Sobre trenes y plagas

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Por Oscar Taffetani

(APE).- Hubo un tiempo en que la locomotora a vapor -escribió un poeta- era el rostro de la felicidad universal. Despedidas con pañuelos en los andenes. Silbatos y campanas. Relojes puntuales. Alegría de llegar y de ser recibidos.

El camino de fierro (así lo llamaron los franceses) era previsible y seguro. Nos hablaba de un mundo ordenado, donde cada cosa -para bien y para mal- tenía su lugar.

En la Argentina, como en muchas otras partes del mundo, la red ferroviaria se ajustaba a la racionalidad de un plan de poblamiento y de explotación de los recursos del país.

El tren, admitámoslo, fue injusto y violento al llegar. No pidió permiso. Impuso su plan, que era el plan de los dueños del capital. Sin tren, no llegaban los productos a sus consumidores; ni el trigo a los puertos, ni los braceros al campo, para levantar ese trigo.

Pero si nuestro país logró ser el granero del mundo y algunas migas cayeron desde la mesa del banquete, haciendo que los pobres no fueran tan pobres, fue gracias al tren.

La red ferroviaria argentina, a principios del siglo pasado, se ajustaba como guante a la mano al modelo agroexportador. Los ferrocarriles confluían casi indefectiblemente sobre el puerto de Buenos Aires, que a su vez era puerta de entrada a las manufacturas extranjeras.

Aquella era la Argentina que los conservadores y que los ingleses (así decían nuestros abuelos) habían dejado.

Al promediar el siglo XX, tanto la red ferroviaria y los puertos como la mayoría de los bancos y empresas, pertenecían al Estado nacional. Y aunque el país no tenía la dinámica de crecimiento de principios de siglo, ostentaba admirables índices de eso que hoy se conoce como desarrollo humano.

Más tarde, llegó a estas tierras (y a muchas otras, para desgracia general) una plaga conocida como revolución conservadora, que no tenía nada de revolución ni nada de conservadora (porque su “modelo” consistía, justamente, en destruir cualquier otro modelo).

Esa plaga, para decirlo con pocas palabras, se llevó el Estado de Bienestar, el Estado a secas y hasta el bienestar de los argentinos. También se llevó el tren.

Pueblos borrados del mapa

Según el relevamiento efectuado por RESPONDE (Recuperación Social de Poblados Nacionales que Desaparecen) hay en la Argentina 602 pueblos de menos de 2.000 habitantes que están en riesgo de extinción. De hecho, hay 90 que ya no figuran en el registro del último censo nacional. Y de los 602, hay 124 que no presentan signos de crecimiento en los últimos diez años. Son los que pronto van a morir.

Entre las diez causas históricas de desaparición de un poblado -según la estadística de RESPONDE- la segunda en importancia es el cierre de una estación de ferrocarril.

Pueden trazarse nuevas rutas, autopistas con peaje o sin él, que llevan a las personas velozmente hacia alguna parte (o hacia ninguna parte) pero esos pueblos nacidos con el tren, con dameros trazados al este o al oeste, al norte o al sur de las vías, se mueren. Los jóvenes se mudan, escapando a la muerte. Y los viejos la esperan en silencio, como en aquella canción del Nano Serrat.

Las soluciones que RESPONDE ofrece a unos pocos pueblos de la lista, gracias al trabajo voluntario de un puñado de profesionales y estudiantes, son discretas: poner en pie un emprendimiento turístico, reciclar una estación, inventar el Coletren (colectivo que anda sobre las vías, para el transporte local) y así.

Pero el grave problema, el problema de fondo, que ni una ni muchas RESPONDE podrían resolver, es la ausencia del Estado.

Ya sería tiempo, para un Estado que en los ’90 intentó suicidarse (y casi lo consigue), de comenzar a reconstruirse, de comenzar a curarse. Puede que sea tarde para los viejos, pero debería hacerlo pensando en los niños, en los argentinos que vienen.

Una propuesta viable

El gobierno nacional, por ahora, construye anuncios. Anuncia que habrá un “tren bala” para unir Córdoba con Rosario y Buenos Aires.

Anuncia que entregará un subsidio a los “sobrevivientes” del ferrocarril Belgrano, o que ha conseguido un concesionario para ese mismo ferrocarril.

Anuncia que demolerá estaciones, que construirá otras nuevas...

Pero lo que no anuncian ni hacen, aunque sea la propuesta más viable, es la reconstrucción del sistema ferroviario argentino.

No. Prefieren mirar a un costado y dejar que modernos talleres como el de Los Naranjos (Santiago del Estero) sean desactivados, desmantelados, desaparecidos. Que se agreguen a la lista de RESPONDE.

Otro caso: faltan 170 kilómetros de riel para completar la traza del Ferrocarril Trasandino del Sur, que uniría los puertos de Bahía Blanca (océano Atlántico) y Talcahuano (océano Pacífico), a través de la cordillera y por un paso que es operable en cualquier época del año.

Pero no. El ministro De Vido dice que hay que apoyar el transporte multimodal, que combina trenes con camiones (camiones que se quedarán varados en Las Cuevas meses enteros -acotamos- a causa de la nieve).

La red de servicio de los ferrocarriles argentinos tiene 46 mil kilómetros de extensión. Actualmente, es utilizada en menos de un 10 por ciento.

Antes, el Estado subsidiaba esa red (como hace, por ejemplo, el Reino Unido, la patria de los ferrocarriles). Ahora, subsidia a los concesionarios, para que ellos hagan mejor su negocio, sin contraprestación alguna. “A Ferroexpreso le dieron 5.500 kilómetros de vía -cuenta apenado un ingeniero ferroviario- de los cuales está comprobado que usa sólo 900...”

“En las concesiones de carga -agrega- se les dieron enormes privilegios: se les permitió bajar a 50 kilómetros por hora la velocidad de circulación, lo que implica cero mantenimiento. También se les impuso el pago de un canon y se los comprometió a realizar inversiones, pero no hicieron ni una cosa ni la otra. Además, se los desobligó como servicio público...”

Podríamos seguir escuchando la fundada queja de todos los amigos del riel, los fieles y nostálgicos amantes del tren. Pero preferimos pensar en los futuros amigos, en esos que el tren todavía no conoce.

Y preferimos pensar en funcionarios del Estado concientes de sus deberes, que busquen la cura a estos nuevos males, que acaben con la plaga.

El tren no contamina. Es más barato. Es más seguro. Da vida a los pequeños pueblos. ¿Alguien necesita más razones?


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