misionero, ese pueblo valiente, dijo NO.

Lo condujo un nuevo karaí llamado Joaquín Piña, purpurado sin púrpura, ex obispo, sin capa ni corona, un cura jesuita como aquellos que hace cuatro siglos pusieron las primeras piedras en San Ignacio-Miní.

Historias de resistencia

Los guaraníes -ya lo hemos dicho antes- son nuestro mayor continente lingüístico y cultural. La primera tierra que pisó Colón en el nuevo mundo -como consta en las crónicas- se llamaba Guanahani. Tenía un nombre guaraní.

Panamá y Maracaibo, Ipiranga y Curitiba, Ñancahuazu y Camirí. Tacuarí, Itatí, Moconá, Oberá... por allí pasó el guaraní.

Es la tierra de los Colastiné y los Corondá, de los Querandíes y Charrúas, y de sus hijos, y los hijos de sus hijos. ¿Quién osaría decir que no les pertenece?

Cazadores y guerreros por naturaleza, los antiguos guaraníes dejaron incontables testimonios de amor por la niñez y protección de la vida joven. Era una ley no escrita, pero por todos cumplida.

Más tarde se hibridaron, se mestizaron. Y fueron la semilla de criollos y mancebos que fundaron las definitivas ciudades de América.

Y fueron semilla de emancipación, y libertad.

En 1756, cuando la metrópoli española cedió a Portugal esas tierras cuyo valor desconocía, la nación guaraní se levantó en armas y produjo las llamadas Guerras Guaraníes. Cinco años de luchas sangrientas, hasta que la Corona de España entró en razones.

Más tarde, los descendientes de esos guaraníes acompañaron a los patriotas, y a los caudillos, y dejaron sudores y esperanzas en los quebrachales y yerbales de principios del siglo XX.

Luego llegaron más gringos, corridos por el hambre y por la guerra. Ellos descubrieron también el dulce país de los guaraníes, y echaron raíces.

El escenario, desde entonces, no ha cambiado mucho. Hoy los nuevos guaraníes están dispersos por una verde espesura, entre arroyos rumorosos y picadas abiertas como tajos de tierra colorada, en el monte.

Son los actuales habitantes de un joven país americano, que ni siglos de humillación y despojo consiguieron hacer envejecer.

Este pasado octubre de 2006 (siglo XXI, tercer milenio de la era cristiana), una dirigencia miope los desafió. Quiso mostrarles que con una chequera oficial y un ramillete de mentiras es posible comprar a las personas.

Pero el karaí Piña -en representación de todos- les contestó con una cita del Evangelio: “Cuando des limosna -dijo- no hagas tocar la trompeta como lo hacen los hipócritas. Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha."

Los muy tontos no entendieron el mensaje. No advirtieron que ya habían comenzado las últimas guerras guaraníes.

 

 


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